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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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La que habita

Ella era una mujer joven, aunque quizás un poco anciana en su andar. Parecía suspirar cada vez que se veía en su reflejo originario, desamparada, abandonada por los suyos, por nosotros, por alguien que la amó y se grabó como una huella desconocida. 

Sí, ella suspiraba… 
Capaz de vivir sin nada o con ella, caminaba acompañada de su largo bastón y su lenta sombra oscura, tanto como su piel, marcando la historia que se cuenta hoy, esta historia memoria. 
Algunos le posaban en sus manos un par de monedas usadas, gastadas y un pedazo de pan; otros le servían un vino tibio en un vaso de barro, barro del que ella salía enfurecida, extasiada, liberada, agobiada de un pasado sediento de dulzura y bondad…
Así fue llevando su vida, o la vida la fue llevando de esa manera, caminando, derramando la lágrima viva, haciendo charco en su andar, marcando al ritmo de su corazón el paso de los tiempos.
Su nombre era Rosa Mesé pero siempre la nombraron “Pampa Rosa”. 
Descendiente mapuche, llegó a la zona de los tres arroyos hace mucho tiempo atrás. Ámbar pura, sangre paria, se movió entre los malones emboscando todo aquello que interrumpía su paso, su vida, su natal tierra derruida, su templo que ya no estaba, que ya había sido tomado por el hombre blanco; un alma inquieta que se escondía detrás de su largo cabello negro azabache y montaba los más bravos caballos salvajes y topaba al tiempo como quien quiere ganarse a golpes su pan. 
El último malón la dejó exhausta… Perseguidos, atormentados, violados y masacrados todos los de su tribu, todo su clan, debieron socorrerse debajo de la gran llanura verde y olvidarla en la incertidumbre de lo que había ocurrido. 
Sus ojos almendrados grabaron en la memoria el más terrible final y el descenso a un nuevo mundo tan cruel que apenas se dejó vivir para sentir cómo era ese mundo que la aniquilaría desmembrando su identidad, disolviendo su cultura, su lengua, sus creencias, borrando todo su imagomundi, toda su cosmovisión. 
Sola caminó la andada y así fue estampando su forma, sus ojos, su habla, su modo de revertir tanto daño recibido, tanta indiferencia. “La borracha que corría a los chicos”, “la que posaba por una copa de vino”, “la negra”, “la india”, la nada, la mujer que fue negada y en el tiempo fue ocupando otro espacio, el que no pudimos compartir. 
Así se nos contó su historia, el resto es cosa mía, pude imaginarla fuerte, entera, perpetua, fugaz, sabia y libre, en la trascendencia de los colores verde agua, rosas sus huellas y rojo el pañuelo que se impone sobre sus cabellos salvajes. Sólo con su pipa pudo respirar ese anhelado amor, esa hierba quemó todo sufrimiento, borró por un instante su triste realidad, humo gris que dibujó en su aire sueños de paz, espíritu de mujer divina y madre tierra… 
Ancestral mujer originaria llega a mí y a todas nosotras/ 
bajando 
en su agua cual sangre nativa 
transfiriendo sus saberes 
de alma en alma 
de corazón a corazón 
dispuestas a sembrar 
de nuevo 
otra historia. 
Romina Saint Denis Lara
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