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Hoy se murió mi ídolo

El fallecimiento de Carlos Alberto Reutemann desnudó un profundo agujero en mi corazón, que nada ni nadie podrá llenar. El Lole fue mi ídolo deportivo; el único al que por sentimientos puse en ese lugar tan especial y valorado. 

 El amor por el deporte no sólo me llevó hasta ser periodista, me hizo transitar por caminos donde cualquier disciplina se transformaba en una brújula. Además de un selecto grupo de atletas argentinos, con Messi, Maradona y Ginóbili a la cabeza, los internacionales guiados por Ayrton Senna, Michael Jordan o Tiger Woods se adueñaron de mis sentimientos más puros y profundos. Pero ninguno estuvo a la altura de Reutemann… 
 Porque el Lole fue parte de mi niñez, se metió en mi adolescencia y me inculcó mucho de todo eso que siento por el deporte. Yo nací en 1966 y él comenzó a correr en F1 en 1972, con aquella recordada pole en el GP de Argentina con el Brabham; mis recuerdos firmes comienzan cuando este exquisito y perfeccionista piloto manejaba la sublime Ferrari entre 1976 y 1978. Levantarme a las 9 de la mañana los domingos, sentarme frente al televisor, lógicamente que el blanco y negro de la época, era una bendición. 
 El fanatismo me llevó a conocer los cascos de cada uno de los pilotos, sus decoraciones, sus publicidades; es que así a veces era más fácil identificarlos. Aunque el Lole era inconfundible, siempre. Del accidente que le costara la vida al sueco Ronnie Peterson, recuerdo claramente la explosión y las tremendas llamas, pero también esa satisfacción al ver pasar su Ferrari. Reutemann estaba a salvo y eso, para alguien como yo que sin llegar a entender mucho desde mis poco más de 10 años, me generó tranquilidad. 
 Su estilo prolijo, seguro, combativo, calculador pero súper veloz, me llevó a idolatrarlo; del primero de los 12 triunfos, el conseguido en Kyalami (Sudáfrica) el 30 de marzo del 74, atesoro recortes que fueron formando ese inolvidable momento. Pero su firme presencia en la Máxima me llevó a involucrarme en ella, a escuchar, ver y leer todo lo que podía; a conocer a cada uno de sus rivales. Y en esa fantástica atmosfera de recuerdos y vibraciones aparecen los bellos triunfos en Nurburgring, en Brasil con sol o bajo la lluvia con el recordado cartel Jones-Reutemann. El último, en Zolder, mayo del 81, dejó un sabor amargo por la muerte de un auxiliar… Pero el mayor éxtasis lo viví, creo que como todos, cuando el 18 de mayo de 1980 se impuso en el Principado de Mónaco, manejando a lo campeón, con la visera de su caso levantada porque se había largado a llover y se le complicaba la visibilidad para poner en práctica esa obra maestra de ganar con gomas slicks.

Ese día se me escapó alguna lágrima, pero de alegría, con ese sabor dulce de la felicidad. Otro día en el que también lloré por el Lole fue ese “maldito” sábado del 17 de octubre de 1981 cuando perdió la inmejorable y merecida chance de consagrarse campeón mundial en Las Vegas, a manos de Nelson Piquet. 

Ese día se nos fue de las manos a todos los argentinos ese sueño sagrado que creíamos tener junto a nuestro Reutemann; el golpe fue devastador para todos, aunque yo seguí creyendo en mí ídolo. Me aferré a la idea que con ese Williams blanco y verde lo conseguiría, pero el Lole tenía otros planes. 
 Después de haber pasado por Brabham, Ferrari, Lotus y Williams, de haber disputado 146 GP con 12 triunfos, 45 podios y 6 pole positión, el 12 de marzo de 1982 dijo adiós. El vacío fue grande, y si bien me ilusioné con eso de que algún otro piloto argentino ocuparía su lugar, nada de eso fue real. Es que el Lole fue mucho más grande de lo que la mayoría creyó; fue subcampeón mundial, un brillante piloto, de los mejores según sus propios colegas. Lástima que a veces me pareció que no estuvo en el lugar y en el momento preciso para ser el monarca que mereció ser; pero sus cualidades deportivas y humanas fueron irrefutables, incomparables. Porque también lo demostró en el Turismo Nacional de Argentina, en el Sport Prototipos, en el Rally, en todos los autos a los que se subió, donde fue perfecto y ultra rápido. 
 Ya sé que estas afirmaciones no son objetivas porque estoy hablando de mí ídolo, del Gran Lole Reutemann que hoy, 7 de Julio, dejó la vida terrenal para transformarse en una leyenda, en ese recuerdo eterno, en esa felicidad que me empezó a regalar desde mi niñez y que pude disfrutar hasta hoy. Aunque sin el Lole, mi mundo deportivo ya no será el mismo…
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