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Me llamo Soledad

Escrito por Sofía Venancio (*)


“No quiero ver al doctor, 
solo quiero ver al enfermero” 
(Charly Garcia)   

Pensá en el 31 de diciembre de 2019, ¿Ya te acordaste?; mirá para el costado, ¿a quién tenés? Estamos a horas del 2020 y nos encontramos diciendo lo de siempre: con quien lo vamos a pasar, en donde, que me voy a poner; este año que viene me pongo las pilas con la carrera, voy a arrancar el gimnasio, ¡se terminó! este año ahorro y me voy de vacaciones. Para los que trabajamos en salud también hay otras preguntas: ¿Qué horario vas a hacer? ¿Tenés que trabajar?, pero para el brindis llegas. 
3,2,1…¡¡Feliz Año Nuevo!! Algunos desde casa, algunos desde el hospital, algunos corriendo para que el compañero se pueda ir a casa más temprano, algunos brindando mirando el cielo, llamadas, mensajes, lo que se te ocurra para festejar. 
Qué lejos quedó aquel 1º de enero de 2020, cuando el Covid parecía algo lejano, algo que pasaba allá, en China, muy lejos, y decíamos “eso acá no va a llegar…” y llegó. Un viernes 20 de marzo, el presidente anunciaba por cadena nacional el confinamiento social obligatorio en todo el territorio argentino. Solo podrían circular los trabajadores esenciales. Desde ahí, nada ni nadie sería el mismo. 
A partir de ese momento, aparecieron nuevas palabras que serían parte de nuestra cotidianeidad por mucho tiempo: confinamiento, aislamiento, restricciones, descontaminacion, sanitizacion, dilución al 20 por ciento, al 10 por ciento, aplicaciones para circular, certificado de circulación, protocolos, barbijos, pandemia (eso nada más aparecía en los libros o ¿no?) 
Puertas adentro, el hospital marcaba su propio ritmo preparándose para lo que pudiera pasar, porque lo cierto es que la pandemia no solo nos puso a prueba como seres humanos, también puso a prueba a todo un sistema de salud ya deteriorado por años de malas políticas, habían colapsado los mejores sistemas de salud del mundo ¿Por qué no nosotros?. 
Toda la información que había parecía poca. Estábamos ante algo que no sabíamos que era, pero seguíamos ahí, como quien dice en la “trinchera”, en primera línea, con miedo y sin armas. Nos empezaron a decir héroes. Yo sostengo que solo fuimos personal de salud, o simplemente personas que nos alegramos y sufrimos igual que los que estaban en esas camas o los que estaban del otro lado del teléfono esperando el parte médico. 
La forma de trabajo cambió, el aislamiento no solo sucedía en la calle sino también entre nosotros como enfermeros y la persona a la que teníamos que cuidar. Se prohibieron las visitas, aparecieron protocolos de ingreso que seguir, incluso para ponernos los EPP (otra nueva palabra que aprender). Escuché decir: “si pasa algo, primero están ustedes, no salgan corriendo, en pandemia no hay urgencia”. Creo que todavía me cuesta asimilarlo. Nadie nos preparó para esto.
El equipo de protección nos ahoga. El (barbijo) N95 se convierte en un enemigo cuando tenés que estar más de dos horas con él puesto. Las botas hacen ampollas y las máscaras se empañan; pero levantas la cabeza y ves a tu compañero en la misma situación que vos, casi irreconocible debajo de tantas cosas, pero dejándolo todo, sacando fuerzas para seguir e incluso para sonreír; y si lo pensás un poco, creo que lo único que nos alienta es la vocación.
Que difícil resulta a veces estar de este lado, nuestro lado, buscando la fuerza para seguir reinventándonos y achicar la distancia con las personas a nuestro cargo. Y si… también hubo días en el que el cansancio se hizo más presente, duele la espalda, los pies, aparece el miedo de contagiar a aquellos que nos esperan en casa al terminar la guardia; nos preguntamos si estamos llevando el virus en la ropa o en la piel. 

Nuestros pies permanecen en tierra. Las cabezas, sin embargo, traen a escena rostros de pacientes, compañeros extenuados; secuencias de un ingreso, secuencias de un decúbito prono, secuencias de una despedida solitaria, si hay un nombre le queda bien a este virus es el de Soledad. 

“Fuimos simplemente personas que nos alegramos y sufrimos igual que los que estaban en esas camas o del otro lado del teléfono, esperando el parte médico”

El protocolo no solo no permitía las visitas, sino que tampoco permitía despedirse del familiar internado. Seguro tenemos más de una historia para contar pero algunas palabras y momentos se quedan grabados en la memoria: “Las cosas no van bien. Te vamos a tener que sedar y poner un tubo para que respires mejor. ¿Querés hablar con tu familia? He visto cómo la gente se despedía de un ser querido por videollamada o por carta y también vi la templanza de mi compañera para acompañar y sostener esa situación; “Decile a mi familia que todo va a estar bien, que estoy bien”, “las quiero ver acá cuando me despierte”. Al final somos nosotras las que lloramos al paciente y se vuelve muy difícil que seamos nosotros los últimos en decir adiós. Morir en soledad en esta pandemia nos ha recordado que necesitamos tocarnos, abrazarnos y besarnos.
Por suerte también pudimos llorar de felicidad con los pacientes sobrevivientes; “No puedo creer que estás despierto”, “por fin te conocemos la voz, dale hablanos un poco”, “ponete las pilas así ya te vas a sala”. 
Nosotras, las enfermeras, somos las que más conocemos al paciente; cómo se comporta, qué es lo que realmente le hace bien, cuál es la posición en la que se descompensa. Y todo eso lo sabemos porque pasamos todo el día frente a él; hay un compromiso con ellos; les lavamos el pelo, le curamos las lesiones, le ponemos música y hasta a veces los retamos como si retáramos a alguien de nuestra familia o a nuestro mejor amigo ¡Cómo no nos vamos a emocionar cuando se van! 
Aplaudimos, gritamos, nos sacamos fotos, lloramos, mandamos videos para los que no están en el turno, porque si algo no nos pudo quitar el Covid fue justamente eso, la esencia de cada una, que nos mantuvo día tras día en primera línea. 
Podría seguir escribiendo pequeños fragmentos de muchos momentos, porque todos tienen un corazón latiendo entre sus líneas, pero ya sería demasiado. Pero sí agradezco el acompañamiento, la comprensión, la valentía, la atención y la vocación de mis compañeros enfermeros en la UCI todo el tiempo.
(*) La autora es técnica en Enfermería y enfermera de la UTI del Centro Municipal de Salud  
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