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Tres Arroyos, MARTES 30.04.2024
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El dibujo es sueño

Por Valentina Pereyra
No estoy segura si existo, si estoy aquí y ahora o si fui. No estoy segura si la realidad es la que sueño o la que creo que vivo. No estoy segura de la existencia terrenal, o la de la imaginación. Mis dibujos definen mi presencia, los acontecimientos de mi vida, son reales, ciertamente lo único tangible hasta ahora. 
Hay ilustraciones que residen en libretas multicolores, pequeñas, con índice tipo espiral, en cuadernos forrados con papel araña gastado, en hojas blancas A4 o las N° 6, son dibujos lejanos, collages cercanos que cuentan historias para no olvidar. 
Un escritorio que compré en la feria americana con más historias de las que cuenta es el depósito inconsciente en el que descansan muchos trabajos que hice en otros momentos, en otros sueños. Andan por todos lados, en portafolios viejos, cuelgan de carteras en desuso. Corren y saltan de hoja en hoja, las líneas desbordan los márgenes obscenos que se atreven a marcar el límite del delirio, la pasión, la ilusión. Sombras nada más… bolígrafos de tinta gastada, fibrones gordos a punto de secarse, pinceles finos y brochas, lápices negros y barritas de carbonilla. Sombras nada menos… 
Dibujos que evocan y viven sobre hojas sobrevivientes a la tecnología, a las computadoras. Destellos de luces, sinfonía de colores inalcanzables. 
Entro apurada al estudio. Miro sin ver sobre mi escritorio del alma. No tengo tiempo de ordenarlo, es tarde. Me pidieron que haga una muestra en Tres Arroyos y no se me ocurre nada, estoy en blanco. ¡Sé que la respuesta está acá! 
Revuelvo, giro las carpetas, abro la compu, reviso los archivos. Aparece insolente, desobediente, displicente, esa ilustración vieja, desteñida, olvidada. No le importa lo que pienso de ella, me conoce, sabe que me puede. Este dibujo viejo muestra algo que soñé que no tiene que ver con nada, pero ¡Es por acá! Aparece la idea, entonces corro al comedor, voy hacia el perchero y saco del bolsillo de mi campera la libreta. Sello lo que quiero contar en las hojas que nunca están del todo blancas. Las líneas que trazo se confunden con una miga de la masita que dejé a medio comer esta mañana.  
Empiezo a pensar en los sueños. Desde chiquita nunca supe cuál es la realidad, si la de los sueños o la que vivo cada día. 
No quiero dejar la libreta, la mano se va de mi cuerpo, piensa y traza dibujos a los que les agrego letras que parecen textos desordenados. 

¡Es por acá! “Acerca de cómo convertirse en un soñador!” Esa es la cuestión. ¿Por qué será que en los sueños todo puede ser realidad y ficción al mismo tiempo? ¿Cómo es posible ingresar a ese mundo? ¿De qué están hechos los sueños que se nos escapan? ¿Cuál es la realidad que rige nuestros sentimientos o pensamientos? Supongo y quiero creer que estas preguntas no tienen respuestas, pero generan en mí la necesidad de dibujarlo todo, de contarlo, de decir, de narrar. 
Fluyen, corren nerviosas por los papeles que se superponen mientras las líneas tratan de revelar cuál es cuál. Demuestran ansiosas que lo imposible puede volverse real. 
A veces me quiero quedar en los sueños, menos cuando tengo pesadillas horribles. Soy una soñadora que ilustra. 
¡Ni tiempo para el mate tengo! Con el lápiz en la boca y la libreta en la mano izquierda hago malabares para llenar la pava y poner a calentar el agua. Apoyo las hojas arriba del microondas y vuelco la yerba en el mate de cerámica que ilustré. Llevo todo a la mesa de la cocina y sigo. Esta vez agarro lo que hay en los tarros de colores que contienen mis útiles y elementos de dibujo. 
Me mira con desdeño, no necesita preguntarse nada, ya sabe que todo lo que dibujo pasa. Si pienso en algo que me va a costar mucho y lo dibujo, pasa. Hago con mis obras un pacto intransferible que es un secreto a viva voz, algo que cuentan cuando las cuelgo y callan cuando las guardo. Todo sucede si le ponés mucha garra, quizá nos lleve toda la vida o pasado mañana te pasa eso que tanto querés. Estas ilustraciones hablaban de los sueños. 
Se hizo la hora de ir a la escuela y no almorcé, sólo mate. Los tengo que dejar desparramados. Sólo acomodo el que cuenta mi sueño de secundaria. 
Trazo sueños como cuando terminé la Secundaria y vine a estudiar a La Plata, ¡eso sí era difícil e inalcanzable! Con el paso del tiempo me di cuenta de que quizás iba a tardar un poco más, pero iba a llegar. 
Llegar desde Concepción del Uruguay hasta la Facultad de Bellas Artes en La Plata fue groso, un choque de mundos distintos, fue raro. Vivía en una ciudad que tiene ritos de pueblo, por lo mismo elegí estudiar acá que es medio grande con costumbres de pueblo. Y también, nada, encontré en la universidad gente del interior, es muy rico lo que se genera, el intercambio con las universidades, lo mismo entre estudiantes. 
El colectivo universitario va por la calle 60 hasta Plaza Rocha, miro por la ventanilla y veo la Biblioteca de la Universidad donde presenté mi tesis de grado. Mi mano busca la libreta que puse en el bolsillo izquierdo de la campera. Sacude las migas que quedaron enterradas en el fondo y revuelve el derecho para encontrar el lápiz. 
Las líneas contornean el frente de la Biblioteca Popular El Porvenir de Concepción por donde transito todo el tiempo. Sin Internet, ni libros de arte en casa, ése es el lugar perfecto. Las estanterías, el cartel que anuncia el sector de arte. ¡Ahí está la respuesta! Paso la hoja hacia abajo y en la que aparece primero, diseño al compás de las frenadas del colectivo mi escuela secundaria y a la profe que en tercer año nos pidió hacer un trabajo que marcaría mi vida. Otra hoja que se va, en la siguiente escribo: “Guía del estudiante”, la dibujo cerrada y superpongo como un retazo de vida pasada y reveladora otro texto “Artes Plásticas”. 
Cierro la libreta, tiro la cabeza hacia atrás y entrego el trabajo práctico a mi profesora. Recién descubro el mundo: ¡Ahora por dónde empiezo! Ya lo dibujé, entonces pasa. 
Mi profesora se sorprende ante tanta determinación: ¡Al final es lo mío! Y ya nunca cambio de opinión. Lo dibujo y es. 
Tengo la necesidad de conocer ese mundo. La parada me avisa que es hora de volver a la realidad. Entro, doy las clases y vuelvo sobre mis pasos apurada, sin poder dejar de extrañarlas. 
Abro la puerta y las veo, ni se movieron, sabía que me esperaban. Despliego otras carpetas y bolsos por los sillones y me tiro de cabeza arriba de la mesa. Trato de ordenarlas, no se parecen en nada aunque me recuerdan las escenografías que hice para las obras del taller de teatro cuando iba a la secundaria. Las dibujé y fueron, los dibujo y son. 
Ilustrar es narrar con imágenes. No soy escritora, pero sí me considero autora de mis trabajos. Lo esencial es tener una idea, si aparece, dibujo, no me sale escribir. 
Se viene la noche y sigo, experimento mucho con lápiz, papel, acuarela, pruebo con los acrílicos, la témpera y al final me queda un mensaje. Claramente me interesa desde los quince años dibujar, pintar, ser artista. Sé que es un contexto difícil, pero no imposible. Siempre uno le busca la vuelta. 
Ya no me da la vista. Mañana limpio. Me tiro en la cama boca arriba y miro al techo, cierro los ojos y nada, estoy ahí, enredada en los puntos y las líneas cortadas. Si está en mis dibujos es. Si estoy en mis obras soy. ¡Qué sé yo, por ahí, no!   

“De campos que aceleran el tiempo” y “De vientos que acumulan retornos”. “A veces me quiero quedar en los sueños”, confiesa Nadia. “Soy una soñadora que ilustra”

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