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Tres Arroyos, SÁBADO 27.04.2024
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La maleta

Antes de subir al colectivo, mi madre me envuelve el cuello con la bufanda que tiene su perfume. El día que papá se enlistó en el ejército ucraniano, ella me sentó en la cocina y me pidió que me fuera de Lutsk. Esta guerra no tiene que matar tus sueños, dijo. 

 A la abuela la despedí en casa, fui hasta su cuarto y besé su frente. No camina muy bien y desde que empezó el bombardeo se la pasa en la cama. Se puso peor cuando papá se fue. Qué sabe él de armas, me dijo. Conoce de computadoras, de negocios, pero nada de estrategias bélicas, cómo se va a defender. 
Estaba con mi amiga Inna escuchando música y tratando de resolver los problemas matemáticos que teníamos de tarea, cuando su mamá nos hizo callar y levantó el volumen de la tele. Nos bombardean, dijo. Los anuncios de la periodista explotaron en el living y nos aturdieron. Al mismo tiempo mamá me llamó y me pidió que vuelva a casa. 
El micro va hasta la frontera con Polonia, ahí vive mi hermano, él no quiere que me quede en Lutsk, es peligroso. ¿Y mamá y la abuela? le dije. No respondió. 
La noche del bombardeo nos escondimos en el sótano. Las explosiones se sintieron a la madrugada y recién al amanecer pudimos saber qué pasaba. El alcalde dijo por la radio que los rusos habían atacado el aeródromo y una fábrica, también nos pidió que fuéramos a los refugios. 
El colectivo llega hasta Chełm, al sureste de Polonia. Mamá me dio un folleto con instrucciones que repartieron en la municipalidad. Hay un plano de la frontera y la explicación de los documentos que tenemos que presentar en el Centro de Acogida. 
Mamá me dijo que no hable con nadie, que coma solo los oladky que me guardó en la mochila y que racione el agua de la cantimplora.

Iryna y Tania, en la estación de trenes de Varsovia

Después de las vacaciones de Año Nuevo la profesora de historia nos contó que íbamos a ir en colectivo a visitar las mazmorras. Nos organizó en grupos y nos pidió una merienda para el viaje. Nos sentamos con Inna atrás de Dmytro y de Alex que se pasaron todo el camino haciendo chistes. La profe dijo algo de la segunda guerra, y de la importancia de ese territorio. Pero no me acuerdo mucho. 

Es la primera vez que viajo sola en un micro de larga distancia. Hasta ahora, los menores de 18 años no podían subir sin sus padres, pero aunque me faltan unos meses para cumplirlos, me dejan abordar con un pase firmado por mamá. Todos los asientos están ocupados por mujeres, niños y un solo anciano con su nieto. No sé si va a durar la batería del celular o si voy a tener internet, en la tele dijeron que volaron varias antenas. 
En tres horas llegamos a la frontera de Ucrania con Polonia. No me moví de mi asiento como me dijo mamá. El último rato me entretuve mirando en el celu las fotos que nos sacamos en la salida con la escuela. La que más me gusta es la selfie con Inna y los chicos frente al Castillo de Lutsk. 
 El micro se detiene y bajamos. Se parece a la excursión, pero sin mochilas, ni carpetas, ni maestros, ni amigos. Camino unos metros y me paro en el centro del estacionamiento. Un grupo de gente que habla en otro idioma baja cajas y cajas de dos camiones distintos. 
– ¡Deze dozen zijn voor vluchtelingen, laten we ze neerhalen! 
-¿Wann kommen Busse aus Polen? 
Palabras que atraviesan el aire y me rodean. No son gritos, ni siquiera los más chicos levantan la voz, ellos tampoco entienden nada. Estamos iguales. La gente se ubica alrededor de las carpas y los que tienen un chaleco con la cruz roja les alcanzan la comida. 
De un auto amarillo bajan dos perros que se me vienen encima. Acaricio al más juguetón, me hace acordar al que encontramos en el castillo. Salió de atrás de unas piedras y asustó a Inna. Es el alma del jefe de la tribu, el que defendió estos muros en el 1050, dijo Alex y todos largamos la risa. 

Por las rutas de Polonia

La gente que me rodea habla, pero no sé qué dicen porque no entiendo su idioma. Veo que los perros caminan con su familia hacia los colectivos que están del lado de Polonia. ¿Yo tengo que ir para allá? 

 Los choferes sirven café para la gente que está en las carpas de abrigo, me vendría bien un sorbo. Estoy helada, pero no puedo meter las manos en los bolsillos porque mamá me dijo que no suelte nunca la maleta. 
Una chica de rulos y anteojos habla en otro idioma con dos señores que llegaron hace un rato, pero también la escucho conversar en mi lengua con los encargados del Centro y con la Policía de frontera. 
En un baile de la escuela conocí a un chico polaco. Había venido a pasar unos días a la casa de su abuela. Nos comunicamos toda la noche con señas, no sabía ni una palabra en ucraniano, pero bailaba re bien. 
El perfume de la bufanda de mamá sube hasta mi nariz y despeja al viento. Muevo las piernas para ganar algo de calor y espero. No sé qué, pero espero. 
 En el instructivo dice que la Policía va a pedir los papeles, mamá me los guardó en el bolsillo para que los encuentre rápido. 
 Me parece que la chica de rulos me mira, una señora con chaleco amarillo me señala, no quiero que me vean, así que agacho la cabeza. De reojo veo dos puntas de botas de nieve que se acercan. 
 -¿Cómo te llamás? 
Yo soy Tania. 
-Iryna. 
¿Querés que te llevemos a Varsovia? El tren sale de Chełm, ahí te van a dar pasajes para cualquier ciudad a la que quieras ir. 
Abrazo la maleta, muevo la cabeza y digo: No. 

Dos rostros con colores de las banderas de Ucrania y Polonia, con un mensaje de bienvenida: Welcome to Poland!

La chica del acento raro es traductora. Me cuenta que la contrató un grupo de holandeses para distribuir dos camiones de mercadería que juntaron para los refugiados. 

 La escucho, pero sigo con la mirada clavada en la nieve. Veo otras dos puntas de botas militares acercarse, y cuatro puntas más, de zapatos de cuero y piel de cordero. Los cuatro me rodean. Los hombres de camperas elegantes hablan y Tania me traduce. La policía pide sus papeles y también los míos. Meto la mano en el bolsillo, la extiendo y se los muestro. 
-También soy ucraniana, pero a los 17 años me fui a estudiar a Holanda
El señor rubio, de lentes, me habla amablemente. Pero no le entiendo nada. Tania me cuenta que están dispuestos a llevarme. 
– ¿Adónde vas? 
 -A Dansk 
Uno de los hombres le da la mano al policía y sube del lado del conductor; el otro se presenta, se llama Pieter Polhuys. Tania me traduce: Dice que te vamos a llevar a la estación de tren en Varsovia, tenemos tres horas de viaje, te esperamos si necesitás ir al baño y me pregunta qué querés comer. 
-Nada. 
El Policía sella mis papeles y me los devuelve. Sigo a Tania hasta el auto. Nos subimos atrás, mientras que el hombre que se llama Pieter estrecha la mano a los choferes de los colectivos que trasladan a otros ucranianos que emigran para Polonia. 
Durante el viaje Tania me traduce algunas conversaciones que tiene con Pieter y con el conductor. Están acá por trabajo, me dice, pero vinieron hasta la frontera para ayudar. Trabajan para una compañía holandesa que hace leasing de coches, la más grande del mundo, me explica. 
 Fijo la mirada en el desierto que corre al lado de la ruta. 
 -De familie van een vriendin die vanwege de oorlog uit Oekraïne naar Nederland terugkeerde, maar haar 18-jarige zoon dienst nam in het leger en wilde niet met hen meegaan, dice Pieter. 
Tania insiste con integrarme a la charla y me traduce. Pieter dice que una amiga suya se volvió a Holanda con sus hijas y madre, pero el hijo de 18 años se quedó para luchar en el ejército ucraniano. Igual que mi papá, igual que Alex y el resto de mis compañeros de clase. 
¿Conoces Varsovia? 
– No 
La carretera se mete en la ciudad, enormes casas y edificios con muchas ventanas y techos azules y rojos me despiertan. Cruzamos una avenida con farolas encendidas y enormes macetones de cerámica cubiertos de nieve. ¿Estarán vivas las florcitas? Las hileras de árboles nos conducen hasta la estación. 

Carritos para bebé, listos para ser entregados a madres ucranianas, y muchos otros elementos donados para brindar ayuda

El edificio rebalsa de gente, hay más personas que en Polissya Summer, este año seguro no se va a hacer. El año pasado nos vestimos con los trajes folclóricos y la madre de Inna nos hizo las vinchas de flores rojas y verdes con cintas de los mismos colores. 

Colas y colas de personas. Pieter me hace señas, creo que quiere que baje. Estacionan y entramos. 
La chica me traduce: Dice que vayas al baño que él te guarda el lugar en la fila. No me muevo. Mamá me dijo que no me aleje, pero Tania insiste y yo ya no aguanto más, así que la sigo. Nos ponemos en la cola que va al lugar que tiene un dibujo de mujer en la puerta. 
Volvemos con Pieter una hora después. Nos cuenta, ¡bah! Le dice a Tania y ella a mí, que le dejó su lugar a una señora que amamantaba a un niño y a su madre que apenas podía caminar apoyada en un bastón. Igual que mi abuela. Asiento con la cabeza y Pieter sonríe. 
 Ocupo mi lugar y él sale corriendo hacia la puerta de entrada de la estación. Tania se sienta en el piso un rato y yo abrazo mi maleta. Me apoyo sobre una pierna, después la otra, ya no sé cómo acomodarme, la panza me hace ruido, pero no me queda nada en la mochila. 

La presentación de documentos y el registro de datos al cruzar la frontera

Pieter aparece con dos paquetes en la mano y me hace gestos que los guarde. Son sándwiches, agua y frutas, me dice Tania. Llega mi turno, entrego los papeles y me preguntan adónde quiero ir. 
 -A Dansk 
Me dan un boleto escrito en polaco, un chip para el teléfono y una botella de agua. Tania mira a Pieter y él a mí. Nos toma de la mano y corremos hacia el andén. Grita palabras que no entiendo, pero Tania suspira frases: Está pidiendo alguien que hable inglés. 
De pronto, un señor polaco le responde. Pieter le extiende mi boleto y el hombre lo lee. Tu vagón es el último, el asiento 33, dice Tania. 
 Corremos y entramos al tren. Me desplomo en el asiento y le entrego a Pieter la maleta para que la guarde. Se me enfría el pecho cuando se la doy. La pone en el valijero y le dice a Tania que tienen que irse, ya arranca el tren. 
Estiro los brazos y los abrazo. Hundo mi gorro de lana negro en sus cuerpos apurados. Gracias. Pieter me aprieta fuerte el hombro; Tania me pide que les escriba cuando llegue y me pone un papelito en el bolsillo. Ahí están nuestros números de teléfono y mails, dice. 
Los veo saltar al andén, Pieter casi se cae y me da risa. Tania agita la mano, me pego a la ventanilla hasta que dejo de verla. Me paro de un salto para sacar la maleta del valijero. Acomodo la mochila entre mis piernas, todavía huele a colegio. Acerco la maleta al pecho. Mamá dijo que no la suelte nunca.  
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