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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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Testigo de una noche bizarra

Madrugada de domingo en la ruta 88. Apenas 30 minutos habían pasado de la hora 0, cuando un retén policial nos pide que detengamos el auto y descendamos para ser testigos de una requisa. 

«Drogas», me dije a mí mismo, anhelando en vano que no les encuentren nada para poder seguir a mi casa tras cinco días ausente, pero siempre supe que no iba a ser así. 
Dos muchachos estaban parados afuera de un Gol Trend blanco. En la gaveta del auto habían encontrado un tubito cartón lleno de pastillas de éxtasis. «Un buen título», pensé por un lado con mi lóbulo periodista siempre activo a pesar del cansancio («Hallaron éxtasis en Necochea», mi dijo mi inconsciente siempre colaborador); «un garrón», por el otro, cuando un comisario de la Federal me recordaba mi obligación de ser testigo «porque es una carga pública». 
«No se preocupe que en 20 minutos, media hora, lo liberamos», me dijo el encargado del operativo. Yo siempre pensé que se refería a mí, no a los sospechosos también. 
Pero así fue. No pasaron 20 minutos, sino cuatro horas, y en lo único que fue sincero el policía fue en eso de «los liberamos», porque atrás nuestro, se fueron los dos muchachos interceptados con la poderosa droga en su poder. 
En el episodio no faltaron momentos bizarros, como la espera a que un funcionario judicial se digne a levantar el teléfono de la policía y, como en el caso del instructor Carlos Parisey, decrete la «tenencia para consumo personal» de 21 pastillas de éxtasis (la semana pasada en Rosario murió un hombre por tomar una mala), y los deje volver a Mar del Plata en el mismo auto donde hallaron la droga. 
Tampoco la inolvidable conversación entre el oficial de servicio, a quien sacaron de una fiesta familiar para que «baje» a «escribir» el acta de procedimiento, y el imputado, a quien le dijeron delante nuestro que había «zafado» porque «no atendió el juez federal». 
«Si atiende el juez, quedás en el calabozo, pero ahora te vas porque atendió este fiscal», escuché decir mientras la indignación me hacía abrir los ojos y los oídos, cuando el sospechoso, con la tranquilidad de quien viene a la comisaría a hacer un trámite de cambio de domicilio, explicaba el contenido de las pastillas que, según él, cuestan entre 150 y 200 pesos y tienen LSD y no me acuerdo que otra sustancia, «pero cocaína no», interesante, revelador. Faltaba que el policía le pregunte: «¿y cómo pega?» antes de sacarse la duda en forma material. 
Y así, alternando silencios de varios minutos, y conversaciones para aplastar la mentira de los «20 minutos y los liberamos», nos fuimos todos. Nosotros, luego de firmar un acta y pedir, «por respeto», que nos dejen salir primero que a los tenedores de la poderosa droga, ya que si ese requerimiento no existía, estoy seguro que los que se iban adelante nuestro eran los pibes de las 21 pastillas de éxtasis para consumo personal. 

Jorge Enrique Mendiberri 
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