El fútbol no es la patria, pero tanto se le parece. En una Nación como la nuestra acostumbrada a perder casi sistemáticamente con los políticos de turno, con la inflación y con discursos prometedores que no sobreviven generalmente a las elecciones, los argentinos siempre hemos tendido a buscar consuelo en otro ámbito… y el verde césped siempre ha sido ese lugar a donde tantas veces hemos peregrinado para al menos en 90 minutos olvidar nuestra cotidianeidad nacional y sentirnos ganadores.
En un campo de fútbol y de la mano de Diego Maradona los argentinos experimentamos una armonía y una ausencia de grietas que nunca antes vivimos. De la mano de Diego Maradona, literal y metafóricamente, buscamos una revancha que no nos devolvía a nuestros compatriotas caídos en Malvinas, pero al menos nos regalaba una caricia en el único partido que la selección argentina nunca podía perder.
La vida de Maradona fue compleja y en cierto aspecto criticable, el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Sin embargo, desde lo colectivo dudo que alguien haya dado tanto a cambio de tan poco para construir una identidad nacional tan castigada. Con Diego muchas de las veces, aun perdiendo como en Italia, fuimos ganadores.