23|04|23 22:00 hs.
Muchas mujeres latinoamericanas migran solas en busca de trabajo, mejor calidad de vida y dinero para enviar a sus hijos.
Van a leer aquí el pensamiento que va hilando una mujer salvadoreña en Madrid durante un viaje en subte que va desde la estación Casa de Campo a Plaza Castilla.
Por Raquel Poblet
En el metro me aburro. Subo en Casa de Campo. Por suerte puedo no leer porque las anuncian por alto parlante y me las sé de memoria. A las estaciones. La primera es Príncipe Pío, que ya la pasé. Y después viene Plaza España, que tiene más gente. Un día voy a bajarme en cada una, caminar por las calles y volver a subir. Lo voy a hacer cuando me den el pase, que me lo van a dar. Es que quiero caminar conversando con alguien. No puedo creer esto de caminar tranquila por la calle aunque haga frío, caminar y que ningún chavo me ataque para robar. Me quiero quedar en España y traerme a mi Chirito que hará los catorce y me lo agarra la mara. Con los euritos de la Chempe lo voy a sacar, yo sé que lo voy a sacar. Aunque dicen que ahora hay guerra ¡¿Qué guerra?! Aquí hay gente que trabaja y otra que bebe y toma droga, pero aquí se come muy bien, sólo que me aburro. Porque no tengo con quien hablar. En el metro me aburro. Ahora en mi trabajo de Casa de Campo me aburro. Limpio los baños y es fácil porque me dan los guantes y la máscara de la cara para no oler nada y en quince minutos ya está, un váter limpio y después otro. Es todo mecánico y eso me gusta pero me aburre porque no hablo con nadie. Y a la tarde limpio el restorán y ya tengo todo pensado cómo se hace y casi que mi cuerpo lo hace solo, desde que subo las sillas a las mesas hasta que pongo los manteles y las servilletas. Pero no hay nadie para hablar. Ahora pienso todo esto para que no se me olvide. No quiero que los recuerdos se me escapen. Los recuerdos de mi país no se me escapan porque allí un día el monte estaba plácido y al otro ya caían los bombardeos y quedaban los cuerpos tirados, que así murió mi mamacita. Un día iré, cuando sea yo mayor a la provincia a caminar descalza arriba de la tierra donde están sus huesitos. Me acuerdo todo en mucho desorden, que es como no recordarlo porque todo se mezcla, el zumbón de las metrallas, otros tiroteos arrejuntados y los nubarrones que suben de abajo para arriba y no lo puedo contar.
Uy, ya pasé por Tribunal y no me di cuenta. No miro por pensar fuerte en mis cosas para que no se me olviden. Ahora sube una señora que debe ser de Honduras. Yo me doy cuenta porque los hondureños cuando entran a un lugar miran un poquito para atrás. Miran rapidito para que no se note que miran. A mi Chirito lo hago cruzar por Honduras primero, mi Chirito, que se me quedó allí, a la Adrianita se la llevaron, mi mujercita, en México está y me dijo que se va a venir, a venir acá a Madrid con su mamá, sí.
Uy, ya pasó Alonzo Martínez. Yo sé que acá vive la gente más fina. Y aquí vive don Miguel, que es de dinero y no me pide cosas feas, yo lo atiendo, hoy lo quiero atender, ya le dije, pero quiero hacerme una siestita y bañarme bien. A la Chempe le gusta que nos bañemos. Me baño, me pinto y me pongo el pelo rojo con la tintura lavable. A don Miguel y a don Blas les gusta el pelirrojo, qué raro, a mí el rojo, yo con rojo que soy tan morenaza. Por suerte ya son viejitos y les hago unos masajitos suaves como me enseñó la paceñita de Barcelona. Allí quiero volver. Pero aquí, en Madrid, con los euritos de don Miguel y de don Blas, ja, con los euritos que le escondo a la Chempe, me traigo a mi Chirito, en un año me lo traigo.
Qué lindo Barcelona. Con las dominicanas Chabelita y Truni limpiábamos el vestuario del gimnasio de Vía Layetana siempre cantando, siempre bailando, las clientas se ponían contentas después de hacer ellas la natación. Quedé amiga de dos chicas antropólogas, la argentina de rulitos que es tan buena y se llama Gabi, pero yo prefiero el nombre verdadero que es Gabriela; y la catalana, sí, esa es nativa de Catalunya y se llama Laia y es muy flaquita y risueña. Las dos nos daban de conversar. Les prometí que cuando me traiga a mi Chirito me vuelvo con ellas a esa ciudad, porque ellas tenían muchas amigas mujeres como nosotras y haríamos una gran banda de más amigas y yo pondría un bar de popusas en esa ciudad. Y también de otras comidas latinoamericanas, por qué no. Y dejaría de limpiar y de atender señores, aunque a don Miguel me lo traería conmigo, pero él no quiere porque ya tiene nietos y es de un partido importante de la derecha. Yo ya sé todo, él es famoso, pero no digo nada a nadie y no lo tengo en mi móvil. Igual, cómo me gustaría que se viniera conmigo y con el Chiri y con la Adrianita, que también va a dejar la vida en México y se va a venir a atender el bar que voy a poner.
Uy, es la Gregorio Marañón, si me bajo aquí, no sabría a dónde caminar. Mejor sigo como siempre hasta Plaza Castilla y por ahí voy derecho por la Avenida de la Castellana. Me como unas empanadas de atún, unas orejitas de chancho y ya en lo de la Chempe me duermo una siestita, me baño y me visto y me tiño y me pinto, y, lo bueno, es que no tengo nada que limpiar. Don Miguel habla poco pero es cariñoso. La Chempe me sonríe y me cuenta sus cosas de ella, yo la escucho y ella no me deja hablar a mí. Pero ya queda poco, ya me como las empanadas argentinas de atún y las orejitas y hago la siesta y después mis arreglos y los masajes para don Miguel, los que me enseñó la paceñita de la pensión de Usera, bien suaves desde abajo hacia arriba apretando más. Las bolivianas siempre pasan antes por Buenos Aires. Yo quería ir ahí, pero era más difícil. Ella era buena, pero esa pensión estaba llena de potocos brutos. Para mí es mejor vivir en la casa de la Chempe, pero la paceñita no quiso venir, no le sale la profesión. Bueno, a mí tampoco, yo soy empleada de hogar que limpia bares y vestuarios y ya tengo los papeles y la nacionalidad, sólo hago los masajesitos, que no es hacer la vida y cuando me traiga al Chirito y tenga mi bar en Barcelona con las chicas, qué lindo que va a ser.
Uy, es Plaza Castilla, la terminal.