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Con un fiel amigo, en el Bautismo de Fuego

Hoy te vamos a recordar con el Bautismo de Fuego, aquel 1° de mayo, el honor de la primera misión. En el recuerdo ha quedado el 2 de julio de 1980, día de tu vuelo solo en el Dagger.

Las noticias que llegan a Río Grande te calientan la sangre, están atacando Puerto Argentino y todavía no pueden despegar por falta de visibilidad.

La meteorología es mala, permanece oscuro, no amanece o la intranquilidad pareciera acelerar la salida. Ajustás tus guantes una y otra vez, mirás por la ventana de la sala de pilotos, pensás sábado cerrado y con llovizna, esa llovizna que se transforma en una niebla fantasmal, que deja ver apenas algunas edificaciones; acomodás tus bigotes y observás a pocos metros el trabajo de los mecánicos.

Han preparado para vos, al 430 con tres tanques de combustible, 2 misiles y munición completa para sus cañones, para el Talo el 437 con igual configuración.

Ya sabías de los problemas de autonomía después de la prueba realizada el 14 de abril, junto al capitán Mir González que voló el 436 y vos el 421, les llevó dos horas desde Comodoro Rivadavia hasta las islas configurados con 3 tanques de 1300 litros de combustible.

Además sabés también que con 7200 litros de combustible y dos bombas de 250 kilogramos, el avión llega a pesar 13 toneladas, y ése es un importante problema al momento de salir, porque excede el máximo permitido de despegue.

En estas circunstancias y tomando las dimensiones de la pista, es necesario recurrir al empleo de poscombustión, consumiendo 200 litros por minuto.

Y el Dagger requiere de la poscombustión durante 2 minutos, llevándolo a un elevado gasto de combustible en un ascenso difícil hasta alcanzar la velocidad de 300 nudos (550 kilómetros).

Son las 7.45, continúa el cielo cubierto con una compacta capa de nubes a sólo 90 metros de altura, parece de noche todavía, la orden está impartida por lo que el despegue va a ser a plena carga, en pista corta, nubes bajas, con lluvia y nocturno.

Comienza uno de los caminos más largos y duros para el piloto, los 20 metros que lo separan desde el local de reuniones y la habitación del equipamiento de supervivencia, a la plataforma de aviones.

Te colocás el casco, y mientras tu mecánico te ayuda con el arnés, oficiales, suboficiales y soldados ya se encuentran al costado de la pista saltando, agitando banderas y a gritos de ¡viva la patria!

Este sublime momento patriótico contrasta notablemente con los silencios y angustias esperando por el regreso.

El peso que tienen los aviones hace que el espacio que se utilice de la pista resulte justo, dejándolo apenas doscientos metros antes del final. El despegue se transforma en un espectáculo estremecedor, junto a la tensión de esos instantes, se mezclan el rugido de los reactores Atar a su máxima potencia.

Te perdés en esa bruma que causa miedo y que sólo el chorro anaranjado de la tobera del Dagger la corta para penetrar en las nubes.

Todo el grupo técnico queda mirando aquella luz, que va perdiendo fuerza para transformarse en un resplandor.

Algunos muchachos optaron por bajar la cabeza, otros solo mirarse, y los más comienzan a rezar hasta ver las luces en el regreso.

Ya estás sobre el mar. Volar sobre el mar te lleva por un momento a tus pasajes rasantes por Claromecó, pero también sabés que te quedan 700 kilómetros en los que, con una simple falla en el avión no tendrás salvación; que eyectarte en pleno océano será la muerte segura.

Cuarenta minutos después, toman contacto con el radar de Malvinas, están a 50 millas de Puerto Argentino, y les informan que tienen dos Harriers a 120 millas de ellos, aproximadamente a 11 minutos de vuelo, y ésta será la primera vez que te enfrentes con el enemigo, que podrás defender tu bandera tal cual juraste.

El líder, el Talo Moreno va adelante, ya te indicó que le formes a 500 metros al costado y un poco hacia atrás.

Pusieron máxima potencia en seco hacia los Harriers, y a los pocos minutos el radar de Malvinas les advierte: ¡Están a 30 millas frente de ustedes! (menos de 3 minutos de vuelo).

Cuando estaban a 9 millas, 50 segundos de vuelo, el Talo te ordena eyectar tanques externos de combustible, poner poscombustión y comenzar el ataque. Ya no hay tiempo para nada, sólo pensar en la familia y entregarse a Dios.

Sobre las islas, el radar Malvinas de la Fuerza Aérea Argentina los guía hacia los ecos de los aviones enemigos para entrar en combate, aunque en estos casos la prudencia indica no entablar lucha por diferencia de aviones y armamento, la valentía y el compromiso con la Patria de ambos, pudo más.

Vuelan en círculos buscándolos, y así se enfrentan a dos Harriers, los ingleses hacen su clásica espiral descendente, incitándolos a ustedes para que los siguieran y luego colocar sus toberas en ángulo negativo, logrando el sobrepasaje de los Dagger para transformarlos en el cazador cazado.

De repente y de la nada viste que venía una estela blanca a gran velocidad, te diste cuenta que era un misil que se dirigía hacia ustedes y mientras realizabas una maniobra de evasión, le gritaste al Talo… ¡misilazo! El capitán Moreno hace lo mismo, los Dagger se mantienen firmes a plena potencia, y el misil Sidewinder pasa entre ambos aviones, el que seguramente indeciso por la proximidad de los dos, no se decidió por ninguno.

Luego de la maniobra, amagan seguirlos, pero la sección buscó altura, prefiriendo los aviones ingleses abandonar el lugar, antes de entablar combate en terreno desfavorable.

Los dos Harriers se retiraron al portaaviones Invincible con tres misiles sin disparar y los Dagger giraron con poscombustión, tomando altura y la decisión de regresar al continente cumpliendo la primer misión en la que se entabló combate con una potencia extranjera.

Con mínimo combustible y muy poca comunicación, regresan a la Base de Río Grande, para evitar errores traen las luces del tren delantero encendidas, aunque parezca mentira y con toda la adrenalina también tenés que acordarte de las directivas de seguridad.

Hacen el procedimiento de aterrizaje por instrumentos, cometen un error debido a los nervios por lo vivido, pero es subsanado inmediatamente por el mayor Manuel Valdevenítez, operador de radar, que lo advierte y corrige.

Bajaste del 430 eufórico y los abrazos se multiplicaron por cientos, allí también estaba tu líder, con quien compartirías tu Día del Trabajador, y tu primer día de guerra, tu fiel amigo, el capitán Talo Moreno.

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