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Tres Arroyos, VIERNES 17.05.2024
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«La escuela es un hogar más»

Sonríe y también se emociona. Una mezcla de sentimientos por la distinción como Maestra Rural. Es que a la memoria de Celestina Stadelman de Bianco -a quien sus afectos llaman Nelly- vienen muchos recuerdos de su paso por las escuelas de campo, los chicos, sus compañeras docentes, el apoyo de la familia. Está casada con Hugo Bianco y tienen dos hijos, Sergio y Sonia, y cinco nietos. Se jubiló en el año 2001 y comenta que si se cruza a alguno de sus ex alumnos en la calle, lo abraza como si todavía fuera aquel pequeño que estaba en el aula. «Para mi sigue siendo el chiquito de la clase», señala.

 Desde Chaves
 Nació en Adolfo Gonzales Chaves y vivió hasta los cuatro años en De la Garma. Por entonces, su familia se radicó en Tres Arroyos. Curso hasta cuarto grado en la Escuela 16, que tenía como director a Salvador Romeo. Debido a que se mudaron, hizo quinto en la Escuela 24 y sexto en la Escuela 27.
El secundario lo realizó en el Instituto Nuestra Señora de Luján. En primer año no pudo ingresar por falta de lugar y asistió al ex Colegio Nacional, pero sí pudo integrarse en segundo. Allí se recibió de maestra normal nacional. 
Desde muy chica jugaba que estaba al frente de una clase. «Siempre me gustó la docencia. También me llamaba la atención medicina, pero no hubiera andado», dice con convicción. Entre las satisfacciones grandes de la vida, se encuentra haberle aportado conocimientos a su padre y a su suegra. Recuerda que «cuando aprendí a hacer las cuentas de multiplicar y dividir, mi padre me pidió que le enseñe y así lo hice. Cuando me casé y me fui al campo, mi suegra de origen italiano no sabía poner su firma, la ayudé a que aprenda y podía firmar así los recibos de jubilación». 
También tiene en claro que su mamá «se hizo sola, porque en aquella época no se terminaba la escuela primaria». 
El colegio secundario quedaba a unas veinte cuadras de su casa, que hacía caminando. En cuarto y quinto, concurría en doble turno porque a la tarde realizaban las prácticas. «Ochenta cuadras por día y antes no teníamos vehículos -manifiesta-. Las calles no estaban entoscadas, a veces había barro, pero no me gustaba faltar. Mi mamá me acompañaba varias cuadras que eran oscuras, algunas calles no tenían iluminación, y me encontraba luego con algunas compañeras, ahí íbamos todas juntas». De todos modos, señala que «era una época en que vivíamos tranquilos, podías dormir hasta con las puerta sin llave». 
En el aula 
En el inicio de su tarea docente, se desempeñó durante un período corto en la Escuela 11 de Claromecó. «Ya andábamos de novios con Hugo. A causa de que me llamaban a dar clases, me dijo vamos a casarnos porque te van a empezar a llamar y vas a tener que andar por todos lados. Nos casamos y le parecía a él que no me iba a inscribir para maestra. Pero le hice trampa -indica con humor-, yo seguía inscribiéndome porque si no perdía puntaje». 
Luego fue designada en la Escuela 27 y en la Escuela 38 de Colonia San Juan, cerca de donde se encuentra el campo donde vive. También trabajó un breve lapso en la Escuela 43 y posteriormente la convocaron para ser directora unitaria de la Escuela 23 de La Horqueta. «Allí estuve siete años. Tenés que hacerte cargo de los alumnos, del grupo de cooperadora, siempre me tocó gente muy colaboradora y que quiere a la escuela rural», destaca.  
Un tiempo fue maestra de su hijo Sergio, quien siguió cursando en la Escuela 38. «Es lo peor que hay, para los dos», indica. También dice que fue injusta con su hija Sonia, en la Escuela 23. «Para mi todos siempre fueron iguales, pero seguramente quise evitar que alguien pudiera pensar que había preferencias. Estando en tercer grado me dijo ‘¿Por qué yo nunca paso a la bandera? Todos pasan menos yo’. Ahí me di cuenta», observa. 
La actividad excede en mucho a la enseñanza de contenidos y materias. Esto es así porque «en el campo la escuela es un hogar más. Tenés a un chico siete u ocho años si repite, lo crías prácticamente». En este contexto, valora que «compartís mucho. El niño es un libro abierto, son muy naturales y espontáneos, no ocultan nada». Su última etapa, hasta la jubilación, fue nuevamente en la Escuela 38. 
Obstáculos 
Los caminos no siempre estaban en buenas condiciones y cuando llovía, transitarlos era muy difícil. Pero ella buscaba la manera de llegar. «Subía a la Estanciera y aunque sea patinando llegaba, porque yo sabía que había papás que hacían mucho recorrido para llegar hasta la escuela -subraya-. Trabajaban y le daban un tiempo para llevar a los chicos. Yo pensaba si van hasta ya y yo no estoy…».  
Desde su casa hasta la escuela de La Horqueta no había camino entoscado. Describe que «era puro barro. Le rompí no sé cuántos vehículos a mi marido. Tenía que bordear una laguna y después cruzar el arroyo Orellano, en un sector donde no hay puente, da impresión aunque sea bajito». Por un instante, le cuesta retomar el relato, como si se le hiciera un nudo en la garganta. Sucede cuando cuenta que «la última vez que pasé por el arroyo, me llevaba el agua. Un poco a la Estanciera, fue un susto tremendo, iba con mi hija. Del otro lado había gente de la cooperadora esperándome, pero si hubiera volcado la Estanciera ¿qué iban a hacer?». 
Se repone y considera que «riesgos como esos se corren siempre estando en el campo, encajaduras, aguantar los vientos, piedras, lluvias, estar solos con los chicos en una tormenta fuerte y buscar un lugar más seguro por si pasa algo». 
En la inundación de principios de la década del ’80, durante más de cinco meses debió tomar caminos alternativos y realizar 35 kilómetros en la Estanciera para llegar a clases, un total de 70 kilómetros cada día. La nieve también los acompañó alguna vez. «Estábamos en la escuela, salimos a la galería y dimos una vuelta corriendo con los chicos. Cuando llegamos estábamos todos llenos de nieve, inolvidable», rememora. 
«Fue hermoso» 
Nelly expresa que «les entregué todo lo que pude». Habla, claro, de los chicos. «Nunca les llevé mis problemas», agrega. De sus colegas en la docencia rural destaca que «éramos como hermanas. Muy unidas, no había celos, al contrario, necesitábamos encontrarnos porque se trabajaba en soledad. Había que hacer de maestra, preparar los actos, organizar la cooperadora, organizar eventos e incluso lavar los baños o los vidrios». 
Los alumnos «aprendían folclore, a cantar el ‘Himno Nacional’, la ‘Marcha de San Lorenzo’, todas las canciones patrias. Uno salió tocando la guitarra, otra la flauta dulce y el órgano, teníamos una profesora que venía de De la Garma, lo pagaba la cooperadora». 
En un análisis de sus experiencias, sostiene que «para mí fue hermoso. Lo más lindo que me dio la vida. Aparte de mi familia, la ayuda de mis padres y mis hermanos, que hoy lamentablemente dos no los tengo, solamente a mi hermana. Y estar con mi marido tantos años». 
Dedica el reconocimiento «a mis compañeras en la docencia» y reitera finalmente que «lo que más valoro es la compañía de la familia y la satisfacción de ser docente». 
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