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El Barón de los Juegos modernos

Por
Pablo
Tano (*)


París, Boulevard Flandrin.
Era una apacible tarde de
invierno en Francia. En el
parque de la residencia familiar
de los Coubertin, el pequeño Pierre
Fredy jugaba a soñar que era
un ciclista, un remero o tal vez un
atleta. Su madre era María Marcela
Giganlt, la Baronesa Fredy de
Coubertin, hija del Marqués de
Mirville, descendiente del primer
Duque de Normandía. Altos títulos
nobiliarios… 
Pierre cursó sus estudios en la
Escuela San Ignacio de Los Jesuitas.
Alumno aplicado y sobresaliente.
Una mente brillante y un
visionario para la época. A pesar
de la insistencia de su padre, Charles,
quién deseaba que siguiera
una carrera militar, desistió y se
inscribió en Ciencias Políticas en
la prestigiosa y reconocida Universidad
de la Sorbona, de París. 
Coubertin se interesó especialmente
por la Pedagogía, la
Filosofía y la Historia, aunque se
destacaba también en el resto de
las asignaturas. Admiraba la cultura
de la Grecia Antigua y se vio
impactado por cómo valoraban la
formación y el desarrollo del cuerpo
humano y la vida espiritual. 
Era un convencido de que el
deporte sería vital para la educación. 
Viajes e influencias 
A los 20 años, este hombre nacido
el 1º de enero de 1863, en el
seno de una familia aristocrática,
se veía desvelado por lograr que
Francia incorporara en la currícula
escolar la gimnasia (lo que se
llamaría con el tiempo Educación
Física) y formara parte de un programa
educativo integral. 
El viaje que realizó a Gran
Bretaña en 1890 con el objetivo
de investigar la organización e
implementación del deporte, lo
dejó asombrado sobre todo al
participar como espectador en
el festival tradicional de Mucha
Wenlock, en un pueblo al sur de
Gales. Los atletas demostraban
sus virtudes físicas, morales e
intelectuales y los ejercicios se
realizaban al aire libre. Coubertin
iba tomando nota… 
Pero lo que más llamó la atención
de Pierre fue cómo funcionaba
la Escuela Rugby, dirigida por
el pastor Thomas Arnold, quién
fue el primero que impulsó el
deporte como valor pedagógico y
le dio un lugar fundamental como
herramienta “social y cultural”.
No hizo más que darle una reglamentación
establecida y disciplinada
a la actividad. “Voluntad de
vencer”, pero siempre dentro de
ciertas normas para contener la
agresividad. 
El pensamiento moderno, el racionalismo
del siglo XIX. Las reglas,
la medición de los récords y los
tiempos. Orden para el progreso.
La aparición del fair play como
búsqueda de la perfección, ideal
moldeado por la burguesía. Coubertin
estuvo muy influenciado
por Arnold y significaría un espejo
a copiar en su regreso a Francia
para reformar la educación escolar
con todo el bagaje adquirido. 
El renacer de un ideal 
Coubertin volcó su pasión,
conocimientos y experiencia en
varios artículos y algunos libros.
Como secretario para la asociación
de la reforma escolar en
Francia, fue enviado a Boston,
Estados Unidos, por el ministro
de instrucción pública francés,
Armold Fallieres, para estudiar
los planes de estudio en las universidades
y colegios de ese país
y también de Canadá. 
El 15 de noviembre de 1892,
Pierre propone en el Congreso
de Unión de las Sociedades la
idea de restaurar los Juegos
Olímpicos a nivel mundial. Comienza
a plantear formas, objetivos,
alcances y modelos. El resto
de los miembros lo escuchan
asombrados y si bien algunos
descreen de poder plasmarlos
como tal, la mayoría aprueba
ese deseo de “reparación”.
Así, en la reunión siguiente,
convocó a un nuevo Congreso
con el nombre de “el estudio
y propagación de los principios
del amateurismo”. 
Finalmente, dos años después,
creó el Comité Olímpico Internacional
(COI). El Congreso se
realizó en la Sorbona, de París,
participaron 79 delegados de
distintos países y recibió 21 notas
de respaldo de otras naciones.
Allí sentó las bases de lo que
sería el Movimiento Olímpico
Internacional a través de su Carta
Olímpica con siete principios
fundamentales que regirían el
espíritu de la competencia y
difundirían los valores sagrados. 
Por supuesto, con el desarrollo
de la idea primaria y luego con la
implementación, se produjo una
mutación y se puede dilucidar
que no era tan humanista como
se definía, sino que profesaba un
claro sesgo racista y machista.
“El auténtico héroe olímpico es
el adulto masculino individual
(…) No apruebo la participación
de las mujeres en competencias
públicas, lo que no quiere
decir que deban abstenerse de
practicar un gran número de
deportes a condición de que no
se conviertan a sí mismas en un
espectáculo. 
Su papel en los Juegos Olímpicos
debería ser, esencialmente,
como en los antiguos torneos,
el de coronar a los vencedores”:
Demasiado claro. 
Después de superar distintos
contratiempos y obstáculos, a
nacionalistas, envidiosos y detractores,
nunca detuvo su objetivo.
Buscó al apoyo de príncipes,
presidentes, gobiernos, reyes y
duques. Y se contactó también
con distintas personalidades
destacadas que comulgaban con
su pensamiento como el padre
dominico Henri Didon, quien fue
al autor de la frase célebre que
tiene como lema al olimpismo:
“Citius, Altius, Fortius”; Más rápido,
más fuerte, más alto. 
El 6 de abril se decide fijar
como fecha de inauguración a
los primeros Juegos Olímpicos
de la Modernidad. Y no sería
otro lugar, consecuente con sus
ideas, que Atenas, la capital de
Grecia, donde todo había comenzado
hace cientos de miles
de años, fuera elegida para ser
la ciudad organizadora y anfitriona
de un evento único. 
“Mantengo la convicción de
que los juegos deben servir
al mundo como sirvieron a la
Grecia Antigua para borrar las
diferencias de razas, religión y
política…que deben unir a los
pueblos de los cinco continentes
de igual forma que unió a Argivos
y Mesenios; a Espartanos y
Atenienses, unidos todos por el
deporte; compitiendo todos por
la grandeza de la humanidad…”,
sostenía el Baron. 
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Presencia argentina
Dos argentinos fueron elegidos por Coubertin para integrar las
primeras comisiones del Comité Olímpico Internacional. El profesor,
pedagogo y rector del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay,
de Entre Ríos, José Benjamín Zubiaur, fue designado como miembro
fundador y luego expulsado por no asistir a las reuniones. 
En su reemplazo, el Barón designó a Manuel Quintana. Vivía en
París. Tenía 28 años, era abogado y provenía de una familia patricia.
Y era hijo del ex Presidente de la Nación. Ocupó su cargo desde 1904
hasta 1906, año de su muerte. 
La mayoría de las personalidades elegidas por Pierre estuvieron
ausentes en las primeras reuniones por la distancia y los costos que  implicaba viajar.

José Benjamín Zubiaur fue miembro fundador del Comité Olímpico Internacional

(*) El autor es periodista. Nació en
Tres Arroyos y reside en la ciudad de
Buenos Aires

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