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Recordamos 35 años de democracia

Escribe Ernesto Martinchuk, periodista parlamentario

Se cumplen 35 años desde que la Argentina dejó atrás las dictaduras cívico-militares y, al igual que otros países de la región, se abrieron las puertas para el inicio de un proceso de “consolidación” de la democracia. Consolidación que, aunque ha mostrado avances en términos de mejoramiento de la competencia político-electoral, respeto moderado de derechos civiles, cumplimiento de procedimientos institucionales y capacidad de los gobernantes para ejercer sus funciones, no ha seguido una dinámica lineal. 

La Argentina, como otras naciones, ha atravesado por ciclos discontinuos de consolidación e incluso de reinstauración de regímenes autoritarios y semidemocráticos. Eso explica también la existencia de bajos grados de institucionalización, débil independencia entre los diferentes poderes del Estado, imposibilidad de controlar a los gobernantes de turno, influir en sus decisiones, exigirles transparencia y responsabilidad. 
El triunfo arrasador de Raúl Alfonsín en los comicios de 1983, expresó la voluntad de millones de argentinos de elegir a este hombre invalorable como presidente de la Nación, pero también expresó la voluntad de todos los argentinos de elegir a la democracia como forma de vida, como ejercicio de los derechos y las libertades más caras a los ciudadanos, y de las que habíamos estados privados durante esa larga noche de la historia argentina.
Todos los que recordamos ese momento, con una emoción recurrente, lo hacemos con la conciencia de un tiempo en el que más allá del triunfo indiscutible de la Unión Cívica Radical, fue un logro de todos los argentinos. En esas urnas, se depositaron mucho más que votos, se depositaron esperanzas y fundamentalmente el compromiso firme nacido de una decisión trascendental, innegociable y comprometida del pueblo argentino, expresada en el emblemático “Nunca Más”. 
La tarea de Raúl Alfonsín fue titánica. Tuvo que liderar el proceso de recuperación de la democracia, que era mucho más que restablecer la institucionalidad. Era lograr que cada ciudadano recuperara la pasión por los derechos, el compromiso con la justicia y la voluntad firme de trabajar por las libertades. Se trataba de recuperar la conciencia de pertenencia a una Nación de la que todos somos hijos y que por lo mismo, teníamos la grandeza de superar las diferencias mirando hacia un destino común. 
Evocar ese momento nos convoca hoy a rendir un homenaje al padre de la democracia aceptando el desafío de recuperar la unidad, porque más allá de nuestras diferencias la Patria sigue siendo nuestro destino común y nosotros somos sus inevitables hacedores. Y en ese camino no podemos olvidarnos de lo que nos costó recuperar la democracia. Por eso sorprende que algunos puedan banalizar su vigencia, con expresiones o augurios con los cuales intentan ponerla en riesgo.
Pareciera que existen quienes carecen de memoria y ponderan con absoluta ligereza el respeto por la institucionalidad, alterando inexplicablemente la jerarquía de una ética ciudadana, que necesariamente debe tener en la base una democracia plena que no se negocia. Pueden existir diferencias, tener problemas, pero no debemos estar dispuestos a que sea la democracia quien pague el precio de esas tensiones. 
En muchos caso se ha facilitado la concentración del poder en el Ejecutivo, yendo a contracorriente en torno de dos aspectos fundamentales de una democracia moderna: distribuir el poder entre los ciudadanos pero al mismo tiempo limitar el poder de los gobernantes. 
Se lo debemos a Alfonsín, -a quién recién ahora muchos comenzaron a valorar- se lo debemos a la Patria, nos lo debemos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a todos los ciudadanos de esta Argentina que ese mítico 30 de octubre salieron a la calle hermanados en el abrazo de la libertad. 
Todos somos valiosos, pero no luchando sectariamente en espacios fragmentados. Somos valiosos uniéndonos en una lucha común por esta democracia que debe ser plena y viva, condición necesaria para la construcción del futuro de nuestra Nación. 
Recuperemos como aquel 30 de octubre la capacidad de ver todo lo que nos une, aceptando el enorme desafío de construir juntos con espíritu solidario esa Argentina grande que soñó Alfonsín, que nos abrace a todos bajo el manto de la azul-celeste y blanco. 
En este contexto, se hace necesaria una profunda reflexión de lo que han sido estos 35 años de democracia.
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