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Santa Fe

Las noticias del viernes, con la expectativa que generó el contenido del anuncio del Presidente con respecto a la pandemia, pusieron en segundo plano un acontecimiento relevante en la vida pública de la Argentina Contemporánea. Quizá su protagonista, si hubiese podido elegir, habría optado por la forma en la que definitivamente ocurrió su desaparición física de la tierra de Estanislao López y de la geografía en donde se juró la enseña patria. Porque sucedió en acuerdo a su modo discreto, modesto, ajeno a extensas y sofocantes coberturas previas, casi desapercibidamente. 

 Sus modales sencillos, con cierta torpeza a causa de su timidez, su perfil distante, la austeridad en su modo de expresión, no le impidieron convertirse en uno de los dirigentes más importantes de la historia santafecina e ingresar al olimpo del socialismo argentino. Fue el primer gobernador de ese signo partidario del país, casi una rareza en una nación históricamente bipartidista o dominada por agrupaciones provinciales en algunos distritos del interior, más asociadas a visiones conservadoras, alejadas de los puntos de vista progresistas. 

 Construyó su imagen y poder, médico de profesión, fortaleciendo la salud pública, transparentando la administración gubernamental y apuntalando la educación, casi el ABC de las visiones socialdemócratas reformistas. Como intendente de Rosario, modernizó la ciudad y paradójicamente para sus críticos, la convirtió en un polo atractivo para la inversión privada. Tuvo, claro, fuertes adversarios, como todo político de principios firmes, pero incluso ellos le reconocen su integridad humana y su ausencia de manchas relacionadas con la corrupción. 
 La política argentina despide estos días a uno de sus protagonistas fundamentales en estas últimas cuatro décadas. Uno que honró el servicio público no solo con su modo de ser, sino también con resultados concretos que mejoraron en parte la vida de los ciudadanos y ciudadanas de Santa Fe. Quizá, por esta razón elegimos destinar este espacio para recordarlo, porque su vida, acordemos o no en sus puntos de vista, testimonia que la política no requiere sobreactuación, dinero mal habido y marketing continuo, para ganar elecciones, gestionar correctamente y mejorar de este modo comunidades. 
 El nacido en Rafaela demostró que la única manera de vencer el escepticismo patológico que se respira en las sociedades modernas es el compromiso total con ideales humanos y construir, en base a ellos, mojón por mojón, sociedades más justas. Las insignias patrias estuvieron estos días en su provincia, a media asta, incluida la del Monumento Histórico Nacional a la Bandera. Una señal de duelo carente de boato y de excesos, republicana. Pocas veces tan apropiada para honrar la memoria de un político como Hermes Binner. 
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