Sociales

CUENTO BREVE GANADOR

Embrujo

17|09|23 11:30 hs.

Por Cristina Fasulino (*)


La cena en lo de Jorge transcurrió como una más de tantas: empanadas, buen vino, discusiones en torno al último partido del campeonato y otras complicidades. Cerca de medianoche llegó una joven rubia abrazando un perrito de raza desconocida y Jorge la presentó como su prometida. Durante veinte años él y yo nos mantuvimos orgullosamente libres, sin compromisos, alardeando nuestra soltería, hasta que un par de años atrás conocí a Lucía y me casé sin dudarlo. Ahora él repetía la historia como si quisiera vengarse de mi supuesta traición. Kassia, así se llamaba la joven de origen polaco, contó preocupada que Pawel, su perrito, había vomitado varias veces. Recordé que Lucía también había llegado a mi vida acompañada por un perro enfermo, cuyo ladrido era demasiado agudo y orinaba en cualquier parte. Por suerte, el pobre murió un mes después de conocernos y no tuve que lidiar con su presencia y olor nauseabundo. En la sobremesa, Kassia me contó su austera vida; no tenía familia, se mantenía gracias a la herencia que le dejó un tío lejano, y ocupaba la mayor parte del tiempo ayudando en geriátricos y refugios para animales. Sentí pena por ella; merecía algo mejor que la compañía de una mascota enfermiza y un hombre maduro. El trabajo en la oficina, las salidas con mi esposa y otras ocupaciones dificultaron un nuevo encuentro con la pareja. Al llegar el invierno supe que Jorge había enfermado gravemente por un extraño virus que afectó su aparato respiratorio. Kassia se convirtió en su enfermera de tiempo completo y cada vez que iba a visitarlo -por hache o por be- ella no me permitía entrar. Al principio creí sus excusas, pero luego me di cuenta de que no era bienvenido. Lucía intentó quitarle dramatismo a los hechos y me explicó que las personas posesivas hacían todo tipo de locuras para aislar a su pareja de la familia, ex novias y hasta de sus mejores amigos. La joven parecía ser un claro ejemplo de ello. Meses después, en primavera, me enteré de que Jorge y Kassia se habían casado en una ceremonia íntima cuando creían que él no se salvaría. Me alegró que lograra superar su extraña enfermedad, pero me enfadé cuando supe que, sin siquiera despedirse, se mudaron a las sierras de Córdoba en busca de un clima más propicio. Entonces, sin más explicación que mi propia intuición, se fijó en mí una idea: ella ocultaba intenciones oportunistas y siniestras. Sin embargo, no tenía pruebas ni argumentos sólidos para acusarla; de hecho, cuando averigüé sus antecedentes con un policía amigo no encontré ninguna denuncia en su contra. Lucía nuevamente se ocupó de calmar mi ansiedad haciéndome ver que, quizás, el problema no era Kassia sino Jorge. Mucha gente solía cambiar después de transitar una experiencia cercana a la muerte, por eso debía respetar su decisión de empezar una nueva vida lejos del viejo entorno. El paso del tiempo mitigó mi nostalgia y mis días volvieron a ser tan gratos como antes. Una tarde, al salir de la oficina, me sobresaltó el repentino ladrido de un perro. Dejé caer mi carpeta, se desparramaron algunos papeles y tuve que agacharme a recogerlos. El animal, atado a un poste de luz, no cesaba de chumbarme con ladrido ronco y fatigado. Amenacé con golpearlo y él me miró fijamente. Recién entonces aprecié lo extraño que era, ni siquiera fui capaz de adivinar su raza. En ese momento, aparecieron unas largas piernas y escuché una voz que reconocí de inmediato: -Tranquilo, Jerzy-. Alcé la vista y allí estaba: Kassia (bella como siempre) comenzó a desatar la correa sin prestarme atención-. Disculpe, señor. No sé qué le pasa hoy a este perro. Parece embrujado. Ella y su mascota se dirigieron a un edificio de gran categoría ubicado en la esquina y yo los seguí con la mayor cautela posible. Cada tanto el perro giraba para mirarme y debía esconderme para no llamar su atención. Subieron al ascensor y el indicador de piso se detuvo en el número cuatro. Minutos después se iluminaron las ventanas del departamento con balcón a la calle. Del mismo modo que años atrás, una idea fija se grabó a fuego en mi cabeza. Volví a casa muy alterado y le conté a Lucía mi teoría sobre la verdadera identidad de Kassia y su modus operandi. -Seduce a hombres maduros y solitarios, los enferma y obliga a casarse cuando se sienten vulnerables. Apenas repuestos, los convence para mudarse a un clima más beneficioso y los aleja de sus amigos. En el camino practica su magia y luego aparece sola, en una nueva ciudad, con su perro de raza desconocida-. Mi esposa me escuchaba asombrada, como si de pronto yo hablara en otro idioma-. ¿Te acordás cómo se llamaba su viejo perro? Pawel que significa Pablo en polaco. Bueno, ahora vive con "Jerzy", Jorge en polaco. Ella permaneció en silencio, seguramente intentando procesar mi fantástica conclusión. De repente no pudo contenerse y explotó en una carcajada. Su reacción era lógica; mi teoría sonaba inverosímil. Sin embargo, yo sabía que tenía razón y esta vez no me detendría hasta encontrar las pruebas para desenmascarar a la verdadera Kassia.

Esa misma noche regresé al edificio de categoría y subí al cuarto piso. La mujer me atendió en bata con un espumante en la mano, emulando a la villana de una película berreta. Pregunté por Jorge y el perro que descansaba sobre la alfombra levantó la cabeza al oír mi voz. -Duerme -respondió desafiante. La aparté de mi camino bruscamente y me acerqué al animal. Tomé su correa y, a pesar de los reclamos y gritos de la joven, lo llevé conmigo. Durante el viaje le dije a mi amigo que no debía preocuparse ni fingir, a mi lado siempre estaría a salvo. Él me miró con ojos tristes y orinó el tapizado. Al llegar a casa encontré a Lucía sirviendo la cena. Sin ocultar su hartazgo dijo que Jorge había llamado furioso; exigía que le devolviera hoy mismo el perro a su esposa o me denunciará a la policía. La miré atónito. -También te recomendó un psiquiatra -agregó al tiempo que palmeó mi hombro. Incapaz de confrontar a nadie, le entregué la correa, las llaves del auto y bajé la vista avergonzado-. Comé algo y después, por favor, tratá de descansar -dijo compasiva. Todo había sido una locura, un delirio que había ofendido y enojado a muchas personas. Sólo esperaba que Lucía pudiera remediar la situación con su habitual amabilidad. Terminé mi plato de pastas, bebí un vaso de vino y me recosté en el sillón para mirar un partido de la Copa Libertadores. Al promediar el segundo tiempo comencé a sentirme mal; me dolía el estómago, las piernas y los brazos. Me levanté para tomar un calmante, pero no llegué a tiempo y caí al piso inconsciente.

Durante un mes estuve al borde de la muerte, ningún médico pudo descifrar qué me ocurría. Lucía me cuidó todo el tiempo y apenas me recuperé, dejamos el invierno de Buenos Aires y nos instalamos en el norte del país. Ahora duermo casi todo el día, me baño una vez por mes y ladro cuando tengo hambre. Lucía comenzó a salir con un hombre que -sin duda- en unos años será mi reemplazante. Percibí todas las señales: la captación del hombre maduro, el matrimonio por conveniencia, y la pócima en la comida para completar el embrujo. Mi teoría fue acertada pero erré el objetivo. Si pudiera reencontrarme con Jorge, tal vez él me reconocería. No dejo de preguntarme por qué a nadie le interesa averiguar a qué raza de perro pertenezco.

 (*) La producción obtuvo el 1º puesto en el Concurso de Cuento Breve, edición 2023