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Semana económica

Escuchala en la voz de su autor, Diego Jiménez

En una semana en donde la tensión financiera pasó por la llegada del dólar “blue” a su máxima cotización histórica, es imprescindible indicar que la economía es un territorio más amplio, que el reducido a operaciones centradas mayormente en la city Porteña. Si bien es cierto que constituye un termómetro informal de la falta de confianza e incertidumbre que se observa en el rumbo del Gobierno, y que además, golpea directamente en el denominado riesgo país, es indudable que en algunas áreas de la economía (construcción e industrias asociadas, por ejemplo) se observa un rebote, luego de los abismos que supo conocer la Argentina en el año 2020 y en buena parte del 2021. 
Por otra parte, la inflación no cede y no hay plan “platita” que pueda contrarrestar este fenómeno económico-cultural. Desatender esta dimensión, a la hora de comenzar a arreglar el fenómeno inflacionario, puede tener consecuencias negativas a largo plazo. 
Hay una desconfianza social instalada y permanente, no solo hacia el valor de nuestra moneda, sino, y es lo más grave, hacia el históricamente pendular e inestable desempeño económico del país. Distribuir dinero, puede solo servir momentáneamente, pero, a la larga, termina complicando aún más una realidad que requiere intervenciones sólidas, no bombas de tiempo demagógicas, que evaporen ilusiones de consumo momentáneas.
Creado en el último año del siglo XX, el G20 es un foro internacional que nuclea a países que en su conjunto representan más del 65% de la población y aproximadamente el 85% del PBI del planeta. Es una obviedad necesaria expresar que es importante que la Argentina esté allí, en donde se discute el rumbo y el futuro de la economía global. Es un error, entonces, trivializar, como se observó esta semana en muchos medios nacionales, la participación de la comitiva argentina en Roma, tiñendo de discusiones locales a un ámbito que nada tiene que ver con ellas. Esa actitud, es una interpretación intelectual “provinciana”, en el sentido de pensar el mundo, solo en los términos de la agenda nacional, fundamentalmente mediática.

En algunas áreas de la economía se observa un rebote. Pero la inflación no cede

El país por sus dimensiones geográficas, por su rango relevante como productor de alimentos y materias primas, su lugar destacado como país agroindustrial, su complejo científico-tecnológico y su posición geopolítica como potencia regional, reconoce ese lugar como propio. Un sitio que debe conservar y requiere estar en línea con una política de Estado. No con un debate electoral, por cierto mediocre, sobre el lugar de la Argentina en el mundo. 
El acuerdo con el FMI es importante, pero es un aspecto más de un tablero de comando económico que tiene más botones y perillas. Es clave resolverlo acorde a los intereses argentinos, como lo haría cualquier país. ¿Por qué el nuestro no puede explicitar sus bases de negociación y defenderlas? Como en el análisis del G20, existe cierta pereza intelectual que obtura visualizar la complejidad que afronta cualquier administración a la hora de tomar decisiones de esa magnitud. Es pertinente recordar que la urgencia arrebatada es mala consejera pero la procrastinación es aún peor.
Mientras tanto, el lado más oscuro del presente, y a esta altura, tiñendo todos los aspectos de la realidad socio- económica, espera acción y vigor gubernamental. Los que sufren la pobreza carecen de tiempo para destinarlo a campañas con sus pausas vergonzosas en la marcha de la gestión oficialista así como también en la labor de la oposición. La ajenidad obscena de la política hacía los problemas que supone la pobreza es inversamente proporcional a las carencias, sufrimientos y hurto a la esperanza que soportan sus padecientes.
Termina una semana más de la vida económica del país y sus rasgos se asemejan a otras, ocurridas en meses pasados, en años transcurridos hace tiempo y en décadas, solo reconocibles en la crónica histórica o en la memoria de los argentinos y argentinas. Esa recurrencia que nos ancla persistentemente en viejos temas insolubles, debería preocuparnos enfáticamente. Quizá, una parte importante del problema argentino, sea ese apego a la zozobra e inestabilidad, esa renuncia al largo plazo, esa voracidad por “aprovechar mientras dure y sobrevivir mientras falte”, esa renuncia a tomar el toro por las astas. Y ese, fundamentalmente, es un problema cultural que excede una semana económica. 
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