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Cenizas de escuela

Por Alicia Hurtado

Lunes, muy temprano. Una amiga me avisa que se había incendiado la Escuela 5. Podría haber sido cualquiera el número, el dolor y la impresión no hubieran menguado, pero se trataba de una de las escuelas en las que, durante años, desarrollara mi tarea docente. Eso hacía más impresionante aún la noticia. 

Como suele ocurrir, un hecho así suele despertar recuerdos y sensaciones que parecían olvidados: una comunidad comprometida, un taller que bien pudo haber sido precursor de la actual ESI (Educación Sexual Integral), un equipo docente y auxiliar que no tenía límites en su dedicación, una cooperadora que todo lo realizaba para que nada nos faltase, y, cómo no, los alumnos, provenientes de hogares diversos, con multiplicidad de intereses, pero siempre proponiéndonos un nuevo reto, un desafío, algunos con verdaderos dramas, otros con vidas más cómodas, todos juntos, todos impulsando los engranajes que nos ilusionaban pensando que un mundo mejor siempre es posible. Una escuela en la que los hijos de un comerciante o un profesional exitoso compartían trabajo y juego con los de un obrero o un desocupado, donde no importaban las marcas de las zapatillas sino que todos pudieran jugar juntos. 
Claro que había tropiezos, claro que hubo robos (esos motivaron que se colocara alarma), siempre pudimos, juntos, sortear las dificultades. 
Por eso ver cenizas donde ayer hubo un aula, nos deja sin palabras, sin otra cosa que un nudo en la garganta y agua en los ojos. 
¿Qué nos pasa como sociedad cuando uno o varios individuos entran a una escuela a romper y quemar? ¿Qué hice mal para que niños, jóvenes o adultos estén tan enojados o enfermos o ambas cosas como para destruir el lugar en el que estudian, juegan, comen, ellos mismos, sus hijos u otros hijos? 
Y también pregunto para qué tanta cámara si no se puede prevenir, para qué tantos gastos en inmensas construcciones si no se puede proveer de alarmas y seguros a las escuelas.
El dolor y el enojo no son buenos consejeros en estos momentos, pero creo que no solo padres y docentes tenemos que comenzar a replantearnos seriamente estas cosas, esto debe seguir hacia arriba, hacia otras instancias con más poder de decisión, con manejo de otro tipo de fondos. 
Lo único real, me parece, es que así no podemos seguir. No puede ser que cada semana nos depare un robo, destrucción y ahora, un incendio. Así solo nos estamos acercando a un peligroso abismo, con un final abierto, pero no luminoso ni agradable. 
De nosotros dependerá gran parte del futuro de estos pibitos de hoy. Hagamos algo.  
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