Opinión

Por Juan Francisco Risso

Huida

26|06|22 00:13 hs.


Mi gurú es un ciudadano del mundo. Se codea con Premios Nobel; da clases a jueces en Cataluña, diserta en La Sorbona. Pero póngale que es bahiense. Ahora anda con inteligencia artificial. Porque hasta ahora la mejor computadora era solo una palanca que super-potenciaba el cerebro humano. Esto es otra cosa. Me hizo escuchar razonamientos, respuestas y frases de la máquina por teléfono fijo. Y… me asustó. Ya no termino de saber quiénes somos los habitantes del planeta, ni dónde se toman las decisiones. Pero… ya hay inteligencia artificial. Y si no es así, el lector Lohín me corregirá. Tiene sus fans, ojo. Y datos. Pero les cuento algo. 

El caso es que estaba en el Colegio de Abogados renovando mi token; la tarea la hacía un joven a quien no veía; yo veía un monitor, e interactuábamos: él ponía algo, yo respondía teclado mediante. Era largo, y había intervalos. En esos intervalos, el fondo de pantalla era una hermosa carpa azul en un prado, al anochecer. Y, sin vernos, dialogábamos verbalmente. 

“¿Ese fondo de pantalla es tuyo?” – le pregunté. Respondió que sí. “Salíamos con mi viejo”. Y yo –sin pensar- le confesé que mis primeras salidas de mochilero –a los 14 años- me habían cambiado la vida. A Tandil. Se acampaba en el Parque Independencia. Allí había campamentos prolijos y campamentistas prolijos al punto de tener bandera: Los biguás, por ejemplo. 

¿Nosotros? Una pandilla de pequeños rufianes, al punto de que yo era el más decente. Ni nos importaba la carpa; hemos dormido al sereno, con los pies para el lado del fuego, y nunca olvidaré ese despertar con los pájaros entre el ramaje ¡cuántas cosas superfluas tiene un hombre actual! ¡Y cómo le mejora la cabeza a un muchacho que vive abrumado! Aún tengo mi cuchillo de monte, de acero sueco. Lo único material que sobrevivió. 

Le pregunté al muchacho “¿Qué necesita un hombre para vivir?” -“Nada” –contestó. Ya terminábamos. Ni carpa, agregué mentalmente. Quizá un buen cuchillo y un par de anzuelos. Se puede huir de esa civilización que –dicen- se viene. Nunca lo dije. Pero un psicoanalista me dijo las palabras de un tipo que… eran las mías. Hubiese querido saber quién era. Con el Google he puesto la estrofa de un son, y el Google me puso la estrofa siguiente. “No me llores más” agarrado de la cola. Pero ahora eran… conceptos. Palabras que sin duda recordaba mal. Puse cualquier disparate y oprimí Enter. El tipo era Thoreau; Henry David Thoreau. “ El escritor, naturalista y defensor de un pensamiento independiente Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862) concibió su vida como una sucesión de experimentos”. 

Y la frase aquella que no lograba recordar: "Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida...para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido"

 Lean a Thoreau. Yo siempre me imaginé con un 30-30 a palanca. Matar un venado, comerlo y dejar los restos a los vermes es parte de la vida. Y observen la “vida moderna”; como lo harían Thoreau o Bukowski. Muchos de ustedes están a tiempo de hacer su propio experimento.





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