| Secciones
| Clasificados
Tres Arroyos, VIERNES 29.03.2024
// 15.1 °C
DÓLAR HOY: $843 | $902
DÓLAR BLUE: $980 | $1010

Aventuras de un pueblo pesquero

Por Fernando Catalano

A lo largo de 100 años de vida han sido muchos los claromquenses que se han relacionado con la pesca artesanal. Como propietarios, capitanes, marineros, cuarteadores, por años, por temporadas o por días han tenido su vínculo con el oficio que les ha permitido llevar el sustento a sus hogares, y también historias que contar. 

Es así que hay lanchas con imborrables anécdotas, y nombres propios en la actividad. 
Corsario próximamente será una de las naves restauradas, en ocasión del centenario, y será expuesta en el pórtico de ingreso que comenzará a construirse muy pronto en el acceso a la localidad. Con su estampa se le recordará a vecinos y a visitantes, que Claromecó es un pueblo de origen pesquero. 
Su emplazamiento fue pensado para que cuando se arribe a la localidad, una de las primeras impresiones que se observen, tengan que ver con la actividad.

“Una cáscara de nuez” 
“Cuando tenía el corralón siempre tuve ganas de armarme algún barquito y algún día se lo comenté al Lobo Mulder”, contó Carlos Avila quien primero intentó adquirir -sin éxito- una embarcación en Necochea. Esa negativa lo llevaría hasta el Tigre, acompañado por Enrique Mulder, quien lo asesoró en la compra. 
“Era una cáscara de nuez, todo vacío. Lo traje en un transporte hasta Claromecó y lo puse en la vereda de enfrente”, contó. Le llevó unos dos meses dejar lista la embarcación en la que trabajaron “el Negro Huici y Yasmir”. 
“Le colocaron las costillas -hierros en la parte interior para soportar golpes y evitar que se arrugue el casco- porque hubo que reforzarlo. Se le hizo la cubierta, la cabina, se le puso un motor Perkins de seis cilindros, una línea de eje, y el rolo, lo necesario para hacerlo funcionar”, describió Avila que no la capitaneó, pero que se encargaba de todo lo necesario en tierra para que la embarcación entre al agua por productos frescos de mar. 
“Fue muy buena la primera temporada, colmó las expectativas totalmente, yo me la había rebuscado buscando fierros por las chacharitas para armarla, fui a buscar boyas y demás a Mar del Plata, Corsario tuvo hasta caja de cambios”, recordó.
“No la navegué, tuve un capitán (Pancho Cascini), pero en la temporada de mero -como era el único que estaba en tierra- era el encargado de ir a Mar del Plata a buscar los cobros o hacer alguna gestión, para la lancha mía y para todas”, confió.
En ningún momento Avila se definió como pescador, por el contrario, reservó el reconocimiento de ese oficio a sus vecinos que se han ganado -con su apellido- ser sinónimo de la actividad en Claromecó. Sobre todo, a quienes “cuidaban el recurso porque sabían que de lo contrario, atentaban contra su propio trabajo”.
“No la tuve mucho tiempo. Decidí que no la iba a tener más porque también esas lanchas resultaron muy complicadas para casi todas las maniobras, eran lentas para navegar, necesitabas mucho movimiento para entrar y sacarlas con planchones y demás, eran un montón de cosas que las lanchas -que usan ahora los chicos- no las necesitan”, indicó. 
Cerrar el círculo 
Luego reflexionó sobre los motivos que lo llevaron a dejar la actividad, y después de haberse dedicado a lo largo de cuatro años a la pesca del mero, langostinos, camarones, rayas, entre otras especies, “con un barco súper chiquito -pero que tenía lo mismo que un barco grande- terminó no siendo negocio”, concluyó. 
Al terminar su experiencia como propietario de Corsario, contó que resultó ser un “círculo que se cerró”. 
Después de intentar venderla, quedó a lo largo de los años en calle 42 frente al galpón del Lobo Mulder. “El motor se lo regalé a otros chicos pescadores artesanales, estaba muy bueno, y las poquitas cosas que quedaron las fui vendiendo y regalando”, recordó.
“Es un oficio de mucho sacrificio que hoy ha mejorado mucho. Nos guiábamos con un pronóstico que nos pasaba el ‘Cholito’ Losada. Hacía una conjunción con uno de Bahía Blanca y otro de Mar del Plata y con eso sacaba cómo podía estar por nuestro lugares, ahora tenés la tranquilidad de un Windgurú, y de otros pronósticos” 
El tractorista 
Entre sus 17 y 57 años de vida, Victorio Lamberti estuvo vinculado a la actividad pesquera. Primero lo hizo como marinero -empleado- y tiempo después como tractorista de todas las lanchas.
“Empecé a salir al mar con Armando Subiatebehere en la lancha de los Di Croce, La Adelina. Pescamos tiburones durante varios años con ellos. Salíamos entre otros con el vasco Abad, Alberto Iriarte (Pachamé)”, recordó el ex jefe del cuerpo de bomberos voluntarios de Claromecó. 
Contó que “Armando era un capitán muy bueno, sabía mucho de mar y fui aprendiendo, con él, lo que me dio oportunidad de aprender”. 
En esos tiempos se pescaban cazones “con trasmallos agalleros, y las sardas (otra variedad de tiburón) con un trasmallo más grande”. 
Explicó que esa pesca se hacía “por cualquier lado, hasta a Marisol sabíamos ir a pescar. Tardábamos 4 horas en llegar allá”, describió. 
Por entonces los días de pesca eran largos, pero La Adelina contaba con la experiencia de Armando. “Este hombre conocía mucho, y se pescaba tiburón, había que buscarlos, no era que estaba en un solo lado el pescado. En esa época no había comunicación, no había nada; cuando se hacía la tardecita se preocupaban si no veníamos, pero siempre fue de sol a sol el trabajo en el tiempo en que pescamos nosotros”, apuntó. 
“Armando era un hombre que sabía muchísimo pero era muy reservado. Nosotros copiábamos algunas cosas pero como éramos marineros -y jóvenes- él era el que pescaba, nosotros trabajábamos”, dijo al recordar a su primer jefe con el que supo subir a la lancha más de 100 cazones en un día de mucha pesca con redes de trasmallo, a la altura de Reta. 
“Se hacía bacalao en esa época, se salaba todo y después se secaba. Se aprovechaba la carne, la aleta y el hígado para hacer aceite en una planta de Necochea. Se colocaban los hígados en tambores de 200 litros, con sal, y después se llevaban. El que más servía era el hígado del tiburón macho”, según Lamberti. 

Otros tiempos. Victorio Lamberti cargando la pesca de tiburón, junto a Carlos Groenenberg (foto Leticia Lacave)

Con el tiempo llegaría el fin de la pesca del tiburón, se sucederían cambios y su jefe vendería La Adelina, y para la pesca artesanal comenzó el interés por nuevas especies como el gatuso y la corvina, por ejemplo. “Esta pesca era más fácil y se podía pescar por mucho más tiempo a lo largo del año. Apareció también el mero y el tiburón se alejó un poco, tal vez porque no se lo buscó, no se lo pescó”. 
Entre las anécdotas de pesca artesanal, Lamberti tuvo a mano una experiencia con los regresos a la costa, que siempre generaban inquietud. “Como en esa época no teníamos radio un día se nos rompió la lancha, más allá del tercero. Empezó a soplar viento y nos fue a buscar el Lobo Mulder, en El Delfín. Llegamos de noche, estaba casi todo Claromecó esperando las lanchas, y cuando salimos a la costa que no se veía nada la lancha pasó por arriba a un caballo y lo mató”, describió el jefe de bomberos. 
“El mar no es fácil” 
No duda Lamberti que la de la pesca genera un movimiento importante para mucha gente que vive de la actividad. Pero asegura que en ella “solo aguantan los que son pescadores”. 
Desde su punto de vista sostiene que “el mar no es fácil, hay que conocerlo, y hay veces que es cruel. Antes -en pleno invierno- bajábamos descalzos a poner los planchones, ahora es distinto. Es un lindo oficio pero con el mar tenés siempre peligro debajo tuyo; y nunca sabés lo que vas a encontrar cuando levantás las redes”, dijo para cerrar la charla.

  

COMENTARIOS

NOTICIAS MÁS LEÍDAS

No se encontraron noticias.

OPINIÓN

COMENTARIOS
TE PUEDE INTERESAR