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Obama-Sarlo

La Editorial de este domingo, en la voz de Diego Jiménez

El episodio Beatriz Sarlo evidenció, clara y nuevamente, el predominio de la interpretación por sobre la veracidad de los hechos en el periodismo, imprecisamente denominado nacional. No continuaremos en este espacio analizando los detalles de un caso cuya envergadura fue tal dado el nombre de sus protagonistas, pero que en rigor, carece de sustancia informativa. Se asemeja más a una anécdota mal narrada que a una noticia relevante.

En una entrevista para el diario español “El País” realizada hace unos tres meses, el ex presidente norteamericano Barack Obama se refería a cuestiones que impactan positivamente en la manera en que miramos la realidad: no perder la perspectiva, la importancia de los datos, el estar de acuerdo en los hechos, buscar el equilibrio y no dar a la democracia por sentada, en especial, en sociedades fuertemente divididas como la norteamericana y, agregamos, la nuestra. 
Los acontecimientos tienen un origen, se enlazan con otros, se entremezclan, no son meramente espontáneos. Por otro lado, se deben mirar sistémicamente, dado que la historia no es lineal. Obama reflexiona, que al observar la realidad, uno no debería dejar de prestar atención al origen de las cosas. La perspectiva aporta agudeza y agrega profundidad. 
Los datos son medibles y registrables, los hechos ocurren, lo que varía es la explicación que damos acerca de ellos, sobre sus efectos, acerca de su origen. Lo que discutimos cuando hay rigor, veracidad y sobre todo honestidad, son interpretaciones sobre una base fáctica. El acuerdo debe estar allí. Si no está, dice el ex presidente, hablamos de sensaciones, de mera subjetividad. Nos convertimos en falseadores. Somos farsantes a sabiendas.
El peligro, en sociedades divididas, es echar combustible en esa fractura, expandirla, profundizarla más. Eso ocurre, entre otras razones, cuando damos por sentada la democracia. Cuando pensamos que votando es suficiente, cuando naturalizamos la violencia y los excesos, cuando la vida pública se inunda de individualismo. La democracia se arrincona cuando la desesperanza la agrede en su esencia fundamental: la posibilidad que solo ella ofrece de que cada uno pueda elegir su camino en sus propios términos. 
Obama ejemplifica lo que quiere decir. 59 años atrás (el lapso de su vida) él hubiese sido el botones del periodista español que lo entrevistaba. El diálogo del que hablamos en esta editorial, se desarrolló en un hotel madrileño y hace casi seis décadas, comenta el otrora mandatario, para un afroamericano era impensado alojarse en un hotel como ese. Menos aún, ser ex presidente de los Estados Unidos. Las cosas llevan un proceso, nos muestra, requieren miradas múltiples, la certeza de los datos, un esfuerzo continuo y el no dejar todo al fluir “natural”. Compromiso, atención y equilibrio. Moderación que no supone falta de carácter, sino afán constructivo. 
“Ponernos de acuerdo, no significa estar de acuerdo”, es un juego de palabras serio y escasamente practicado en sociedades que han elegido la confrontación y la descalificación, irónicamente, como forma de vincularse con los otros u otras, reducidos con gran eficacia pero precariamente, en un grupo, facción o bando político.
El periodismo en esto tiene una gran responsabilidad porque vehiculiza en el espacio público a la primera de las libertades, la de expresión. Rehuyendo a la moderación, buscando siempre el desequilibrio, jugando a la fractura, negando los datos e interpretando sin hechos, divide. Y al dividir, los maniqueos ven el terreno libre, la simplicidad gana terreno y la democracia se descascara. La libertad de expresión se sostiene con la libertad de conciencia y para intervenir en los asuntos públicos requiere de un libre y plural acceso a la información, para construir lo que Robert Dahl denomina una “opinión informada y razonada”. 
El abordaje del caso Sarlo ejemplifica mucho de lo que venimos diciendo y que Barack Obama también observa con preocupación en su país. Parece un callejón sin salida, pero el entrevistado aventura un camino envuelto por un optimismo cauto. Es importante lo que comunicamos y como lo comunicamos, cultivando una moderación nutrida de hechos y de interpretaciones surgidas de ellos. No a la inversa. Quizá allí estribe la responsabilidad democrática de los medios periodísticos. Y no es poco. 
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