24|06|23 22:23 hs.
Quizá pregunté si el petróleo que había bajo nuestra casa era nuestro. Porque en ese caso bien haríamos en poner una de esas torres de hierro en el patio y sacarlo. Era muy niño, pero leía. Mis padres, frondizistas declarados, me lo explicaron así: “El subsuelo pertenece al Fisco”. El Fisco. Imaginé un hombre poderoso y de grandes bigotes. Años después vi que había un fisco nacional y otro provincial ¿a cuál de ellos pertenecía “el subsuelo”? Nunca fui radical, pero lean estas palabras de Don Hipólito.
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“Las leyes mineras nacionales, coincidentes con principios de derecho civil adoptados por nuestro código, fueron dictadas en una época en no podía sospecharse el valor económico y la importancia social que adquirirían en el futuro los aceites minerales o hidrocarburos industrializados y puestos en el comercio. De ahí que no introdujera una excepción dentro del régimen legal adoptado a las substancias naturales existentes en el subsuelo, distribuyendo su dominio entre la Nación y las provincias en concordancia con su soberanía política, lo que significa entregar la dirección de los enormes intereses de todo orden relacionados con el petróleo, a criterio administrativo múltiple, cambiante y frecuentemente contradictorio de catorce jurisdicciones, además de la jurisdicción federal (…) Es suficiente enunciar ese estado de cosas para comprobar sus graves inconvenientes y hasta sus peligros evidenciados ya en la alineación precipitada de concesiones por algunos gobiernos provinciales, cuyas inconsultas medidas suscitaron tan justificadas inquietudes y que, revocadas más tarde por el cambio de pensamiento emergente de la renovación de los poderes locales, han dejado tras de sí secuela de conflictos, sometidos actualmente a la competencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Mensaje de Yrigoyen al Congreso, 1929”.
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Sí vote a Menem (sólo la primera vez, y todas las noches me fustigo con un latiguillo de tres colas). A él le debemos el Pacto de Olivos. Como “pacto”, la otra parte era el radicalismo. Y miren como quedó el art. 124 de la Constitución: “Corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio”. Viniendo del Turco, el pueblo, el tipo de a pie, no podía esperar nada bueno. Pero nos empaquetaron. Y con esto, amén de la aquiescencia de los gobernadores, El Turco dividía para reinar. Digo: para hacer negocios. Del otro lado del mostrador estaban los grandes capitales trasnacionales, frotándose las manos, listos para las tratativas con uno y con otro gobierno provincial. De a uno come la gallina. Y se llena. Por supuesto, este nuevo artículo se da de patadas con los arts. 41 y 75, porque fue un armado al estilo del Dr. Frankenstein. Hay una ley para inversiones mineras, que señala regalías del 3%, pero parece ser que nos roban en todo, hasta permite descontar gastos de prospección, las multas -parece ser- son dos mangos y como yapa saborizan las aguas con cianuro. Un geólogo se me sinceró en privado: “También nosotros hacemos cada cosa…”.
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Ahora bien, cuando ven una posibilidad extractiva nos corren con el guano. Recordarán: en islotes de Perú y Chile anidaban multitud de aves marinas, cuya materia fecal, acumulada por toneladas y seca, era el fertilizante por excelencia. Lo compraban Estados Unidos e Inglaterra, para empezar. Tanto valía que habían calculado cuánto se perdía cada vez que la bandada levantaba vuelo sobre el mar. La larga primavera del guano duró hasta 1905, cuando Noruega logró fertilizante nitrogenado artificial. Allí terminó. (Lo mismo pasó con los CD: nos “afanaron” hasta que cualquiera pudo grabárselo. Todo en un día). De modo que cuando alguien quiere defender un yacimiento de algo, los cipayos de esos capitales trasnacionales le dicen sobradoramente: “a ustedes les va a pasar lo que pasó con el guano”, igualando las posibilidades de mercado del oro u otro mineral con los excrementos de un albatros. Las comisiones y los tratados puertas adentro hacen el resto. ¿Qué haría yo? Lo que escuché a un ingeniero en un programa radial. Punto uno: no ponerse loco y querer extraer todo en poco tiempo. Después se van y… sin el pan y sin las tortas. Ni el agua dejan. Punto dos: formar una empresa mixta con participación estatal e ir extrayendo de a poco y cuidando el medio ambiente. Son recursos “no renovables”. Eso está implementando López Obrador –Amlo- con su programa “Litio para México”. Bolivia lo nacionalizó en el 2018.
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Si Sarmiento luchó con la espada, con la pluma y la palabra, Morales -aggiornado y más expeditivo- lucha con la topadora. Y si los dueños y sus incordiosos amigos se ponen un poco pesados, lucha con postas de goma y granadas lacrimógenas bien apuntadas, para optimizar los efectos. Respecto de normas sobre propiedad o posesión (calculo que de 500 años comprobables), pues eso lo resolverá la corte que ha sabido formar. Entonces: aquí empujó un poquito a unos gauchos con el Caterpillar y sembró cannabis sativa. El antiguo ocupante del lugar se murió. Murió al ver eso, dice la viuda, que no conoce los beneficios del aceite de cannabis y entonces habla. Allá el litio. En tierras áridas, una tonelada de litio insume dos millones de litros de agua, la tonelada siguiente otros dos millones, y así sucesivamente. “Acá siempre se ha trabajado con animales…” comenzó un lugareño, y ahí apagué la TV. Hay un “triángulo del litio” formado por Bolivia, Chile y Argentina. En materia de precios somos -obviamente- los hijos de la pavota. Por goleada. Mala suerte para la provincia. Buena para algunos dirigentes, espero. “El mundo es ancho y ajeno”, de Ciro Alegría; o el magnífico “Redoble por Rancas” de Scorza. O -redondeando- “Las venas abiertas de América Latina”. No es una historia nueva: galeones llevando la plata del Potosí; corsarios que los asaltaban mar adentro. Y donde haya litio ya no habrá ni litio, ni plantas ni animales. Y un vaso de agua no se le niega a nadie. Pero si no hay, no hay.
