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Vivir sin agua, sin luz y sin ninguna asistencia oficial

Belén Lobelos vive en Rondeau al 1550 desde el 1º de mayo de 2017. Antes de ese día habitaba junto a su esposo e hijos una casa que no era de la familia por lo que debieron devolverla. Un vecino que construyó en ese mismo terreno un “ranchito” -como dice Belén- se los vendió a los Estrup por 15.000 pesos. 

“Nosotros estábamos en una situación de apuro, no teníamos dónde vivir y nos enteramos que un chico estaba vendiendo este terreno con este rancho, así como lo ves. Era un chico que vivía antes acá”, cuenta Belén. 
Ni bien llegaron al lugar los nuevos habitantes le colocaron un tanque de agua a la vivienda -que paradójicamente no tiene ese servicio- y comenzaron con la construcción de una nueva habitación de ladrillo. 
Belén tiene un boleto “de compra y venta” de esa transacción. “Nos dio ese documento que tampoco estaba a nombre de él sino que se lo había comprado a otra persona y es lo que nos dio. Después el boleto no sirvió para nada”, relata Belén las razones por las que llegaron a vivir a esa dirección y en esas condiciones. 

En el terreno que reclamó la Municipalidad mediante la presentación de un decreto por el que se tramita la prescripción administrativa del mismo, hace años que levantaron una casa precaria que fue a la que llegaron desesperados Belén, su esposo e hijos. “Nos habían dicho que este terreno estaba abandonado, lo compramos y nos metimos”, dice. 
La justicia, sin embargo, determinó que no se reintegrara esa propiedad a la Municipalidad y sugirió tramitar el reclamo a través del fuero civil. 
“Nosotros nos metimos como estaba y cuando empezábamos a levantar la pieza -esa que ves ya terminada acá- vino la policía y nos echó”, cuenta Belén los hechos que ocurrieron durante el desalojo violento de octubre del año pasado. 
El recuerdo de la violencia 
“Justo ese día (por el 4 de octubre de 2017) yo me había ido a bañar a los nenes a lo de mi cuñada, porque tengo un baño precario, hacía -y hace- mucho frío para bañarlos a ellos dos (señala a sus chiquitos de seis y ocho años). Como hacía mucho frío decidí llevarlos, mientras mi marido estaba con el chico de acá al lado haciendo una estufa Rocket, esas que se hacen con barro, ladrillos”, relata Belén. 

 El desalojo violento le rompieron la puerta, una pared y los vidrios. Todavía no los tienen, las ventanas las cubren con bolsas.

La joven mujer continúa explicando que aquella noche llegó la policía y les dijo que ellos estaban usurpando el lugar. “Mi marido como no sabía qué hacer me fue a buscar a la casa de mi cuñada y cuando volvimos, la policía ya estaba acá adentro (señala hacia su casa) y nos estaban sacando todo”. 
Recuerda que no la dejaron ingresar a sacar nada hasta que ellos no terminaran de desalojar todo lo que había adentro de la vivienda. “Se llevaron la cama, la mesa, los colchones, todo a la comisaría, pero no sé para qué”, cuenta. 
Belén rememora algunas conversaciones que tuvo con la policía ese día: “Me dijeron que nos sacaban porque estábamos usurpando y que ese día nos habíamos hecho una casilla. Pero mirá, esto no es una casilla, es un rancho de chapa que estaba acá hacía bastante tiempo, antes que nosotros llegásemos, unos seis meses antes de ese desalojo”. 
La situación del vecindario es similar, “están los terrenos en las mismas condiciones”, aclara. 

Los vecinos la ayudaron, después del desalojo, a levantar el baño que lo habían tirado, el frente de la casa y las ventanas, “también la puerta”, acota el pequeño de seis años .

La notificación 
Belén relata que un policía de civil le llevó hace unos días la resolución del juez Alberto Gallardo, ella la leyó detenidamente y entendió que no había cometido ningún delito y que no había usurpado ese terreno. 
“Quedaron en llamarme para ver cómo seguía el expediente, pero desde Fiscalía nunca más me llamaron”, cuenta la mujer que dice que cuando declaró dijo que estaba viviendo en ese lugar desde mayo y que “no había usurpado como ellos dijeron. Sin ir más lejos tengo un bebé de un año y dos meses que cuando nació le hicimos un documento con esta dirección”. También acotó que su esposo figura del mismo modo en su identificación personal. 

Sin ayuda 
Después del 4 de octubre, pasado el desalojo violento y cuando la noticia circuló en los medios, la familia recibió la visita del ex y el actual secretario de Desarrollo Social, Francisco Aramberri y Marcelo León. “Nunca más volvieron. Ese día me dijeron que me busque un alquiler que me iban a ayudar a pagar la totalidad, te soy sincera no confío en ellos, no confío en que me paguen el alquiler. Me van a pagar dos o tres meses y ¡después qué hago sin lo dejan de abonar!”, manifiesta Belén. 
La joven además indica que nunca enviaron una asistente social del Municipio. “Nunca mandaron a nadie, sólo ese día. Los que se acercaron fueron algunos policías, vino Blanco, también la mano derecha de él y nos aseguró que no iba a volver a ocurrir lo que pasó, que la policía no volvería y que nos iban a ayudar”. 
Hoy 
Si bien el juez Gallardo falló que no hubo usurpación y que no se restituyan los terrenos al Municipio, Belén sigue sin asistencia y lo poco que tienen lo consiguen con el trabajo de su esposo y la ayuda de su familia. 
No tienen luz, algunas veces el esposo de Belén le pide a un vecino y “se engancha unas horas” para no estar todos los días a oscuras o a la luz de la vela. No tienen agua, camina más de 50 metros, “tres terrenos más allá”, para sacar de una bomba que no funciona bien, un balde que es lo que logra obtener. Durante un tiempo un vecino les pasó el agua, por eso pusieron el tanque, pero ya no lo siguen haciendo. 

No tienen luz, algunas veces el esposo de Belén le pide a un vecino y “se engancha unas horas” para no estar todos los días a oscuras o a la luz de la vela.

Toda el agua de la casa sale de la bomba que tarda “más de dos horas en sacar lo que necesito para los inodoros y la cocina, explica Belén. 
Se calefacciona con una salamandra y se compraron una garrafa a la que le coloca una pantallita con la que calienta el baño y “los baño rapidito”. Si hace mucho frío los baño al lado de la salamandra, “aunque se moje el piso, ellos están más calentitos”. 

 No tienen agua, camina más de 50 metros, “tres terrenos más allá”, para sacar de una bomba que no funciona bien, un balde que es lo que logra obtener.

El esposo de Belén hace changas como pintor de obras, albañilería, “cualquier cosa le viene bien”. 
Con lo producido del trabajo levantaron una habitación. “Una vez fui a Acción Social a hablar por los materiales porque me habían dicho que los estaban dando, pero se lavaron las manos, me dijeron que no tenían plata para nada”. 
Belén recuerda que durante el desalojo violento le rompieron la puerta, una pared y los vidrios. Todavía no los tienen, las ventanas las cubren con bolsas. “No pido que me regalen la luz, sólo que me puedan poner un chimango hasta que me pueda hacer el pilar y pueda tener la luz como se debe. Lo mismo el agua, aunque sea tener una canilla afuera para no ir hasta la bomba porque si el bebé está durmiendo y necesito agua, no puedo ir porque no lo dejo solo”. 

Se calefacciona con una salamandra y se compraron una garrafa a la que le coloca una pantallita con la que calienta el baño y “los baño rapidito”. 

Los vecinos la ayudaron, después del desalojo, a levantar el baño que lo habían tirado, el frente de la casa y las ventanas, “también la puerta”, acota el pequeño de seis años que escucha atentamente el relato vivido. “Fui a pedir ayuda, me dijeron que iban a venir, pero brillaron por su ausencia”, termina el relato Belén.
 

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