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Una pasión que no tiene frenos

Hace 42 años, un amigo le comentó que no iba a hacerle más los mandados a Hernán, el mecánico al que le daba una mano. Entonces, Sergio, que apenas tenía 11 años, fue a ofrecerse. Y así, sin querer, terminó eligiendo el oficio que lo acompañaría toda la vida. «El taller se llama Frenos Hernán en honor a él, a Hernán Villanueva, que me enseñó y me dejó el negocio cuando se jubiló», cuenta Molina, hoy con 53 años y un agradecimiento eterno por su mentor.

«Estaba haciendo sexto grado cuando fui a verlo. Y trabajamos juntos hasta que cumplí los 21. Era un taller muy familiar, estaba él solo, y al principio yo hacía los mandados de la casa, porque vivía con su mujer y sus hijos ahí mismo», cuenta. «Fue fantástico haber trabajado ahí, yo era como un hijo para ellos», agrega.

Con el pase a retiro de Hernán, Sergio siguió por su cuenta. «Muchos clientes me siguieron, y todavía alguno me queda de esa época», dice. La diferencia fue que decidió especializarse sólo en frenos y dejar la reparación de embragues.

Tras ocho años en un local alquilado en Gomila 950, pudo comprar el terreno donde hoy está su taller. «Con mucho sacrificio y un crédito, que me obligó a laburar los siete días de la semana, pude hacer el galpón y completar el taller como está ahora. La verdad es que estoy muy conforme con la clientela que tengo, por suerte siempre hay trabajo», asegura.

En la cuestión específica de los frenos, Sergio manifiesta que la evolución existió pero no ha cambiado mucho su trabajo. El fuerte sigue siendo el cambio de pastillas, de discos, de campanas, cilindros y de cintas. Aunque sí notó una mutación es su labor a partir de la incorporación de la Verifciación Técnica Vehícular. «Creo que a todos los que estamos en mecánica nos pasó lo mismo. Ya dejamos de emparchar porque el cliente se vio obligado a cambiar piezas directamente», cuenta el mecánico que desde hace 10 años emplea a César, «una muy buena persona».

Sin dudarlo, asegura que «me encanta lo que hago, nunca pensé en dedicarme a otra cosa. Mi padre es carnicero y nunca tuve esa vocación. Siempre tuve curiosidad por lo que es la mecánica. Esto me encanta. No me vería laburando en otra cosa».

Destaca que tiene una muy buena relación con los mecánicos que se dedican también a frenos, «en algún momento hasta nos hemos juntado a comer», recuerda. Y el saludo final es destinado a sus clientes y proveedores, que le han permitido vivir de un oficio que le apasiona. El que descubrió gracias a Hernán.

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