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Negro Fontova

Por Raquel Poblet 

Ahora en estos momentos de reclusión… ¿Llamarlo así sería atinado? Digo en estos momentos de confinamiento domiciliario, ¿qué hay más reconfortante que acordarse del Negro? El Negro Fontova era en sí mismo una fiesta, él convocaba a los cuerpos al baile, él apareció justo cuando empezaba a terminar aquel otro confinamiento, ese que nos tuvo siete años distanciados a todos; a todos mirándonos de lejos, sacándonos la ficha antes de saludarnos. El Negro empezó a aflojarnos el cuerpo con Rosita, con el Canchis, con Colón Colón. Pero primero fue “me tenés podrido, me tenés”, que se empezó a oír en el ’82. ¿O fue en el ’81? Era una frase catártica que uno al principio repetía refiriéndose a varias cosas porque eran varios los asuntos que nos tenían podridos, pero luego de unos meses ya sabíamos bien a qué apuntábamos cuando cantábamos “me tenés podrido, me tenés, por qué no te vas, no te aguanto un verso más…”. Lo bueno, lo novedoso era decirlo cantando y mirándonos a los ojos, nosotros que desconfiábamos, que nos sospechábamos, que nos cuidábamos. Ahora éramos una muchedumbre alegre y festiva, convocada por él en la calle o en pequeños boliches o en la playa. Sí, el Negro Fontova era un músico para la calle, para reunir los cuerpos, los sudores, las salivas en una danza excitada y armoniosa, todo buena música y bailongo, íbamos a los recitales del Negro para bailar una chacarera inventada o un rocanrol sin técnica, nada de pogos machirulos, ni saltos frenéticos, ni empujones violentos. ¡Vamos Cachos y Rebecas a bailar el resbalón, a freírse la croqueta con este ritmo sabrosón! ¡ay, qué rico mambo! ¡Qué viva la chacarera! 
Nació en Buenos Aires en octubre de 1946 y se definía como “más porteño que el obelisco. Hijo de un cantante lírico de culto y de una mamá salteña, concertista de piano, hija, a la vez de un conocido artista catalán, Lleó Fontova a la que él recordaba con amor y simpatía. Supo decir de ella en más de un reportaje que de ella, de su mamá le venía “lo de la joda y la música popular”. 
Luego de haber egresado del Colegio Superior de Comercio Carlos Pellegrini, el Negro estudió en la escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. Se hizo hippie, bien hippie, allá por los finales de los sesenta y setenta. Se hizo amigo de Miguel Abuelo, de Pipo Lernoud, de Jorge Pistochi y participó, más bien, fundó, la revista Expreso Imaginario. ¡Quién no se acuerda de esas tapas! En el setenta fue cantante en Hair y también de Jesucristo Superstar en el teatro Argentino (bombita mediante). Por esa época empezó a probar bandas como Fontova y La Foca, Fontova y Sus Sobrinos; Fontova y Los Tíos; Fontova Trío y Fontovarios. En el ‘82 grabó “Fontova Trío”, en el ’83 “Rosita”, en el ‘85 “Fontova y sus Sobrinos” y en el ’86 “¡Homisida!”. 
Rockero, folcklorista, blusero, tanguero, pop, jazzero, él era su propio género y en política también, peronista, zurdo y un poco trosko, aunque siempre se definió como un militante social. Su única filiación partidaria fue con Néstor y Cristina. 
Se la recuerda mucho a Sonia Braguetti y se lo recuerda junto a Jorge Guinsburg. Era “Peor es nada”, el programa de los noventa de un humor delicado y bizarro que le valió dos Martín Fierro; y no sólo por Sonia Braghetti, émula de la divina Sonia Braga a la que él adoraba y a la que tuvo una vez en su sketch. Con la gran actriz brasilera, de visita en nuestro país para una campaña por el sida, hicieron en una oportunidad un número desopilante, totalmente improvisado y loquísimo. Si pescamos ahora por youtube algún momento en que la ardiente mucama sexy y bigotuda interrumpe a don Jonshon, nos morimos de risa, sí, ahora mismo. Y vemos que su personaje femenino no tenía nada de tonto ni de frívolo, como era la usanza. No, pasadas unas décadas de la querida Sonia, lo encontramos al Negro celebrando el matrimonio igualitario, el aborto seguro y legal y apoyando la lucha feminista. 
De casi los noventa es “Me siento bien”, un himno que sabemos todos, ese que dice “esta es la argentina, /la tierrita mía,/ mi amor y la nafta/ suben cada día…” Y de esa época es “Fontova Presidente”. 
Volvió en los dos mil a su género fontoviano, grabó un disco llamado “Negro” de canciones propias y más folcklórico que tanguero. 
Editó un libro de cuentos: “Témpera mental” y otro volumen más que ya vendrá “Humano cero humano”.
Y ahora que estás ausente, qué buena fue tu versión de La Nochera en tu última época en la que te sacaste el bigotazo, y, bueh, hubo que acostumbrarse, pero fuiste el mismo y, quizá, el mejor cantando; vamos cantando, vamos bailando, la rica danza, canchis, canchis… 
Y ahora esta cronista recuerda uno de tus recitales en Villa Gessell en la Casona del Conde de Palermo y en la playa después, con las fogatas y el mar platinándose al amanecer. 
Y recuerda esta cronista la vez, allá por el año ’84 en la que fui a un show tuyo con el trío. El boliche era chico, estaba abigarradísimo de gente y entre la gente se habían inmiscuido dos policías pidiendo documentos. Yo justo me los había olvidado. Unas chicas muy solidarias me hundieron en la multitud, llegué al fondo, me metí por una cortinita que daba al costado del escenario. Era como un camarín. Vos entre canción y canción viniste a tomar agua, me viste y yo te dije: “¡No tengo la cédula!” Y vos me dijiste.”Quedate acá, negrita” y ví todo tu recital bailando sola al fondo-costado del escenario mismo. Así solidario y compañero te recordamos y todas tus canciones desfilan por la memoria en este momento en el que note podemos terminar de despedir, y te digo: “toma mi guitarra, amigo mío, cántame con ella una canción, que quiero guardar en mi memoria, un lindo recuerdo de tu voz”. 
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