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Diego y el sentido de la existencia

Tengo el perfil neurótico que se pregunta con recurrencia estúpida por el sentido de la vida y la existencia. Según el ánimo puedo aferrarme al amor shakespeareano, al narcisismo de la trascendencia, caer en el vértigo del sinsentido o en un hedonismo ramplón a base de carnes, vinos y flores. 

El amor es la palabra, la idea, que mejor ranquea como zanahoria esquiva del sentido de la vida. Es eso que llaman significante vacío, que más que vacío es vaciable y rellenable. El término técnico sería envase retornable, que se llena y toma, y cada vez pega menos: amor-pulsión, propulsión; amor a dios, a la familia, a uno mismo, a la camiseta, a una mascota; amor a otrx, a otrxs, a algo. Somos una especie constituida de manera afectiva. Lo afectivo nos mantiene unidos, nos protege. 
 
La sensibilidad se construye, tiene historicidad, estructura y ordena. Traduce y media en nuestra constitución afectiva. Amamos a más no poder. No hay límites para eso. O, en todo caso, son las últimas trincheras que estamos dispuestos a entregar. 
Habitar este tiempo y espacio y no ser maradoneano quizás sea la peor de las desgracias que un contemporáneo pueda tener. Perderse de fundirse en ese mar de afecto, de llanto, de épica, de justicia, de amor. Mancomunión de millones adorando a ese tótem retacón, ese oxímoron inefable. 
Pertenezco a una generación constituida afectiva e identitariamente por él. Encandilada e interpelada por él. Como síntoma de una época, Diego condensa una forma de vivir y de pelear, también de morir. Una forma de mirar el mundo, de entenderlo y de actuar sobre él. 
En los ochenta las encuestas decían que era la persona más conocida del planeta, por encima de un tal Jesucristo. Lo que hizo fue seguido, evaluado, admirado y repudiado por millones. No es exagerado entonces decir que Diego constituye el último gran nodo afectivo que ha dado la humanidad. 
Hay dos méritos insoslayables en Diego: jugar como nadie al deporte que juegan todos, y ser un indómito irredento, un incómodo vital. Trajo todas las miradas para sí, las enamoró y se alimentó de ellas. Lo erigieron como dios y aceptó gustoso. Y fue Perón, con su épica, con su talento, con hacer de cada partido, jugada o declaración pública una batalla por el destino de la humanidad. 
Nos abrazó como el General, absorbió el amor y el odio de millones como un agujero negro. Negro como él, y cabeza, bien cabeza. 
Nos socorrió cada vez que quedábamos en algún rincón oscuro sentados abrazando nuestras rodillas al borde del abismo del sinsentido de la existencia. Nos aferramos a él como a la soga que nos saca de ese pantano voraz e implacable que es la vida. Lo usamos mil veces, nos hermanó, nos unió y calmó nuestras angustias más urgentes. 
Quien fue lapidado en el ágora como el mayor drogadicto de la humanidad fue la droga más poderosa que jamás calmó nuestra existencia. Por eso idolatrarlo hasta el absurdo nunca es absurdo. Porque él no tuvo límites, ni lo que generó en nosotrxs. 
La secularización del pensamiento hizo que fuera un dios diferente a Jesús, más cerca de Hércules y Evita. Un semidiós plebeyo y bocón que le ganó mil batallas al Imperio, lo gambeteó, le metió caños y lo mandó a pintarse un mechón. Le dijo a Macri que se había auto-secuestrado y que lee peor que él. 
¿Cómo ser indiferente a quien se compra un camión para ir a entrenar? ¿Cuántas personas en el mundo tienen la capacidad de autoentrevistarse, emocionarse genuinamente, y llorar? ¿Cuántas veces nos hizo ser el país más feliz del planeta? 
Diego le dio sentido a mi existencia y a la de millones. Sentido en su doble sentido. Sentido como significado, porque opera en la traducción que hicimos de lo real. Leímos con él el mundo, puteamos a Bush y fuimos a ver a Chávez, aunque en el tren fuera Bonasso. 
Y, obviamente, sentido de sentir. Diego es, por sobre todo, sentir. Porque sintió y siente como nadie y eso también nos constituyó, quizás como ninguna otra cosa. 
Sentimiento y significado son los dos lados de la moneda que somos. El entendimiento es inevitablemente afectivo. Creemos que el capitalismo es horroroso sólo si no toleramos la desigualdad aberrante de la que se alimenta. Porque configura, en la lectura de lo social, de nuestra vida con lxs demás, lo que constituye lo justo y lo injusto. ¿Es justo ganarle a Inglaterra con un gol con la mano?. 
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