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Tres Arroyos, VIERNES 29.03.2024
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El tesoro de Malvinas que entregó Ana

Ana Borcano es tresarroyense, pero durante la guerra en las islas Malvinas residía en Puerto Madryn con su familia. Allí se radicaron en 1976 y permanecieron durante aproximadamente una década porque su marido, Abel Iriarte, trabajaba en la empresa Aluar.

Hubo otras familias de nuestra ciudad que, por similar motivo laboral, se mudaron a Puerto Madryn. Las integraba un trabajador que provenía de la fábrica Istilart y eran mano de obra valiosa para la mencionada empresa.
Antes, durante y luego de la guerra, cada vez que tuvieron oportunidad, agasajaron a los soldados con masitas, café, algún almuerzo, en el gimnasio de una escuela. De esa época, Ana conservaba un gorro que le obsequió un militar luego de la rendición, diarios, revistas y también banderines de aviones Hércules. Esta semana entregó tales elementos a la agrupación Roberto Reducindo y se siente tranquila, porque para ella constituía un tesoro y “quedó a resguardo”.
Agasajos y contención
El casamiento entre Ana y Abel tuvo lugar a comienzos de la década del ’60. Cuando partieron hacia el sur la familia estaba conformada por dos hijos: Gerardo, de 11 años, y Mariano, quien tenía 3; y la madre de Ana, Mariana Jauretche.
La vivienda se encontraba “en el barrio que Aluar hizo para los trabajadores, bastante alejado de Puerto Madryn. Mi hijo mayor debió dejar el Colegio Jesús Adolescente, donde estaba haciendo la Primaria, extrañó mucho; para el menor fue más fácil adaptarse, por su edad”. Entre otras anécdotas, cuenta que “se compraba carne congelada en los mercados, era una novedad para nosotros”.
Entre las familias de Tres Arroyos que se encontraban allí menciona a “Martínez, Villafañe, González, Tabores y Lloret”. Mantenían un contacto, porque “no había parientes, tan lejos. Era como que nos hacíamos familia todos juntos. Algunos volvimos y otros se quedaron, tenían hijos adolescentes, crecieron allá, se casaron y vinieron las nuevas generaciones. He ido muchas veces”:
Tiene en sus manos, durante la entrevista, un ejemplar del semanario local Impacto, de mayo de 1982. Un artículo describe que “un grupo de matrimonios del barrio Roca (ex Aluar), improvisaron una visita el pasado sábado a soldados que se encontraban alojados en nuestra ciudad, de paso”. Puntualiza que integran el círculo tresarroyense y les llevaron a los jóvenes “toda clase de comestibles y postres, mientras los niños les obsequiaban golosinas”.
La publicación incluye el testimonio de un soldado. “Esto nos cae muy bien y nos demuestra que no estamos solos”, fueron sus palabras.
En instalaciones de Aluar, comenta Ana, había un sector que era utilizado para las comunicaciones durante el conflicto bélico. Relata que “íbamos todas las mañanas a llevar café, masitas a quienes hacían esa tarea ¡estaban tan agradecidos!”.
Observa que “no sé si todos los soldados que pasaron por Puerto Madryn habrán llegado a Malvinas, algunos quedaban en el continente. Eran todos muy jóvenes, estaban emocionados, conmovidos al momento de despedirse. Los agasajamos en un gimnasio”.
En esos meses vieron llegar e irse a “muchas tandas de soldados”. En las rutas había amplia presencia militar. Dice, en este sentido, que en el inicio de la guerra los tanques iban por la ruta hasta Trelew. Señala que “un día tuvimos que viajar de urgencia porque se descompuso mi hijo más chico. Cuando llegó mi esposo del trabajo a las cinco de la mañana, el pequeño estaba con fiebre y en un grito de dolor. No nos dejaban pasar por la ruta, hasta que vieron que era una urgencia. Fue derecho a cirugía, porque tenía una peritonitis; el doctor repetía que ‘los milagros existen’. Estuvo un mes internado”.
Hace referencia a los muelles, el que está ubicado en la ciudad de Puerto Madryn, “donde se puede pasear, pescar”, y el correspondiente a Aluar, cerrado al público. “Ahí solían desembarcar. Una vez arribó el Crucero Puerto Belgrano y yo tenía familiares a bordo, nos visitaron”, explica.
Menciona contingentes numerosos, con traslados realizados en camiones, y en un micro grande, donde “decían que iba (Mario Benjamín) Menèndez”, quien fue gobernador militar de las islas Malvinas. La guerra había finalizado y los vecinos se ubicaron junto a la ruta “con todas las banderas, aplaudiéndolos y cantando. Se me ocurrió hacer una seña como para que me tiraran algo, abrieron la ventanilla y me dieron un gorro”.
Vio a soldados “con la ropa mojada, usaban bolceguìes que no tenían cordones”. Las huellas de la dura experiencia en las islas se percibía en cada uno de ellos. Valora que “en Madryn mucha gente se volcó a contenerlos, a saludarlos”.
En una oportunidad, “los dejaron en la ciudad y la gente los llevaba a su casa a cenar. Cuando los de mayor rango se dieron cuenta, juntaron a los que todavía quedaban caminando por las calles y los llevaron a una barraca”.

El ex combatiente Mario Ielmini recibió el valioso aporte de Ana


Con orgullo
La vocación del grupo de tresarroyenses era básicamente ayudar, “ver qué podíamos hacer. Nos organizábamos, estábamos contentos de poder colaborar en algo. Era difícil cuando se despedían”.
Permanecían atentos, la mayor cercanía geográfica con las islas llevaba a vivir con intensidad lo que sucedía. Rememora que “una noche se hizo una reunión en el aeródromo, había soldados y militares de cierta jerarquía. Cenamos, después estábamos bailando y sentimos una sirena. Se escuchaban aviones, fue un pánico total porque no encontrábamos mesas, lugares para escondernos. Pero después nos informaron que era un simulacro, para ver cómo la gente actuaba. El susto fue grande”.
 Como sucedió en todo el país, los informes oficiales reflejados en los medios exclamaban que “estábamos ganando” y generaban alegría. “Pero no fue así”, subraya Ana y reflexiona: “Lo que no entiendo es por qué culpaban a los soldados, por qué los escondían. Según me contaban, les costó conseguir trabajo. Todo lo que pasó después, en vez de estar orgullosos los escondimos”.
Luego de diez años, su esposo decidió retornar a Tres Arroyos. “El trabajo era muy insalubre, gracias a Dios salió bien él, pero llegó un momento que no quiso estar más y nos vinimos. Yo hubiese querido quedarme allá, comprar una casa, pero no tuve suerte”, admite.
Abel Iriarte instaló un taller de radiadores. “Los arreglaba, aprendió el oficio de mi padre -explica-. Después se jubiló y siguió trabajando, estaba bien. Falleció a los 80 años”.

En paz

Ana vio por televisión la entrega de medallas, otorgadas por el Gobierno nacional, a los ex combatientes, acto que se desarrolló en el Concejo Deliberante el miércoles pasado.
Por esta razón, decidió contactarse con la agrupación Roberto Reducindo. Ella tenía interés en entregar los elementos que había guardado en 1982, “la gorrita, muchos diarios y revistas, donde hay fotos de soldados. También los banderines del Hércules”.
Afirma que es “algo que le tengo cariño, que a su vez duele. Estoy contenta que lo haya recibido la agrupación, va a quedar a resguardo”. Hoy por la mañana, ex combatientes van a pasar a buscarla para asistir al acto de conmemoración, “querían que estuviera yo”.
Con claridad, destaca que “tengo paz, es como un tesoro que había conservado. Pensaba qué iba a pasar con eso el día que yo falte, está en buenas manos”.
 Hace 41 años, recibieron en Puerto Madryn a los soldados “con cariño. Nos interesaba que se sintieran acompañados”. Hoy expresa un mensaje dirigido a quienes defendieron la patria en Malvinas: “primero les quiero decir gracias. Seguiremos luchando por las buenas para recuperar las islas, yo tal vez no lo vaya a ver, pero a lo mejor algún día se pueda lograr, no con una guerra”.
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