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De salvavidas a pescadora

Por Fernando Catalano


Durante casi una década la lancha salvavidas que se convertiría en una nave de pesca artesanal en Claromecó, con el nombre de Renegao, permaneció amarrada en un barco varado frente a Costa Bonita, en las playas de Necochea. 
La historia de la gran embarcación es conocida como la del barco fantasma, identificado como Caribea. El apodo se lo ganó porque -según se recuerda- habría entrado al puerto sólo con un par de tripulantes. 
Era un buque carguero a motor de casco de acero, botado el 25 de enero de 1945 en el astillero Pennsylvania Shipyards (Texas), según publicó en su sitio web Guía Náutica Argentina. 
En abril de 1980 había quedado amarrado en Necochea, bajo un proceso legal. Fue por esos días que durante una noche tormentosa -el día 29 de abril de ese mismo año- la nave cortó sus amarras al ser arrastrada por una fuerte correntada del río y salió del puerto sin tripulación, yendo a varar a la costa, al pie del faro de Quequén, aproximadamente a una milla de la boca del puerto.
Nueve años después, un comerciante la compró para ponerla a trabajar en la pesca artesanal de Claromecó. 
En Claromecó
“Jorge Lacave lo compró al desguace en el 89’. Era el bote salvavidas de ese barco, había dos de aluminio y dos como el Renegao”, recordó Mario Lamberti.
“Yo pesqué toda la vida, desde los 18 años”, contó el Pulgón, como lo conocen en la localidad, quien por ese entonces pescaba en lanchas más chicas frente a la costa.

Pescador toda la vida. Mario “Pulgón” Lamberti navegó por más de 15 años al Renegao, una lancha con historia (Caro Mulder)

Incluso llegó a navegar primero en La Adelina (de Robles y Di Croce).
“Empezamos a armar el Renegao en la calle 21, en un galpón. Le hicieron la cubierta, no tenía cabina, nada. Antes no se usaba cabina”, recordó.
En esos años “sólo se pescaba tiburón, cazón”. Lo buscaban por la costa hasta el río Quequén, y para el lado de Necochea hasta el 4to o 5to Salto, y a unas 10 millas mar adentro, una distancia que equivale a los 18 o 20 kilómetros, aproximadamente. 
Por entonces la temporada se extendía desde el mes de agosto hasta los meses de octubre y noviembre, cuando comenzaba la época del bacota, o sarda. 
Calendario de pesca 
Con el paso del tiempo “el tiburón dejó de valer y empezamos con los trasmallitos, se salió a arrastre en pareja con El Pirata”, dijo. 
Pero esta modalidad no prosperó y tiempo después, el gatuso comenzó a formar parte del calendario de la pesca artesanal, que se sostiene hasta el día de hoy.
Tiempo después llegaron las nasas para la pesca del mero. “Las primeras que se tiraron en Claromecó, las tiré yo. No teníamos idea de dónde tirarla, así que fuimos buscándole la vuelta y dio resultado”, confió el Pulgón. 
De aquellos tiempos en los que la pesca se extendía durante unos meses, se pasó a tener una actividad que bien puede extenderse a lo largo de todo el año, mientras haya especies que puedan comercializarse. 

Mario, junto a su perro Samo (Caro Mulder)

Mario, que el año pasado hizo su última temporada de mero mientras atiende en tierra su producción apícola, contó que “ahora se pesca casi todo el año. Las primeras nasas las tiraron hace dos o tres días. Después del mero pescan gatuso y pescadilla. En invierno hay veces que hay -y otras que no- pero los muchachos están preparados, ni bien aparece un poco de pescado, van al agua”. 
“Hundida de proa” 
En total sumó unos 15 años navegando a la lancha que finalmente quedaría instalada en una especie de museo del mar que Claromecó presentará para la celebración de su centenario en noviembre de este año, junto a otras históricas lanchas.
“Le pusieron el Renegao porque lo que se movía era impresionante”, dijo mientras se reía. También recordó que antes de esa nave, el pescador de esa época llegó a no contar con radio ni información meteorológica. “Usábamos barómetro nomás”, apuntó.
Los años de trabajo diario en la lancha, le generaron numerosas anécdotas. Pero recordó puntualmente una, para evocarla en el año del centenario. 
“Un día pescamos tiburón bacota, sarda. Pescamos ciento y pico, estaba la lancha llena. Mientras pescábamos los muchachos sacaban las sardas de los trasmallos y las tiraban en la proa, así que yo prendía la bomba de achique y nunca sacaba agua….Y cuando quisimos volver tuvimos que tirar todo el pescado para atrás. La lancha estaba hundida de proa. Empezó a salir vapor del motor, abrí las puertas y estaba el agua hasta la mitad del motor, hacía dos horas que no le sacaba agua”, describió sin pausa Mario, y con la serenidad de quien guarda muchas horas de anécdotas. 
Ser pescador
Los Lamberti, como tantos otros apellidos célebres en la localidad, son una familia de pescadores. Así lo afirma el Pulgón, cuyo sobrino, Julián Lamberti, también transitó la experiencia y hoy es director del Ente Descentralizado Claromecó Servicios Turísticos.
“Mi padre fue pescador, mi hermano también, mi tío, mi familia es de pescadores”, aseguró mientras recordó cómo con el pasar de los años dejaron de utilizar cuarteadores -los hombres que a caballo retiraban las lanchas del agua- para utilizar tractores. 

Las lanchas además pasaron a ser más rápidas dentro del agua, y el motor Bedford 300 que alguna vez utilizó el Renegao, fue cambiado por un Perkins 354 de seis cilindros. 
Eso generó que las jornadas no sean tan prolongadas mar adentro, por ejemplo.
“Ser pescador te tiene que gustar mucho. Antes era mucho más difícil, no había ropa, bajábamos de la lancha a poner los planchones de malla; ahora veo que los pescadores de Claromecó pueden ganar plata pero es muy sacrificado. Pero igual no lo hace cualquiera, siempre son los mismos muchachos los que andan a las vueltas. En el mar hay que estar, y si no te gusta no lo podés hacer. Lo tenés que llevar un poquito adentro, sino no podés”, afirmó en defensa de una actividad que conoce desde adentro, y que aún identifica a sus pobladores.   
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