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«La democracia puramente política es muy pequeña»

Por Diego M. Jiménez

No recuerdo en qué materia, supongo que fue en Introducción a la Historia, (en cuyo dictado, un particular, por no decir mediocre docente nos explicaba sistemáticamente, y en eso consistió todo el cuatrimestre, la diferencia entre autenticidad y veracidad en el análisis de una fuente histórica) tomé contacto con el libro «La ciencia, su método y su filosofía» (1960), escrito por el pensador argentino Mario Bunge (1919), que reside actualmente en Canadá, desde hace más de 50 años. Retiré el libro de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional del Sur, en donde estudiaba a veces y que, ahora al recordarla, me genera una nostalgia profunda. Allí pasaba horas felices y esforzadas rodeado de libros y otros estudiantes, disfrutando de ese clima único, que sólo la universidad puede brindar. 
Volvió a mi vida en forma directa hace un par de días, cuando evalué la posibilidad de dialogar con él. Un mail respondido velozmente por el físico y filósofo radicado desde 1966 en América del Norte, concretó la fecha y la hora de la conversación telefónica que sostuvimos por algo más de 30 minutos. Habla con tono bajo por la edad (el 21 de septiembre cumplió 97 años), pero usando una prosa limpia de adjetivaciones y concreta a la hora de explicar una idea. Carece de vanidad, es amable y no busca en forma deliberada la imposición de sus razonamientos. Sí, desliza ironías y hace gala de un estilo didáctico y riguroso a la hora de exponer. 
Bunge es uno de los intelectuales más lúcidos y provocativos de estos últimos 60 años, una persona que está dentro de las que «…el paso de los años no (ha sido) es una desventaja, todo lo contrario el cerebro funciona cada vez mejor si lo hemos usado, trabajado, exigido y desarrollado…», al decir de Guillermo Denegri, científico argentino, en una semblanza al intelectual titulada «Mario Bunge o el elogio de la sabiduría (y de la longevidad)», incluida en una edición homenaje a los 95 años del argentino denominada: «Homenaje a Bunge».
doctor en fisicomatemáticas, con más de 20 doctorados Honoris Causa, profesor en universidades de Brasil, Estados Unidos y Europa y jubilado a los 90 años como profesor emérito de la Universidad de McGill, en Montreal, Canadá, tiene más de 80 libros escritos (entre los cuales se destacan «Causalidad» (1959), «La investigación científica» (1967) y el monumental «Tratado de filosofía» (8 volúmenes, escritos entre 1974 y 1989), además de 500 artículos científicos publicados. A este voluminoso currículo, hay que sumarle el haber recibido el premio Príncipe de Asturias a las Humanidades en el año 1982 y un sinnúmero de reconocimientos y distinciones.
Bunge se define como un filósofo cuyo aporte principal ha sido construir un sistema filosófico caracterizado por el realismo, el materialismo, el cientificismo y el sistemismo «…encarar los problemas gordos de manera sistémica y no fragmentaria, no contentarse con el análisis, sino hacer síntesis…», explica. 
Es poseedor de una mente interesada en responder temas cruciales, no en comentar a autores: «…me fascinan los problemas filosóficos tales como ¿qué es el tiempo?, ¿qué es la mente? y ¿qué es la vida?…». Mentalidad portadora de una actitud intelectual que él denomina escepticismo metodológico y que explica del siguiente modo en «Las pseudociencias, vaya timo» (2011): «…el dogmático es esclavo de creencias que no ha examinado críticamente, de modo que se arriesga a obrar mal. El escéptico radical, el que nada cree, no está al abrigo de toda creencia, sino que es víctima de creencias ajenas. En cambio, el escéptico moderado, el que sopesa cada idea antes de adoptarlas o rechazarlas, está en condiciones de actuar racional y eficazmente». 
Hijo dilecto de la Ilustración (siglo XVIII) y crítico incisivo del posmodernismo, el psicoanálisis y el existencialismo, cree que el «Quijote» (Cervantes), «La Comedia Humana» (Balzac) y «Guerra y Paz» (Tolstoi), son las cumbres de la novelística universal. Gustoso de la música y fracasado confeso a la hora de tocar su instrumento favorito, el violín, lo conmueven el Partenón y las catedrales góticas, extrañando en forma particular la de Freiburg, la cual disfrutaba desde su despacho de trabajo en el Instituto de Física Teórica, ubicado en la universidad de dicha ciudad alemana. 
Se puede conocer parte de su vida privada, pública y académica disfrutando de su amena «Memoria entre dos mundos» (2014), que en realidad son cuatro: dos geográficos: uno, hasta su exilio definitivo del país cuando tenía 44 años, otro, la etapa de su vida en el extranjero, principalmente en Canadá; y otros tantos mundos culturales: el de la física y el de la filosofía. Entre ellos se entreteje la vida de alguien que responde simple y claramente, cuando se lo interroga sobre la meta de su existencia: «el conocimiento». Con él conversé agradable e inolvidablemente, para mí por cierto, sobre cuestiones de política y de actualidad.
– Usted en un artículo escrito hace un tiempo se manifestó en contra del denominado presidencialismo (característico de Argentina y los Estados Unidos) y desde el punto de vista de la forma de gobierno, a favor de lo que definió como «Democracia Integral» ¿podría profundizar sobre ambas cuestiones?
– Comencemos por el presidencialismo versus el parlamentarismo. Los países sudamericanos copiaron el modelo norteamericano que le da poderes extraordinarios al presidente de la Nación. En él, el presidente puede hacer cosas sin permiso del parlamento. Es lo más parecido a una autocracia. Es el modelo de Washington que es opuesto al modelo parlamentario inglés, según el cual todas las iniciativas parten del Congreso y no del primer mandatario (que sería un primer ministro).
Por otro lado, el tema de la Democracia Integral es que en algunos países se goza de libertad política, o sea, de la posibilidad de elegir a los gobernantes que nos van a tratar o maltratar los próximos años. 
Por ejemplo, los norteamericanos se encuentran ante la disyuntiva de elegir a un ser caricaturesco como Trump o a la candidata Clinton, que apoyó todas las iniciativas militares de su país y que eligió resolver los asuntos internacionales por la fuerza y no por medio del consenso y la diplomacia. 
La democracia puramente política es muy pequeña. Hay otras formas de democracia que deberían complementar a la política: la económica, tal como se práctica en las cooperativas de producción y consumo, poseídas y administradas por los productores, por ejemplo. Las cooperativas fueron propuestas por primera vez por Louis Blanc (1811-1882) en 1841 y seguidas luego por anarquistas como Bakunin (1815-1876). En España, en Mondragón (1) funciona un sistema de este tipo. Allí, las cooperativas, conforman un conglomerado de más de cien empresas muy diversificadas que tiene muy buen resultado. Les va muy bien. Son agrupaciones donde cada miembro tiene un voto por igual en las decisiones que se toman. Habría que agregar también a la democracia cultural, que consiste en el libre acceso de todo el mundo a todas las formas de educación. La Ley 1420, de educación común, laica y obligatoria, sancionada en Argentina en el siglo XIX (ley imitada por otros países de América Latina), es un ejemplo histórico de esta forma de democracia.
La Democracia Integral, es democracia total, en lo político, en lo económico, en lo cultural y también en lo biológico. No discrimina contra la mujer, tampoco racialmente y de ninguna otra forma. Este sistema no evita que exista un parlamento, que es necesario para que existan leyes para todos. 
– La primera observación que uno podría hacer a su propuesta de Democracia Integral, con un fuerte énfasis en el cooperativismo, es si eso es posible en países y sociedades de las dimensiones actuales. Por otro lado, vivimos en un sistema capitalista, que pese a algunos méritos usted ha calificado como moralmente condenable 
– Las cooperativas, que en definitiva son asociaciones privadas, pueden funcionar en cualquier lugar. Pero hay ciertos servicios que debe prestar el Estado: infraestructura, educación, el impulso a la investigación científica, por ejemplo. El Estado no debe limitarse a elaborar leyes, tiene que administrar bienes públicos. En inglés hay una palabra muy linda que se refiere a ello: Commonwealth. El Estado debe administrar la riqueza común, los recursos naturales, con competencia técnica. Con gente incompetente hay malos servicios y servicios caros. El público, en cualquier parte del mundo, tiene derecho a recibir servicios públicos competentes y a su alcance, financiados por impuestos que hay que pagar. Una de las lacras de nuestro país es la erogación de impuestos, su evasión. Hay mucha evasión en Argentina, también en otros países. Fíjese lo de los denominados «Panamá Papers». Mucho de ese dinero se gasta en cosas suntuarias, no genera trabajo. 
– La Democracia Integral sería una mezcla entre cooperativismo más acción estatal con competencia técnica. Usted se ha declarado heredero de la tradición de la Ilustración (siglo XVIII) y del programa de la Revolución Francesa resumido en tres conceptos: libertad, igualdad y fraternidad. Usted le ha agregado uno más: competencia 
– Ese cuadrado no debe estar en las nubes, debe reposar en un triángulo integrado por: trabajo, salud y educación. Si la gente no tiene trabajo es inútil que se le ofrezca educación gratuita. Si la gente no puede mantener a su familia tiene que recurrir a otros medios para hacerlo. Si quieren terminar con el origen del delito habría que comenzar por ahí. Soy gran partidario de la terna de la Revolución Francesa, pero no basta cumplir uno de esos puntos. Por ejemplo, los llamados libertarios en Estados Unidos, la extrema derecha conservadora como la que representa Sara Palin, propician la libertad sobre todo. Su lema es ése, la libertad. Pero no puede gozarse de ella cuando se es desigual con respecto al resto en muchos aspectos. Entonces, por un lado tenemos el triángulo básico y por otro, el cuadrado político.
– Cuando habla de competencia, ¿no le genera temor un gobierno ejercido por técnicos, una tecnocracia? 
– Nunca ha habido una tecnocracia. Nunca han mandado, en ninguna parte del mundo, no hay un ejemplo de ello. 
– No es algo similar, pero en la Argentina muchos ministros del actual gobierno provienen del ámbito empresarial. Los simpatizantes del Gobierno lo ven como algo positivo, entendiendo que los asuntos públicos están dirigidos por gente competente. Los opositores ven en esto, ausencia de políticos y por tanto un peligro 
– No hay técnicos. Hay egresados de universidades que no es lo mismo. Hay ejecutivos de empresas, administradores. Hay una diferencia grande con lo que denomino técnicos con formación científica. Insisto, no hay gobiernos tecnocráticos. El presidente Roosevelt se apoyó en el consejo de técnicos luego de la crisis de 1929 para sortear ese problema, no así su antecesor Hoover. 
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 Vale aclarar parte del pensamiento de Bunge, al parafrasear a John Stuart Mill (1806 – 1873), en esta materia: «…ningún problema económico tiene una solución puramente económica. Los grandes problemas son multifacéticos y no pueden ser arreglados por políticos y economistas…», escribe. Aquí también se observa su vocación sistémica. Por otro lado, su tecnocracia no tiene nada que ver con las esbozadas por las distopías (utopías negativas, tales como «1948» de Orwell o «Un mundo feliz» de Huxley) que describen autocracias asfixiantes de la libertad humana, sino más bien, se apoya en una ciencia al servicio de la solución de los problemas sociales.
Mejor utilizar palabras de su texto «Ser, saber, hacer» (Paidós, 2001), en donde señala como uno de los desafíos de la ciencia y de la técnica en el siglo XXI el «…propiciar el enfoque científico de los problemas sociales más acuciantes, a menudo descuidados por los especialistas o abordados de manera unilateral…». No en manos de ingenieros o economistas, sino en manos de especialistas en todo lo social, aclara. Resumo para el lector parte del decálogo político de Bunge: Democracia Integral, parlamentarismo, enfoque científico de las problemáticas sociales, competencia entendida como aptitud para hacer algo y los valores de la Revolución Francesa como norte. 
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– En los últimos años se ha criticado la figura de Sarmiento y usted piensa, y lo ha manifestado, que es el Jefferson argentino. Quisiera que explique porque lo ve de ese modo 
– Fue el mejor presidente que tuvimos, el más educado. Ninguno le ha llegado a las rodillas. Ninguno tan honesto ni tan competente. Admirador de una civilización laica y educada. Lo que pasa que tenía sus cosas. Creía en la superioridad de la raza blanca y veía con menosprecio al gaucho. Tenía algunas de las ideas racistas que circulaban en su época. Creó el Observatorio de Córdoba, la Academia de Ciencias, por ejemplo. Hizo mucho por la educación. Considero que hay que reivindicarlo, pero al mismo tiempo reconocer, que fue partícipe de la infame Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, un país que en su momento fue uno de los más progresistas de Sudamérica. En todo caso hay que ser objetivo en la historia, reconocer lo bueno y lo malo. 
También conversamos sobre su «padrino laico», al que conoció en su juventud (a los 20 años), el notable economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), que entre otras cosas fundó el Banco Central de la República Argentina (también fue su primer presidente, entre 1935-1943). Le referí una historia personal sobre la lectura de un libro de Prebisch «Contra el monetarismo» (1982) que tenía mi padre y donde el economista polemiza con la Escuela Austríaca de la economía (Friedman y Hayek, entre otros), padres del neoliberalismo, que tanto daño le hizo a la producción y a las cuentas públicas de nuestro país. Pero lo sorpresivo del diálogo no fue eso sino que me recordó que, como era de Tres Arroyos, debía conocer a Ernesto Malaccorto, nativo de nuestra tierra y colaborador del destacado economista. Hablamos también de Silvio Gesell (1862 – 1930), otro economista argentino-alemán vinculado familiarmente a Dunamar. Curiosidades de un diálogo. 
Lúcido, gentil y talentoso, Bunge, forma parte de la más grande tradición intelectual de nuestro país.
(1).- Guipúzcoa, País Vasco. En ese lugar comienza a gestarse el cooperativismo vasco, basado en el establecimiento de empresas inspiradas en esa visión económica. Uno de los principales impulsores de ese movimiento fue el sacerdote jesuita José María Arizmendiarrieta (1915-1976) 
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