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Emilia Kazanietz es descendiente
de ucranianos, su padre vino a
la Argentina en 1909 y su madre
antes de la guerra de 1914.
La vida de estos judíos siempre
fue dura porque llegaban al Hotel
de Inmigrantes de la capital federal
y allí la Compañía de Colonos
los enviaba a diferentes lugares.
“En mi casa –cuenta Emilia- se
hablaba el castellano y el idish que
es parecido al inglés, al alemán;
yo había ido a una escuela hebrea
pero si bien lo sé leer no recuerdo
el significado. La historia de mis
padres fue muy dura, mamá había
salido del puerto de Hamburgo en
un barco que venía tocando puertos
y levantando inmigrantes. Imaginate
que venía de Rusia y sabía
cantar en español, ‘La Cucaracha’,
‘Valencia’… ¿dónde lo aprendió?,
en el barco” cuenta entre risas.
También rememora que en Buenos
Aires siempre se decía “vayan
a Tres Arroyos porque hay trabajo
y además que había un salón para
ir a rezar”.
Cómo conoció a Saúl
A pesar de los diferentes caminos
trazados desde el principio de
las vidas de Emilia Kazanietz y Saúl
Fichman la suerte, el destino y la
costumbre de “hacerse gancho”
entre connacionales de la “cole”
los iba a reunir.
“… Mirá cuenta -con sonrisa
picaresca-, mis primos me hicieron
una trampa. Venían los Schnaiderman
y paraban en mi casa, yo
ese verano había ido a la playa
-en San Clemente del Tuyú- y allí
me sacaron una foto. Yo la tenía
guardada en el living y un día mi
primo me la sacó, se la trajo a Saúl
y le dijo ‘che a esta piba la vamos a
traer a Tres Arroyos’. Yo no sabía
de esto y mis primos me invitan
para unas vacaciones, llego a Tres
Arroyos a la mañana y a la tarde aparece Saúl en moto. Eran esos
tiempos de Carnaval -que duraban
15 días- y los bailes se hacían en el
Salón de Colegiales. Fuimos a los
bailes de Carnaval juntos y un día
hasta Claromecó -en el auto de
él-. Allí se disfrazó, se puso una
careta de brujo con guantes y se
me declaró” cuenta.
“Lo conocí en febrero, en mayo
me avisaron que nos poníamos
los anillos –yo vivía en Buenos Aires-
y en noviembre nos casamos.
Y en marzo del año siguiente
estrenamos esta casa –cuenta
con orgullo-, no era así pero la
fuimos acomodando. Cuando nos
casamos vendió las dos motos, fui
a comprar los muebles y yo quedé
embarazada a los dos meses. Todo
rápido”.
La pareja que formaron ambos
es más que evidente que llevó una
vida plena. Emilia lleva a través
de su relato hilvanada cada una
de las partes que han compuesto
su historia.