Al norte del paraíso

Hacelo, contesté. Vos conocés mejor que nadie ese lugar. 

En esa primavera de 2020 Horacio Arbasetti se veía cauto pero definitivamente decidido, con esa resolución que le conocía desde siempre. Más precisamente desde aquella relación nacida entre los dos sobre finales de los 80, cuando un grupo de amigos liderados por Coco Galilea se embarcó en cristalizar una necesidad más para Tres Arroyos: el Centro Educativo Complementario.

A partir de allí, vicisitudes, logros, frustraciones y vaivenes muchas veces compartidos, le dieron basamento a la amistad que se fortaleció en los escritorios de una redacción que se nos antojaba inmensa frente a nuestras cuasi burdas intenciones de llegar a convertirnos en hombres de prensa, pero pequeñísima en medio de las horas pico hasta el cierre de la edición de cada noche, donde algún error podía ser crucial para el papelón de la mañana por venir. Y su trabajo en el equipo de correctores, por entonces, consistía en evitar la ira de un lector más exigente que condescendiente de cara a la trayectoria periodística de LVP. 

Volver a Claromecó me pegó fuerte; fue como regresar al pasado, a reencontrarme con los viejos amigos, compañeros de colegio algunos, más grandes o de mi misma edad, pero, en definitiva, volver a mis raíces… había resumido, tras el impecable trabajo realizado de cara a ese nuevo aniversario de la localidad. 

Fue casi el epílogo de innumerables noches, sábados y feriados que lo vieron frente al teclado, controlando avisos, textos, fotos. Escribiendo luego. Definiendo suplementos, corrigiendo tapas, al frente de Sociedad y espectáculos, oficiando de reportero gráfico. Coronando entre mate y mate sanas discusiones deportivas sobre el profesionalismo, por entonces, de Michael Schumacher frente al carisma de Juan Manuel Fangio o el letal talento de Ayrton Senna, el encantador aullido de los V12 de Ferrari y la magia de los “cola larga” 917 allá lejos, en Le Mans. Y Los Pumas, Boca, River, el básquet. Y los legendarios All Blacks… 

Impecable en el oficio y aguerrido en la defensa del trabajo bien hecho como pocos. Dueño de una solidaridad muy generosa que, en otros aspectos, contrastaba con su intolerante postura de condena a formas y actitudes que para nada ayudan en el diario trajinar. “Contra la pelotudez no hay vacuna”, era en estos casos el lapidario rechazo a lo que consideraba totalmente fuera de lugar. 

Volver a las playas que lo vieron crecer… Me pegó fuerte, había dicho en aquel 2020, destacando entonces: A pesar de que no vivo ahí, cuando me preguntan sostengo con orgullo que “soy de Claromecó”, porque lo siento así… Y sí. 

Aunque después aquí, al norte de ese paraíso, cada atardecer el sol se despedía a través de los cristales frente a nuestras mesas de trabajo. Aquí, donde nos había tocado conocer nuevas tormentas y amaneceres increíbles, navegando barcazas de ilusiones a las que más de una sudestada procuró hacer zozobrar. 

Pero aquí, en medio de todo ese panorama cada vez quedó más claro que no hay tempestades que no puedan ser sorteados por la luz de un nuevo faro. Ni tampoco hay huracanes que asuelen el timón de una amistad. 

Seguramente él encontrará, en las arenas de algún nuevo Edén, el tiempo y el espacio para poder seguir desarrollando los proyectos que su partida sin aviso pospuso momentáneamente. Habrá otras playas y otros mares con buen viento, anocheceres plenos y, por qué no, en su eficiente papel de periodista, un nuevo texto, otras lecturas que habrán de subyugarlo junto la expectativa que genere una entrevista en otro tiempo y otro espacio con la vida misma, de cara a las respuestas atrapantes que le permitan, sin pruritos ni temores, poder volver a soñar.