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Mi gurú es un ciudadano del mundo. Se codea con Premios Nobel; da
clases a jueces en Cataluña, diserta en La Sorbona. Pero póngale que es
bahiense. Ahora anda con inteligencia artificial. Porque hasta ahora la mejor
computadora era solo una palanca que super-potenciaba el cerebro humano.
Esto es otra cosa. Me hizo escuchar razonamientos, respuestas y frases de la
máquina por teléfono fijo. Y… me asustó. Ya no termino de saber quiénes
somos los habitantes del planeta, ni dónde se toman las decisiones. Pero… ya
hay inteligencia artificial. Y si no es así, el lector Lohín me corregirá. Tiene sus
fans, ojo. Y datos. Pero les cuento algo.
El caso es que estaba en el Colegio de Abogados renovando mi token; la
tarea la hacía un joven a quien no veía; yo veía un monitor, e interactuábamos:
él ponía algo, yo respondía teclado mediante. Era largo, y había intervalos. En
esos intervalos, el fondo de pantalla era una hermosa carpa azul en un prado,
al anochecer. Y, sin vernos, dialogábamos verbalmente.
“¿Ese fondo de pantalla es tuyo?” – le pregunté. Respondió que sí. “Salíamos
con mi viejo”. Y yo –sin pensar- le confesé que mis primeras salidas de
mochilero –a los 14 años- me habían cambiado la vida. A Tandil. Se acampaba
en el Parque Independencia. Allí había campamentos prolijos y campamentistas
prolijos al punto de tener bandera: Los biguás, por ejemplo.
¿Nosotros? Una pandilla de pequeños rufianes, al punto de que yo era el más
decente. Ni nos importaba la carpa; hemos dormido al sereno, con los pies para
el lado del fuego, y nunca olvidaré ese despertar con los pájaros entre el
ramaje ¡cuántas cosas superfluas tiene un hombre actual! ¡Y cómo le mejora la
cabeza a un muchacho que vive abrumado! Aún tengo mi cuchillo de monte, de
acero sueco. Lo único material que sobrevivió.
Le pregunté al muchacho “¿Qué necesita un hombre para vivir?”
-“Nada” –contestó. Ya terminábamos. Ni carpa, agregué mentalmente. Quizá un
buen cuchillo y un par de anzuelos. Se puede huir de esa civilización que
–dicen- se viene. Nunca lo dije. Pero un psicoanalista me dijo las palabras de
un tipo que… eran las mías. Hubiese querido saber quién era. Con el Google he
puesto la estrofa de un son, y el Google me puso la estrofa siguiente. “No me
llores más” agarrado de la cola. Pero ahora eran… conceptos. Palabras que sin
duda recordaba mal. Puse cualquier disparate y oprimí Enter. El tipo era
Thoreau; Henry David Thoreau. “ El escritor, naturalista y defensor de un
pensamiento independiente Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts,
1817-1862) concibió su vida como una sucesión de experimentos”.
Y la frase aquella que no lograba recordar: "Fui a los bosques porque quería
vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si
podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y
desechar todo aquello que no fuera vida...para no darme cuenta, en el
momento de morir, de que no había vivido".
Lean a Thoreau. Yo siempre me imaginé con un 30-30 a palanca. Matar un
venado, comerlo y dejar los restos a los vermes es parte de la vida. Y observen
la “vida moderna”; como lo harían Thoreau o Bukowski. Muchos de ustedes
están a tiempo de hacer su propio experimento.