Larsen sonríe mientras recuerda momentos de su vida

Sociales

Walter Larsen

Tormenta de ideas

27|06|21 08:53 hs.

Por Valentina Pereyra 

Producción fotográfica: Marianela Hut 

Un mediodía de invierno del ‘86 Roberto “Pantomima” Orellano fue a buscar a sus hijos a la escuela en bicicleta. Circulaba con gran dificultad porque había llovido, levantaba barro en cada pedaleada y patinaba cada dos por tres. 

 Walter Jorge Storm Larsen estaba en la vereda de su casa del barrio Ruta 3 Sur cuando su vecino pasó y se bajó a destapar la horquilla que estaba llena de barro. 

 - ¡Eh, Pantomima! ¿Cuándo vas a achicar la parada y te comprás un coche?, dijo Walter. 

- ¡Vos ruso, que andas con las escuelas! ¿Por qué no haces una acá en el barrio?, respondió Pantomima al chiste de su vecino. 
 
- Y, ¡dale! La hacemos. 

- ¿Qué hay que hacer?, dijo Orellano. 

- Juntarse los vecinos y ¡empezar! Ernesto Saldías se incorporó a la charla mientras los dos hombres trataban de limpiar la bicicleta de Pantomima. 

 - ¿Mi casa sirve?, dijo Saldías. Walter con más decisión que filtro le contestó: 

 - Sirve un palacio, un rancho de chorizos, cualquier casa que no sea un bar.

 - Entonces mi casa está, dijo Saldías.

 - Junten gente, insistió Larsen. 

 Dos días después de la conversación en la puerta de la casa de Larsen, se celebró la primera reunión en la casa de Saldías. Los vecinos conformaron la Comisión Pro Escuela que fue el cimiento de la Escuela N° 2 “Teniente Volponi”, ubicada en Isabel La Católica y Granadero Baigorria del Barrio Ruta 3 Sur inaugurada hace treinta y tres años. 

 Walter Larsen fue el motor bien afinado que traccionó su creación. 

El encuentro fundador fue a casa llena, no faltaba nadie. La palabra la tomó Walter que tenía experiencia en el trabajo como cooperador de la Escuela N° 24. 

 - Le puse todos los palos en la rueda que pude, les expliqué los trámites y la burocracia por la que íbamos a tener que pasar, pero todos estaban embalados, así que ahí nomás hicimos una comisión y me pidieron que la presida. 

 Los vecinos de Walter le encargaron elegir al resto de los miembros de la comisión. Jorge Herrera ocupó el lugar de la vice presidencia porque era un hombre acostumbrado a participar de reuniones, sabía, por su trabajo en el Molino, la dinámica de una comisión. 



 La primera nota que envió la comisión fue para el Consejo Escolar para solicitar una entrevista con el fin de plantear la necesidad de tener una escuela primaria en el barrio. Durante el encuentro se acordó que los consejeros emitirían un dictamen que avalara el proyecto, y así fue.

 - Con mi pachurriada y mis buenos modos logré que la reunión fuera amable y dinámica, conocía a la presidenta del Consejo que había sido mi maestra, la señora Cassina de Yera,así que todo fluyó bien. 

Una vez que el Consejo Escolar dio su aval, la Comisión Pro Escuela del Barrio Ruta 3 Sur llevó la petición al intendente Foulkes. El jefe comunal estaba de licencia por cuestiones de salud y los atendió Velia Rey, la primera intendenta que tuvo la ciudad. Uno de los miembros de la Comisión Pro Escuela confesó después del encuentro que sudaba de los nervios al extender la mano para saludar a la intendenta. La funcionaria que cumplía ese rol de forma interina se entusiasmó con la idea y trabajó mucho para que se concretara. Hasta ese momento en Tres Arroyos no había escuelas de este a oeste. 

Veinte meses después de la primera reunión los chicos del Barrio Ruta 3 Sur, sus familias y dos intendentes inauguraban la escuela. 

 - Compraron el terreno para la escuela que era de la sucesión de la quinta Muccile, había 22 herederos. La sucesión la hacía el doctor Alberto Chalde que para hacer el trámite no cobró nada. Eran dos medias manzanas con dos casas. En la limpieza de una de ellas encontré el carnet de conductor para manejar charré. 

Con la escritura de los terrenos en mano, Walter propuso que la nueva escuela se construyera mirando al sol para que en invierno todo el edificio recibiera calor. 

 - Conseguí que bajara un arquitecto de La Plata a cargo de infraestructura escolar para analizar si las casas de la quinta eran aptas para funcionar como aulas ya que tenían habitaciones chicas y otras cuestiones de estructura. El profesional indicó qué refacciones había que hacer para que funcionaran como escuela. Eso llevó reuniones y discusiones en inspección, además hubo que mejorar mucho y hacer los baños. 

Los impuestos se pusieron al día y se limpiaron bien las viviendas. La media manzana quedó para la institución y el resto para la Municipalidad, por eso no hubo que poner dinero extra, además el intendente Foulkes entregó un subsidio para el pago de impuestos, más adelante la Comisión donó el terreno a la Provincia para que sea de la escuela. 

 Nace la escuela 
Los integrantes de la Comisión censaron en el barrio todas las viviendas para conocer qué número de alumnos tendrían. Estimaban que unos cuarenta chicos podrían asistir, pero se encontraron con la sorpresa de que eran más de ochenta. 

 - Foulkes me preguntaba de dónde habíamos sacado tantos alumnos y le dije que él había tardado mucho en poner la antena para la televisión, el chiste lo ablandó. Dudaba del proyecto porque las condiciones de las casas no eran buenas y quería que haya buenos baños para las mujeres, para las maestras. 


Walter posa frente a la Escuela N°2


 El secretario del Concejo Deliberante, Oscar Botte, lo ayudó para que Foulkes se convenza definitivamente. Para eso le sugirió llevar a toda la gente del barrio el día que se trató el proyecto en el recinto. Así hicieron más fuerza para lograr una votación favorable. 

 - Fui al boliche y le pedí al dueño que no lo abriera y que mandara a todos los que viera para la Municipalidad. Botte me dijo que Foulkes no estaba convencido por la precariedad del lugar, pero cuando el intendente tomó la decisión me dijo: ¡Hacé la escuela y hacé el Jardín! Por eso siempre digo que habría que ponerle su nombre al nivel inicial porque fue él el que lo pidió. El día de la inauguración de la escuela estuvo el intendente Foulkes y Betty su esposa, también Raúl Correa que estaba a cargo del Municipio ese año. 


Frente al Jardín 908


 Casi la construyó Born 
En ocasión de la vista de Jorge Born al Molino, Larsen y Herrera organizaron un encuentro que simularon como no intencional. Walter se cruzó “casualmente” con Jorge Born mientras recorría la planta del Molino. Aprovechó la ocasión, le contó sobre la escuela y lo invitó a conocerla. Organizaron un encuentro con la Comisión para después de las siete de la tarde, cuando todos salían de sus trabajos. Born se entusiasmó y les solicitó copia de la escritura y los planos para presentar el proyecto en la siguiente reunión de directorio de su empresa. 

Era como tener la escuela ya hecha, pero un trámite del Consejo Escolar en La Plata dejó al expediente demorado justo cuando el Molino se vendió, y el proyecto se esfumó. 

 Un tiempo después consiguieron la documentación y lograron poner en marcha el proyecto de construcción de la escuela que tuvo otros colaterales, como la construcción de la salita que se inició durante el gobierno de Fernando Ricci. 

 - Al diseñar el terreno pensamos que se podría dejar una parte de la media manzana para la salita y lo fundamentamos considerando que ante cualquier problema que hubiera con los chicos estaría la salita para atenderlos siempre. 

Walter posa frente a la Escuela N°2 y al Jardín 908, eso muestra la foto, pero al hacer zoom en la imagen se observa el empuje, el amor, la decisión, el trabajo, tiempo, capacidad de gestión, humildad, solidaridad que hay en los ojos, las manos y el espíritu de Walter.  

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Mecánico cooperador

El nombre lo definió, Walter Jorge Storm Larsen, tormenta, corriente, rayos. Así se condujo en la vida, por donde anduvo dejó su huella, arrasó, creó algo inolvidable. Nació en el barrio “El Tambor”, actual barrio Colegiales, en una casa de la calle Solís al 400. 

 - El año que nací se creó el Turismo Carretera, en 1937. Debe ser por eso que me gusta tanto, bromea. 

Forma parte de la audiencia que mira y ama los deportes individuales aunque no los haya practicado, entre ellos, el boxeo el tenis o el golf. 

 - Desde que aprendí a andar en bicicleta me gustan las carreras que en esa época se hacían todos los domingos. 

 Walter fue parte de la troupe en la que competían cuarenta deportistas y, antes que él, unos ochenta ciclistas pedaleaban en diferentes campeonatos. 

 - Si llegabas décimo eras bueno, ¡corrías con más de cincuenta! 

Cuando fallecieron su abuelo y padrino, que tenían campo en la Estación Divisorio, su familia se mudó a esa zona hasta que regresaron a la ciudad porque Walter tenía que empezar la primaria. 

Su mamá había sido alumna de la Escuela N°5 así que lo mandó a la misma institución. Cuando se mudaron a la casa de Baigorria al 200, en la que actualmente vive, comenzó sus estudios en la Escuela N°24 de la que años después sería presidente de la Cooperadora. 


Junto a los camiones. En el ejército ofició de mecánico en su Regimiento


La experiencia del cambio de escuela lo marcó porque en los primeros años había ido a la Escuela N°5 donde los patios de mujeres y varones estaban separados, y el director Ferrari se ocupaba de vigilar que los chicos no saltaran esa línea divisoria. 

Cuando Llegó a la Escuela 24, por recomendación del director Peña, se sintió muy cómodo y, además, no había tabúes, los chicos y las chicas podían jugar juntos. Tal fue la amistad que construyeron que al cumplir 25 años del egreso de la escuela primaria se juntaron para festejar. Esa cena sería preámbulo de su actividad en las cooperadoras escolares. 

- Me divertí mucho armando el reencuentro, en una época en la que no había internet ni mails, ni celulares. Fue una aventura encontrar a las compañeras, sobre todo, que muchas se habían mudado de barrio y hasta de ciudad. 

Del encuentro con maestras y directoras de la Escuela N °24 surgió la idea de formar parte de la cooperadora, cargo que ocupó durante seis años. 

Nace el mecánico 
Walter Larsen fue a la Escuela General San Martín N°78, hoy Escuela de Educación Técnica N°1. De los egresados de la primaria sólo él comenzó el ciclo lectivo y diez días después, gracias a su intervención, lo hizo su amigo Vicente Escur, compañero de la Escuela 24. 

- El que no tenía 7 de puntaje daba examen, empezamos un curso de treinta y terminamos cinco. Entrábamos a las siete de la tarde y en tres años rendíamos 5to y no hacíamos ni idioma, ni gimnasia porque nos tocaba taller. 

Mientras cursaba sus estudios trabajaba en el taller de Rupell, lo ayudaba a juntar herramientas, a barrer, a hacer los mandados y después fue aprendiz de Topino González que era el mecánico del auto de carrera de Rupell, solo él se lo tocaba. Walter estaba a sus órdenes, metía mano siguiendo sus indicaciones y así aprendió. 

En el taller de Rupell se hacía el coche a un corredor tresarroyense Toucedo hasta que se separaron, y por esas cosas de la vida… 

 - Una tarde de verano Toucedo me encontró en la calle y me propuso armar su auto de carrera, entonces decidí trabajar con él, pero cuando se fue a Francia por cuestiones de familia me quedé colgado. 

La siguiente relación laboral la entabló con don Angel Monsec que había traído de España el Banco de Pruebas, toda una novedad. 

 - Estaba yendo al Industrial donde aprendí muchísimo, como a sacar cuentas, la tabla de logaritmos, los ángulos, los cálculos… Me enseñaron mucho de medidas y cuando los Monsec traían los motores diésel aprendí de las instrucciones con las que venían. Dejé la lima y lo manual porque esto era lo nuevo, tenía 16 años. Ahora al diésel le mete cualquiera la mano, pero para mí fue un aprendizaje. De la escuela apliqué todo lo que supe y fue la base para entender de relaciones de compresión y la suma de física y química, por lo que me fue fácil. Siempre tuve puntaje alto en matemáticas lo que fue muy útil para entender los motores de las máquinas agrarias, tractores y los diésel en general. 

En medio de todos esos aprendizajes le tocó el servicio militar en Río Gallegos. Ni bien llegó a su Regimiento le preguntaron qué oficio tenía y orgullosos respondió: Mecánico de diésel. Para probarlo lo mandaron a que pusiera en marcha un auto Mercedes Benz que no arrancaba. 

 - Les dije que lo podía hacer con los ojos vendados. 

 Sabía de motores Mercedes porque Monsec vendía muchos repuestos de la marca, lo que atrajo la atención de ingenieros alemanes que llegaron al taller para capacitar y asesorar a su personal. Walter fue el primero en la lista de alumnos ávidos para conocer los secretos de los motores Mercedes. 

 - Los alemanes vinieron a capacitarnos, así que conocía de memoria el motor. Los militares me llevaron a un taller, miré el motor y lo revisé. El coche Mercedes no arrancaba, entonces les pedí que le pongan la batería y me di cuenta que estaba fuera de punto, lo probé, como me enseñaron los alemanes de la Mercedes y arrancó. 

Los jefes militares de Walter pidieron la certificación de sus aprendizajes al colegio industrial y durante once meses fue el mecánico que arregló todos los motores diésel del Regimiento. 

Después del alta del Ejército se quedó dos años más en el taller Monsec hasta que se independizó y abrió el propio en su casa de Baigorria al 200 

- Arreglé todo lo que era más grande porque se hace menos fuerza, como los motores son pesados se usa la manga y los aparejos. 

 Lo cierto es que ningún motor se le resistió, ni los de los colectivos de toda la ciudad, o las autobombas de Cuerpo de Bomberos locales, fue el maestro. Tal es así que cuenta la historia que lo vieron probar un motor de micro andando, agazapado en el buche mientras lo probaba. Un hombre que dejó impronta allí por donde pasó.  

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Corredor por casualidad

- Corrí algunas carreras en la categoría Volkswagen, eso salió un poco de casualidad. 

Walter manejaba los camiones del Ejército y hacía distintas diligencias. Una vez, recorriendo el trayecto de la ruta entre las ciudades de San Julián y Cañador León vivió una situación que lo sorprendería muchos años después. 

Circulaba por esos 170 kilómetros de nada, tan áridos como el paisaje, y lo pasó un solo auto a toda velocidad que luego encontró, un tramo más adelante, a la vera del camino. 


Con su sonrisa a flor de piel. Walter y su don de ayudar


Su conductor intentaba resolver el problema cuando Walter se detuvo. No sólo lo remolcó hasta el pueblo y no aceptó ningún pago por eso, sino que le mató el hambre del momento convidándole un chocolate que su familia le mandaba de Tres Arroyos, de esos que vendía el Almacén El Nacional.

 Walter y un compañero del Servicio Militar pasaban los francos en la confitería del pueblo jugando a la generala por el café. Uno de esos días de franco, fueron a pagar y el mozo les dijo que ya lo había hecho el famoso corredor Carlos Menéndez Behety que estaba en otra mesa sentado junto a sus amigos. Resultó ser el conductor al que había socorrido en la ruta sin saber quién era. 

Quiso el destino que lo volviera a encontrar en Tres Arroyos durante una carrera de Volkswagen. Walter era parte de la comisión organizadora del evento y tenía la misión de llevar a los pilotos a hacer reconocimiento de pista. De pronto, vio uno que se acercaba con los brazos abiertos y una gran sonrisa. 

 - Era Menéndez Behety que corrió en Tres Arroyos. Cuando lo reconocí no lo podía creer. Esa vez me dio su auto para que haga la carrera. Le pregunté qué pasaba si se lo rompía, me dijo que no me preocupara que si eso ocurría lo llevaba a Ushuaia comparaba los repuestos y listo. 

Los favores siempre vuelven.