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Memorias de la guerra

Disparos, corridas, miedo…
mucho miedo, hambre,
frio, bombardeos, prisión,
desesperación, recuerdos que el
tiempo fue borrando o han sido
borrados a la fuerza, en la vida de
Simón Reino que el pasado 7 de
noviembre cumplió 97 años. 

Simón no fue una víctima de
un asalto a mano armada, ni de
ningún otro acto delictivo en la
Argentina, sino que a los 16 años
y durante 4 años fue soldado
defendiendo a su país durante la
segunda guerra mundial. 
Nació en Benevento, a unos 80
km aproximadamente de Nápoles,
Italia y en un diálogo con LA VOZ
DEL PUEBLO recordó su llegada a
nuestro país, la Argentina de la
década del ’40 y la marca imborrable
de la guerra. 

“Tenía miedo que se viniera otra
guerra, estuve en Grecia y Yugoslavia,
usted no se puede imaginar
lo que viví, ni hablar de eso”, menciona
con la voz entrecortada y los
ojos vidriosos.

En una de las paredes de su casa
repleta de fotos familiares, aún
conserva un cuadro con la Cruz del
Mérito, la mayor condecoración
que puede recibir un soldado, “me
dieron otra y la tiré, no me gustaba
verla”, afirmó. 

Fotos: Caro Mulder

Simón fue sargento de artillería
en el ejército italiano y, en una
reunión, le dieron la orden de
atacar una base alemana donde
se encontraba un tren donde los
alemanes estaban cargando todo
para retirarse.
 Al saber de esta situación y
que lo superaban en número se
opuso a la decisión y propuso:
“no ataquemos a los alemanes si
se están retirando. Si exponemos
a las tropas nos van a ganar, nos
superan en número, no vale la
pena arriesgar la vida de 2000
hombres. Ese día se salvaron 5000
vidas alemanas e italianas”, y nació
la razón de la Condecoración que
adorna una de sus paredes. 
Fueron 4 años los que estuvo en
guerra, lo tomaron prisionero y las
heridas aún perduran en su cuerpo
y en su alma. 

Fotos: Caro Mulder

A los 25 años se fue de Italia por
miedo a una nueva guerra, porque
según asegura haber aprendido,
“las guerras son para que los grandes
capitalistas ganen dinero, y
muere cantidad de gente”. 

Vino solo a Argentina y en Italia
quedaron sus padres y otros cuatro
hermanos que nunca volvió a ver,
aunque siempre mantuvo comunicación.
 Llego a Buenos Aires y después
a Tres Arroyos “porque tenía un
tío por esta zona. Hice todo tipo
de trabajos en esa época, fui a la
cosecha de trigo, a la de papa, he
hecho de todo. Vendía sándwiches
en la playa en Mar del Plata”,
recuerda. 

Fotos: Caro Mulder

En Tres Arroyos conoció a Nélida,
su señora argentina, hija de
italianos, y con quien adoptaron
una nena. Hoy, entre risas, frente
a Emanuel Merlo, uno de sus nietos,
dice “ahora tengo todos estos
vagos, 4 nietos y 4 bisnietos”.

 El Claromecó de antes
En el año 1975 llegó a Claromecó.
Su trabajo en ese momento en
Tres Arroyos era fabricar camas,
en principio de hierro, caños y
después de madera, además de
vender colchones. “Cuando llegué,
traje como 150 colchones. Mucho
no había, le vendía a la cooperativa.
Creo que funcionaba donde
hoy está Oasis (el supermercado)”. 
Uno de los motivos por lo que
decidió venir a vivir a Claromecó
fue su amor por la pesca, “cuando
compré acá, de este lado no
había casas era todo campo, se
veía el mar, una maravilla, me
encantaba”, dice mientras mira
la ventana de su casa, ubicada a
cuatro cuadras del mar, “por acá
pasaban las vacas, iban a pastar a
la plaza del centro”, recordó. 
Entre sus recuerdos más preciados,
está una de las fotos que
atesora la de un tiburón bacota
de 70 kg capturado en el Tercer
Salto, “con un el reel rotativo con
línea de acero y nylon 100, había
encarnado con sargo y tiramos
cerca, no se puede tirar lejos por
la plomada grande, estaba acostumbrado
a pescar cosas grandes,
corvinas podía pescar lo que quería,
ya no sale nada, nosotros las
corvinas negras las pescábamos
con cañas de pulso salían en las
piedras y pesaban alrededor de
20/30 kilos” recordó. 

Covid-19 y Tifus

Con sus 97 años, los únicos
remedios que toma son para la
presión y para la arritmia. Realiza
una caminata diaria de 7 u 8 cuadras,
se apoya en un bastón de
eucaliptus tallado por él mismo y,
al momento de preguntarle sobre
los recaudos y medidas sanitarias
frente al Covid-19, menciona con
simpleza que: “algo me cuido”. 

Fotos: Caro Mulder

“Estoy acá adentro cuando voy
a hacer alguna compra por ahí y
me pongo el barbijo ese”, pero
inevitablemente, imágenes de la
guerra aparecen en su memoria. 

Es cuando Simon recuerda la
epidemia de Tifus, “en la guerra
estaba el tifus que le decían, transmitido
por los piojos. En la guerra
uno no se cambiaba la ropa, no
se bañaba, ninguna cosa de esas,
entonces se criaban los piojos y a
muchos les agarraba el tifus, algunos
se morían otros se curaban”. 
Después de tantas vicisitudes,
su balance de nuestro país no es
muy diferente al de otros de su
edad, “no estoy disconforme de
la argentina, pero podría estar
mucho mejor. Por la cantidad de
materia prima que tiene. Italia
por ejemplo, no tiene hierro,
todo lo tiene que comprar. Y
sin embargo, esta mejor que la
argentina. Allá no hay mucha
tierra es muy montañoso, no hay
agricultura si mucha industria, y
tiene que adquirir materia prima
afuera para poder funcionar, acá
en cambio tiene todo y no invierten”,
comparó resignado. 
Es tal vez uno de los vecinos más
longevos de la villa, un detalle que
observa con humor y, en el cierre,
reconoce impensado, “el más
viejo de todos soy yo. Soy un viejo
de miércoles, nunca pensé llegar
a semejante cantidad de años”,
concluyó.
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