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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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Aurora y la yanqui

Por Raquel Poblet

Después de la siesta pantanosa que fue el dos mil uno, y, por qué no los años anteriores, como el dos mil, el noventa y nueve, en el que empezó a sentirse un tedio pesado, una demora de algo que parecía inexorable pero que nunca llegaba, un estancamiento duro, un mal somnífero, después, digo, y eso fue el final, después, se largó la tormenta. Una siesta en un pantano es un mal dormir porque hay que hacer fuerza para no hundirse, y así no se duerme. No se dormía ni se trabajaba. El aire se cortaba con tijera. Los transeúntes nos mirábamos con sospecha, caminábamos aburridos, con los bolsillos vacíos, muy vacíos, vacíos como nunca antes en nuestras vidas. Después tomamos un rumbo, eyectamos el helicóptero y algo empezó a despuntar, a despertar. Empezó el dos mil dos con los presidentes cambiantes, el aire menos duro, mucha información. El dos mil dos, en su caos, prometía cosas. A mi amiga Aurora, por ejemplo, le sonó el teléfono.

Hola, ¿Aurora? Soy Fernando, el amigo de Alejandra. Te llamo desde San Francisco. Tengo una persona que necesita clases de idioma español.
Se le hizo agua la boca. Ella es filóloga y profesora de inglés. Había enseñado desde su tierna juventud, tenía los libros didácticos y material de su propia factura. Había trabajado quince años en una petrolera yanqui dando su lengua madre. Ese llamado fue la más maravillosa música. 
-¿Ah, sí, Fernando, cómo te va? 
– Bien. Viajo a Buenos Aires en unos meses. Compré unos departamentos en Palermo y los alquilo a extranjeros. Tengo una americana instalada en uno de la calle Oro. Puse a Edu, mi amigo de la infancia, para que se encargue. El te la va a presentar. Te va a abrir la puerta. No habla inglés. 
Hacía mucho que no trabajaba y se sentía torpe. Fue a buscar libros de nivel básico, algunas imágenes, unos cassettes, (todavía se usaban, no se asombren). Y hojas, papeles grandes tamaño oficio para oficiar de pizarrón. El inglés seguía vivo porque ella lo hablaba en la milonga. ¡Oh, la milonga! Eso había sido la verdadera salvación de mi amiga en esos tiempos de pantano, de cesación de pago, de timbres apagados, de pedir fiado, de cuentas acumuladas, de teléfono mudo. ¿Qué se pondría? Ropa negra. Cuando andás en la mala te acomplejás y te vestís de negro porque “te combina”. Hacía un calor de noviembre, de noviembre del 2002.
El edificio, sí, quedaba en la calle Oro, casi Beruti. Aurora recordó ese barrio. En su infancia tenía empedrado y muchos charcos. Los mosquitos formaban pequeñas nubes que te fagocitaban los tobillos. Había también terrenos baldíos entre casas viejas. Había luciérnagas, mariposas y muchos grillos a la noche. Y la noche era oscura. Para jugar a las escondidas. 
Pero ahora era de día y habían pasado más de treinta años de aquel Palermo. El tal “Edu” estaba ya en la planta baja. Flaco, de bermudas y remera gris gastada, la mirada gastada. “Otro que está tratando de salvarse”, pensó Auro. 
– Hola, soy el amigo de Fernando y su gerente. Cualquier problema, hablás conmigo. Es el cuarto G. Susy te está esperando. 
Pasó rápido hacia la planta baja. Atravesó la entrada cementosa y económica. El ascensor era de los modernos, herméticos. Respiró hondo y entró. Cada piso se le hizo eterno, hasta el cuarto. Paró. Como siempre, el ascensor llega al piso y se queda quieto, la puerta tarda en abrirse, el corazón se acelera, hasta que por fin, se puede salir. Salió. Una vocecita aguda le dijo “¡ Helloou!” desde el fondo del pasillo y hacia allí se encaminó mi amiga. Vio una silueta larga que le dio dos besos duros en cada mejilla y entró al depto. Entró atraída por un gran ventanal que daba a las extensiones de la rural y al cielo. Un ventanal balcón, en realidad. Un depto. amplio y vacío con mucho horizonte. Se dio vuelta y la vio cerrar la puerta. Era alta y flaca. Con ojos grandes verdicelestes. La edad indefinida. No parecía muy joven, pero sí lo sería por el cuerpo tan estilizado, por la agilidad con que le ofreció la silla y por un gestito hilarante, un poco infantil. La mesa era amplia. Podría desplegar sus libros y papeles. “Shoo, shoo soy Susy” (Hola, soy Susy). 
– Hola, soy Aurora. 
– Ourour, ah, yes, ouroroa… 
– Aaa, abrió la boca amplia, Aurora. 
– Oh, sí, Aaaa, sí Aroraa, sí. 
– Sí. 
Y se rieron un rato. Mi amiga le mostró unos dibujitos con personas, con un señor gordito que decía “Yo soy” y una señora y un señor que decían “vos sos” y una nena que hablaba de un “él es”. A la mujer le dio risa y repitió todo. Quizá, pienso ahora, lo que le causó gracias fueron las ilustraciones tan antiguas. Muchas cosas de nuestra ciudad traían reminiscencias de otras décadas y eso a muchos norteamericanos les daba una risita que tenían que disimular. Pero ella no disimulaba mucho y contagiaba a Aurora que también se reía sin saber por qué. El “españuol” tenía momentos cortos. Esa primera clase fue más que nada una conversación acerca de la vida de ella. Se llamaba Susy. Y lo repetía como si fuera un nombre exótico, “Susy Taretto”, ese era el apellido, con la T pronunciada como una D fuerte,- Susy Taretto, oh, sí, y sus abuelos paternos habían venido de la Sicilia, pero su madre era una irish verdadera y eso la hacía mejor. Vivía en Tucson, en sur Dakota, en una casa grande que ella habías decorado porque era muy buena equipando casa, sabía hacerlo muy bien y haría lo propio decorando este apartment full of such unexpensive furniture. Auro miró alrededor y vio que sí, todo era barato y berreta, pero con tan magnífico balcón y tanta vista no hacía falta más mobiliario. Decidió que para todas las clases se sentaría frente a la vista, y lo pensaba mientras la alumna le hablaba de su casa de allá, de sus plantas, de sus escaleras. Se puso a mostrar fotos. Había un perro collie, sí, un Lassie remixado, unos caniches marrones (blancos no) todo alrededor, unos ventanales que daban a un descampado prolijo, una escalera ancha como de lobby de hotel Sheraton. Le dio un beso a una de las fotos y se la extendió a Aurora, quizá con el propósito de que hiciera lo mismo, pero mi amiga impostó la voz, infló el pecho y se limitó a decir: “Oh, marvellous”. 
No había nada para comer ni para tomar. Auro se levantó y fue por su cuenta a la cocina a llenar dos vasos con agua de la canilla. Susy Taretto seguía hablando. Le contó que tenía un marido, Glen, “¡Ah,Glen Miller!”, exclamó mi amiga; “ Ah, yes”, dijo Susy, y pensó un poquito, – y un hijo que vivía en Alaska, que quedaba at the other end of the United States, y que era muy lejos para ir. Su viejo marido regaba y cuidaba las plantas, porque allí era muy seco. A Auro le agarró un ataque de responsabilidad y volvió al libro de español, al nivel elemental; ¿Qué hacés? ¿Cómo te llamás? ¿De dónde sos? 
Y lo logró. Susy Taretto pudo repetir, contestar y entender. Ah, y también mostró una foto del marido. No se parecía en nada a Glen Miller y se veía mucho más viejo que ella. 
Con la plata de esa clase, cincuenta pesos, que era buena guita,- estábamos en el 2002-, Aurora resolvió empezar a guardar una parte para impuestos atrasados y fue a un negocio de granja. Compró pollos y papas. Hacía mucho que no cargaba peso después de hacer las compras. Lo cocinaría para su mamá, para sus dos hermanas y para una amiga que también estaba en la lona. 
A la segunda clase, ya Aurora, más segura, cambió la ropa negra por una pollerita y una remerita blanca. Llegó a la calle Oro, tocó el portero que tenía camarita, subió por el maldito ascensor, el corazón a tope, bajó y la vocesita aguda: “¡Helloooou!”, la calmó. Esta vez se esforzó por evitar la conversación y enseñar más. Pero fue difícil. Transcurrida una hora, Susy le contó que tenía sesenta años,- ¡Sixty years! ¡Unbelievable! Susy se paró para mostrar la espléndida silueta. Tan estilizada. Y la piel también, maravillosa. Todo como de treinta y cinco años. Es esa época no se pensaba que uno pudiera tener un robot enfrente, pero igual, Auro tuvo una sensación rara. Ojalá todas pudiéramos plantarnos en los treinta y cinco. Y esta era una persona de verdad. 
A mi amiga le empezó a venir una sensación de mareo, de cansancio. Sacó una pastilla Refresco de la cartera.
– Oh, no, my dear. Dijo Susy atenta y fue a los cajones de la cocina y le sirvió un platito de amarettis. 
– ¿Vos no te servís? – preguntó mi amiga en su correcto inglés. 
– Oh, no. Yo sólo puedo comer muy pocas cosas. Tomo unas Nutry Pills,- y sacó un blíster con pastillitas celestes. -Domingo me dice: “Susy no lácteos, no pan y no azúcar y no carne y no alcohol” 
– ¡Lo dijiste en perfecto español, Susy! ¿Quién es Domingo? 
– Domingo is my love. 
 Y mostró una foto. Domingo era un hombre mayor. De sesenta o más. Y muy bien puestos. Un señor de humilde color. Aurora lo conocía de vista. Quizá haya bailado con él en alguna milonga alguna vez. Era visto en los salones. Caminaba mucho. Llevaba el tango con cadencia antigua. Sí, lo recordaba. Destilaba simpatía. Era sociable, sonriente. Sí. Era un señor alto. Lo había visto en la milonga del club Platense, y, quizá, alguna vez en Gricel. 
Se hizo la otaria. 
-¿Quién es? 
Y Susi contó su historia. Domingo era el amor de su vida, más de lo que había sido su marido, con el que tenía ya un pacto de libertad. Con Domingo soñaba. El la hacía bailar y por él había venido a instalarse en Buenos Aires seis meses, para ver si después concretaban, porque nunca en su vida se había sentido tan plena, nunca había vivido tanta intensidad, aunque no hablaran el mismo idioma, y se entendieran tan bien, él era un hombre tan apuesto, con un roce tan seductor, qué bien que la llevaba en el baile, sus amigas y conocidas admiraban y envidiaban a su hombre latino. 
Hubo más y más clases. Todos los días Aurora luchaba por tener a la yanqui más atenta, pero ella prefería hablar de la milonga, de su Domingo amado y mi amiga la escuchaba con paciencia. A veces, muy seguido, se le iba la atención hacia la ventana, hacia sus problemas económicos. Ya había pagado las cuentas de luz, gas y ABL, que no eran tan temerarias en aquella época. Casi todos los días daba buenas y reparadoras cenas, compraba asados de tira o bondiola o bifes, hasta llegó a comprar lengua para hacer a la vinagreta para su mamá, sus hermanas y su amiga de la lona que también se iba recuperando. Igual, a todo lo hacía midiendo el dinero minuciosamente. 
Un día se decidió y subió hasta el cuarto por escalera. Mejor evitar esos miedos cotidianos. Lo haría siempre así. Llegó al pasillo y no oyó el “hellooou” ni vio la silueta. Había un hombre parado en la puerta. Susy estaba al lado, un poco más atrás de él y los presentó. “Hola”, se dijeron y se reconocieron, pero se hicieron los otarios. Había algo muy tenso en el ambiente. Domingo era encantador, tal como ella se lo había figurado. En la sonrisa le faltaban uno o dos dientes. Se fue como escapando y agarró la escalera para no esperar el ascensor. 
Auro no pudo mirar el horizonte desde el balcón. Susy se puso a llorar con un llanto chillón y demasiado agudo. Pobre mi amiga, se asustó, le alcanzó un vaso de agua y la escuchó: Domingo acababa de dejarla. Así, sin más. Le dijo que “no quería seguir la relación”,- palabras estas que la yanqui repitió textuales. Y que no sabía por qué no entendía, pero que él la había dejado. Estaba triste, pero no tan triste, decía, porque no podía creerlo todavía. Para esa clase habría que resistir y campear las dos horas de consultorio sentimental. 
Al día siguiente mi amiga ya estaba preparada para ser una buena oreja. No se distraería, la consolaría después, de todo, tenía que ganarse dignamente ese dinerillo. Subió las escaleras y fue directo al departamento. La puerta estaba semiabierta y la yanqui la esperaba sentada en la mesa con el televisor prendido. No paró de hablar. Se puso densa. Daba lástima, pero, no sé, alguna complicidad inexplicable con el tal Domingo habría, porque por algo mi amiga lo disculpaba secretamente.
No hubo amarettis. Se levantó de la mesa como para hacer un ejercicio en interrumpir el lamento. Un ejercicio de “¿Dónde está?” ¿Qué hay?” ¿Dónde está el ropero? ¿Dónde está la cama?” 
Y fueron al dormitorio. Aurora nunca lo había visto. Tenía una ventana al pulmón de manzana y una cama doble deshecha y un cuadrito olvidable.
– ¡Oh, I miss Domingo! 
– Seré indiscreta, Susy. Was he sexually well adjusted? – (mi amiga recordó una revista norteamericana femenina y reutilizó ese adjetivo) 
– Oh, yes, pero tú sabes. A los sesenta, well…- dijo poniendo los pulgares para abajo,- a los sesenta el sexo no es como a los treinta, Baby. Pero es maravilloso igual. Y Domingo, era tan, tan cute… 
Aurora vio algo. El corazón se le puso como en el ascensor. Había un placard con puertas corredizas. Unas ropas colgadas, unos breteles y un par de sandalias muy milongueras, con brillitos y taco aguja para bailarinas profesionales. Una de esas que Aurora no se pondría nunca, no porque no le gustaran, sino por pereza. Eran fucsia con negro. Bueno, mucho no le gustaban, pero llamaban la atención. Al lado había un fierro. Una culata de revólver. O de pistola. Un fierro oscuro. Ella sólo había visto armas en el cine o en la tele. O en la ropa de algún policía. Pero así, tan cerca, bajo un techo, entre cuatro paredes, con una extraña, -nunca dejó de ser una extraña, y ahora lo era más, una extraña lloricosa y escandalosa, el corazón se le salía, pero, mejor mantenerlo adentro, preguntar alguna incoherencia para mantener una falsa calma. Susy se acercó y miró lo que Aurora veía. Aurora rápida le preguntó: 
– ¿Cuánto calzás? 
– Treinta y nueve. ¿Y vos?
– Igual. Pero no puedo usar eso. Tengo juanetes. Tremendos juanetes.
Susy se acercó al placard y tomó el arma.
– ¿Querés agarrarla?
– No, no. 
– No temas a las armas. Don’t be afraid. La podés llevar en la cartera. Siempre hay que tener con qué defenderse. La vida te da sorpresas y hay que salir triunfante de ellas. Nunca perder. Never loose. Always win. Win or win. 
Y le apuntó. 
– No te asustes, my dear. No te voy a hacer nada. No demuestres tu temor. Ante el peligro debes estar calmada, tranquila. Yo no te haría nada. Lo tengo por si me pasa algo. Pero tú eres un sweet heart y yo te aprecio. No te haría ningún daño. 
Y la bajó. 
– Vamos al escritorio. 
Aurora pareció seguir el consejo de Susy y caminó hacia el living. Vió cómo la yanqui ponía la pistola en el placard. La sensación fue horrible y no se le había ido del todo. Le quedó para siempre la imagen del chumbo. En el escritorio le hizo hacer un ejercicio escrito. La alumna se sometió a la pauta. Lo hizo. Parecía tranquila. El llanto no afloraba. Hasta hubo unos minutos de silencio. La yanqui completó los cuadritos del libro. Fue una buena alumna. Pagó. Se despidieron.
En la calle era todavía de día. Los días eran más largos porque estábamos en diciembre. Y más calurosos. El cuerpo le temblaba un poco. No. Le temblaba mucho. ¿Y si se tomaba algún helado por Plaza Italia? No, mejor hacer como siempre. Comprar una buena carne, una bondiola, una colita de cuadril para el horno. Si le contaba a su mamá, hermanas y amigas le prohibirían volver. Y si no volvía, volvía al pantano. Ya se había liberado de aquel agujero de impuestos. Bueno. No les contaría. ¿Y la tensión? ¿Cómo se sacaba ese temblor, esa taquicardia que le seguía? Iría a La Viruta después de comer. ¿Por qué no? 
Al día siguiente retornaría a la calle Oro a dar clase.
Tocó el portero, subió por la escalera y entró. La yanqui estaba con la tele prendida. Gritaba “¡Evil! ¡Evil!”protestando contra un atentado terrorista checheno. Aurora mantuvo una calma dura y desplegó sus libros y sus papeles. Había llevado chistes y dibujos, imágenes y un cassette con letras de tango para repetir. Susy se tomó una pastilla y la clase empezó. Pero esta vez fue Aurora la que abrió la conversación. 
– Decime, Susy, ¿vos a quién votaste, a Bush o a Clinton? 
– Look, baby. The Bible says that there is a time for war and a time for peace. 
– ¡Oh! – exclamó mi amiga, y se preparó para oír algo desopilante, tan desopilante, que lo voy a transcribir y que luego traduciré. Lo prometo. 
– This is a time for war. Righr now. 
– ¡Oh, really! And What have you voted? 
– I voted Bush, because Bush is strong and Clinton is weak.
– But, tell me, Susy, what does it mean to be weak or to be strong?
– Clinton is weak because he doesn’t do what he says he’s going to do. Bush is strong because he always does what he says he’s going to do. And now we’re in time of war. It’s in the Bible.
Cuando nombraba “the Bible” alzaba el torso como mirando al cielo. Es que estaba diciendo grandes verdades. Voy a traducir. Ella afirmaba que hay un tiempo de paz y un tiempo de guerra y que eso está en la Biblia. Y que Bush es fuerte porque hace lo que dice que va a hacer y que Clinton es lo contrario.
La conversación siguió. 
– Look, you. You musn’t show your weakness. Because, if you show your weakness, if you show your weakness… – hizo una pausa- if you show your weakness,…- más pausa- a bullet can get into your belly. 
– A bullet? What bullet, Susy? 
– A bullet. From the window,- dijo y señaló el maravilloso balcón, – This is the place,- decía mientras se señalaba el bajo vientre,- this is the place. Be careful. This is the place. And you, you are weak, my Baby. You showed it yestarday. 
Decía esto e iba poniendo la voz más chillona para parecer más solemne. Mi amiga trataba de disimular su asombro. No sé si pudo. Voy a traducir el diálogo. Esto dijo: “Mira, tú no debes mostrar tu debilidad. Si tú muestras tu debilidad, si tú muestras tu debilidad, una bala puede entrar en tu vientre”. “¿Qué bala, Susy?”, preguntó Aurora. “Una bala, contestó ella. Una bala. Desde la ventana. Este es el lugar”. 
Auro se arrepintió de haber hecho tal pregunta, y como pudo, llegó a cubrir las dos horas. Bueno, no le fue tan difícil porque el tema político terminó enseguida y casi toda la última hora fue rellenada por sus lamentos amorosos. 
Igual, seguiría con estas clases, claro que campearía los seis meses, resistiría. Cuando llegó a la casa se encontró con un mensaje del tal Edu. Lo llamó. Con una seriedad impostada el “gerente” le decía que ella debía entregarle una comisión a él. “Por qué” le preguntó ella. “Porque yo te consigo el cliente”. “Pero no habíamos quedado en eso”. “Pero no es difícil, vos cobrás cincuenta, le agregás treinta para mí y le cobrás ochenta y listo”. “No puedo hacer eso. Después veo” . 
Demasiadas molestias. A ver si se sacaba de encima a esta yanqui de mierda, a este gerentucho y conseguía otros alumnos. ¿Le contaría a Fernando? Si le creaba problemas lo perdería, no sé. El miedo a perder cuando se está en esa situación… Esa noche iría a la gran milonga. Allí se sacaba el peso. La milonga te consolaba de la humillación diaria. Además estaba su amiga Alma que la iba a escuchar y tenía una mesa reservada. 
Cenó con su mamá, hermana y amiga y partió sola con la bolsita de los zapatos y muy poco arreglo, hasta el salón. 
Alma estaba ahí, por suerte, con dos copitas de champagne en una mesa del fondo. Ya había tomado color y calor el baile, ese es uno de los mejores salones de Buenos Aires. Auro primero caminó entre unas mesitas y saludó gente. Se entremetió entre las parejas de la periferia de la pista, se deslizó entre los cuerpos entremezclados con elegancia bajo la orquesta de Di Sarli, era la hora de Di Sarli y se sentó con Alma para contarle todo. Después bailó un vals con un alemán muy bueno. Al terminar la tanda volvió a la mesa. Alma no estaba. Dio un sorbito a lo que quedaba de champagne medio calentito y vio a Susy. Sí, lo menos deseable de la noche, a Susy, que venía hilarante entre los cuerpos y las mesas para sentarse, y se sentó en la silla de Alma. La saludó con dos besos. Aurora disimuló. Buscó con la vista a Alma. Hizo un poco de tiempo, sonaba la orquesta de D’Arienzo. Pensó en hacerle alguna maldad. Quizá robarles los blísteres de píldoras nutritivas. Bueh, eso era un chiste. Pero algo ya sacaba de quicio a mi amiga. La vio sacar de la cartera-bolso unas sandalias. Observó las sandalias. Eran las mismas. Con falsa amabilidad le ofreció poner la cartera-bolso en otra silla, que acercó con el otro brazo. Tomó la cartera bolso. Estaba pesada. Demasiado pesada. Susy le sostuvo el antebrazo, le sacó la cartera, la depositó en la silla y terminó de atarse la otra sandalia. Todos los milongueros nos cambiamos los zapatos de calle por el calzado de tango. Aurora no hizo ningún comentario ni le dio conversación. Se levantó y fue al baño. Atravesó la parte de atrás del salón, fue entre las mesitas y llegó al otro pasillo lateral que da a los baños. Pero el pasillo continuaba y Auro siguió. Al fondo, doblando un poquito había un patio solitario. Oyó unos murmullitos y avanzó más hacia ese patio. Y ahí los vio. Uf. Vio. Vio a Domingo besándose con una pelirroja contra la pared. Más bien, dicho de otro modo, el tal Domingo se estaba apretando a una pendeja pelirroja. Le apretaba el culo, le chuponeaba el cuello, la pendeja parecía no poder pisar el suelo y querer besarlo también. Domingo quizá haya visto la sombra porque dio vuelta la cabeza y vio a mi amiga. Ella le hizo una seña con la mano, no pasa nada, todo bien, y se fue. Fue al baño, le dio un poco de asco. Las relaciones de jovato con pendeja la asquean, hasta le dan arcadas y que se arregle si se encuentra con la loca. En el baño la meada no terminaba. Una copa entera de champagne y un vaso de agua, la meada la retenía en ese baño. La cartera de la yanqui había estado muy pesada, sí. Aurora iba a hacer algo de lo que se acomplejaría toda la vida. Hasta hoy sigue acomplejada y yo le digo que no, que hizo bien. Alma le dice lo mismo, su mamá, sus hermanas, su amiga de la lona, el dueño, todos le decimos que hizo bien, que nos salvó. Lo que hizo fue muy rápido. Rápido y prolijo. Fue y buscó a Oscar, el dueño. Dale, rápido, sacala a bailar. Yo saco la cartera, voy hasta la comisaría de enfrente. Llevala a la esquina. Que no haga ruido. Habla fuerte. Es escandalosa. Llevala. Que no se enteren los demás. Y así fue. Oscar es un galán y además es el dueño y baila superbién. La supo llevar hasta la esquina. Ahí había un oficial. Auro y la cartera pesada esperaban en la comisaría. Sí. Estaba cargada. Todo prolijo. Ningún bailarín se percató. Ya en la comisaría la yanqui gritaba y se desgañitaba, decía esas cosas de los derechos, del abogado y del consulado. “Acá está prohibido portar armas, doña”. Auro vio cuando la esposaban y gozó. Un goce que creyó inmoral, un goce que la acompleja. Oscar pudo ir a seguir atendiendo el salón. Mi amiga tuvo que prestar declaración como denunciante y testigo. Alma también. A las cinco de la mañana se fueron. Vagaron hasta el amanecer. Susy tuvo que dejar el país, no sabemos si ese mismo día o dos días después. Fernando hizo pintar y remodelar el departamento de la calle Oro. Aurora tuvo muchos alumnos y de muchas nacionalidades. Al gerentucho lo vio unos días después. Lo puteó unos veinte minutos. Hasta que se cansó. 
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