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Aprender y enseñar en una escuela rural

POR VALENTINA PEREYRA Y FERNANDO CATALANO


La Escuela N° 31 de Lin Calel recibe al viajero y al lugareño que llegan desde la ruta 73, erguida y orgullosa sobre las bases de su historia.
La mañana es fresca y al silencio lo interrumpe de vez en cuando el graznido tempranero de las palomas.
Sofía Ferreira, Santiago Ghío y Josefina Rodríguez hace más de una hora que ingresaron a la escuela, están con el profesor de educación física en el salón de usos múltiples. 
Los pasillos de la institución lucen cargados de mensajes alentadores, ejemplificadores y de alto valor educativo. Las paredes están impecables y la luz del día ilumina banderines de colores que reflejan la bienvenida a un nuevo ciclo lectivo. 

Cerrado transitoriamente, el jardín de matrícula mínima espera que más niños vuelvan a ocuparlo

El salón de clases luce hermoso, dos pizarrones -uno tradicional para tiza y otro para fibrón- le dan vida a una de las paredes, mientras que en las otras hay láminas con diferentes conceptos que habrá que recordar y repasar durante todo el año. 
El rincón de lectura en tonos de verdes, naranjas y amarillos es cómodo y cuenta con un buen número de libros que invitan a la imaginación y al viaje por la vida maravillosa de personajes inspiradores.
La tranquilidad del ambiente fue sacudida unos instantes por el ladrido de un perrito que jugaba en la calle, afuera de la escuela.
Milagros Donnet recibió a LA VOZ DEL PUEBLO durante un recreo, mientras los tres pequeños salieron al enorme patio para jugar en las hamacas, el tobogán, a correr y saltar, alejados de la tecnología y de las perturbaciones de la ciudad.
“Siempre se ha dicho que un pueblo sin escuela es un pueblo muerto. Por ello, suelo defender su existencia en los pueblos pequeños”, señala la maestra y directora de la Escuela N° 31. 

Hace casi una década que Milagros Donnet está al frente de la Escuela rural de Lin Calel

Asimismo dijo que “pensar en ello, en mis raíces y en el esfuerzo mancomunado de sus habitantes en su lucha para poder garantizar a sus hijos una educación de calidad que les permita insertarse en la sociedad y mejorar sus condiciones de vida, fueron los motivos por los que decidí ser maestra rural”.
Milagros lleva 23 años en este camino y no duda en afirmar que “si volviese el tiempo atrás elegiría lo mismo”. Actualmente hace casi 10 años que forma parte de la comunidad educativa de Lin Calel. 
Para ella ser maestra rural es una elección y representa un desafío. “El pensar en una escuela que invite a aprender es una responsabilidad y un compromiso pero por sobre todo, es una oportunidad para enriquecerse no sólo en lo profesional, sino en lo personal. Constituye sin duda una experiencia inolvidable”, manifiesta mientras refuerza cada una de sus palabras con ejemplos de proyectos y trabajos mancomunados. 

En un entorno natural y silencioso, un enorme patio -con juegos- espera a los chicos en cada recreo

El trabajo áulico 
La conectividad es muy mala en Lin Calel y la institución no escapa a esto, sin embargo la maestra y directora se las ingenia para mantener a los niños cerca de cualquier información que necesiten para estudiar. Esto lo hace a través de su propio teléfono celular que cumple la función de computadora móvil y se traslada con los niños hasta el lugar del patio donde pueda “enganchar” señal y así obtener la información necesaria para las tareas del día. 
De un momento a otro y sin mediar timbres ni llamados forzados, los alumnos ingresan a la sala de usos múltiples a jugar con los dakis y los ladrillos de construcción con los que crean enormes edificios o automóviles modernos según dónde los lleve su imaginación. 
Se respira educación que surge de los poros de las paredes, de los chicos y los adultos del lugar.
Ser maestra rural -o auxiliar rural- como Sonia Piñero desde hace 22 años en esa misma escuela es una experiencia altamente enriquecedora. “Llegás y no sólo dás clase, aprendés a cambiar rollos, a arreglar calefactores, cambiar lamparitas, y la goma del auto si se pincha en medio del camino”, contó Milagros que no puede dejar de decir que elegiría una y otra vez dar clase en escuelas de pueblos, y en medio de los campos. 

Luchan día a día para no ser “los olvidados”, porque si bien no se ven, no hacen tanto ruido, están y cumplen una función más que importante en la comunidad. Representan el único lugar en el que los chicos del pueblo pueden socializar, son la biblioteca popular y al mismo tiempo el espacio educativo público. 
Cuando Sonia Piñero ingresó como auxiliar a la Escuela había más de sesenta alumnos, incluso recuerda cuando se construyeron nuevas aulas para el tercer ciclo. Milagros comenzó en la institución diez años atrás con 19 alumnos, hoy quedan tres y el JIRIMM se cerró transitoriamente. 
La falta de ese servicio da pena porque se proyecta que en un futuro habrá necesidad de tenerlo, pero al mismo tiempo su falta de uso provocará que sus instalaciones se deterioren. 
Propuestas 
Sonia piensa que se necesitan propuestas para los adolescentes y chicos que viven en el pueblo. Si bien tienen el espacio de la plaza para jugar, no cuentan con otra alternativa. Los pobladores -unos 37 que viven en una docena de casas- tratan de mejorar la vida del pueblo a través del club y proponen diversas actividades, entre ellas la Fiesta de la Empanada que se lleva a cabo a fin de año. 

Bien emplazada y cuidada, la Escuela Bartolomé Mitre es un emblema en el pueblo

Buscan reunir fondos para tener una capilla porque la que estaba en la estación sufrió los avatares del tiempo y a pesar de los esfuerzos no pudo recuperarse. 
Los alumnos 
Tres niños de cuarto, quinto y sexto grado que vienen del campo y del pueblo quieren aprender, estudiar, capacitarse. La cantidad no importa al momento de producir y ejercer la tarea más hermosa del mundo, esa que acerca a los niños al conocimiento y a la curiosidad. 
La realidad y el contexto social cambió y fue dejando con menos matrícula a la escuela. Sin embargo nunca mermó el deseo de aprender, ni el de enseñar. 

Milagros expresó que “la enseñanza es personalizada, situada y contextualizada al ser una escuela de poca matrícula. El alumno tiene un rol más activo y participativo. Se hacen más visibles sus fortalezas y debilidades, y puedo centrar más la atención en descubrir sus intereses, sus modos de vincularse, de conocer, hacer y sentir. Como también ellos son un espejo para analizar mis prácticas pedagógicas. No dudo que esto suceda en las aulas de las escuelas urbanas, pero la retroalimentación y el sentido de la oportunidad de conocer en profundidad a nuestros alumnos es diferente. Con ellos transitamos el día a día de su trayectoria escolar, desde que ingresan hasta que egresan”. 
Sin dudas la calidad educativa y la igualdad de oportunidades es la misma. De hechos los alumnos de las escuelas rurales tuvieron una excelente actuación en las pruebas Aprender.
“Me tomo el trabajo de seguir la trayectoria de mis ex alumnos en esta escuela y en otras que tuve, acotó Milagros. La gran mayoría culminaron sus estudios en la universidad y los que no pudieron acceder completaron sus estudios secundarios y son excelentes trabajadores”. 
Un día en la escuela 
Milagros cuenta que cuando llega a la escuela “Sonia (Piñero) y Norma (Plaza) me esperan con un mate, charlamos un poquito hasta sentir las voces de los chicos, se alternan con el ruido de los pájaros y de algún auto que pasa. Es una experiencia única e irrepetible.” 

Equipo completo. Directora/docente, preceptora, auxiliar y profesor de gimnasia, junto a los tres alumnos de la Escuela Nº 31

El ritual de cada mañana sigue con el beso que reciben de los alumnos y el saludo a la bandera. “Siempre tienen una historia para contar antes de iniciar las clases. Son dulces, inocentes, dispuestos, agradecidos, inquietos y curiosos”, apunta. 
Y agrega que siempre reciben a sus profesores con un abrazo. Esperan ansiosos a Edgardo Greco, profesor de Teatro y a Rubén Ordóñez, profesor de Educación Física, como lo harían cuando les designen a un profesor de inglés. 
Particularmente, Milagros resalta que en su escuela “la soledad pedagógica no existe. Tengo la suerte de compartir con profesionales comprometidos y con iniciativa”. 
Cualquiera querría que esa mañana no terminara, ese espacio lúdico y educativo tiene magia, esa que sólo se ve cuando hay mucho amor por lo que se hace. Será otra lucha lograr que nunca muera. 
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