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Tres Arroyos, DOMINGO 28.04.2024
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Dar y recibir para vivir

 Giovanni llora. Avisa que está listo para levantarse de la siesta. 

Giovanni siente los brazos y se deja. Se resiste a abrir los ojos. 
Giovanni ya no llora. Deja que lo apoyen suave sobre su bebesit. 
Alejandra se inquieta ante un suspiro más fuerte que lo habitual. Va hacia la cocina y prepara el café. 
Alejandra ya escucha al suspiro convertirse en llanto. ¡Ya estoy, mi amor! 
Alejandra lo acerca a su pecho y junta su corazón con el de ella. Lo apoya en el bebesit. 
Hugo da la bienvenida. Gira la cabeza, el llanto lo distrae. Señala los sillones e invita a tomar asiento. 
Hugo lo ve llegar. Escucha su susurro. Lo ve apoyarse suave en su bebesit. 
Te quiero cuando te duermes 
y más cuando te levantas. 
 Giovanni tiene dos meses, comparte su mundo con el de sus padres y ellos, no contienen las lágrimas al presentarlo. 
– Es nuestro hijo. 
 Llegar a vos 
Hugo lucha desde niño con una enfermedad que le formó su carácter firme, sincero, directo, sin grises. Alejandra lo acompaña hace años y libra su propia batalla de superación constante. 
Giovanni sonríe.
 – ¿Querés que lo tenga gorda? Yo lo tengo. 
– Estamos los dos atentos, dice ¡Ah! Y estamos ahí. Hoy a las ocho me levanté con él para que ella duerma un poco. 
Hugo Leandro Elicalde y Alejandra Bonnemazon viven en Mazini al 500 y comparten su hogar con Giovanni, el hijo de ambos. 
Nacer enfermo 
La mamá de Hugo de le dos veces la vida. La primera, hace 44 años, un 20 de septiembre. 
 Fue el segundo hijo de la familia Elicalde y desde el vamos las cosas se pusieron duras para ellos. En una consulta habitual con el pediatra a pocos días de nacer, el doctor Ricchelme les recomendó llevarlo al hospital de Niños Sor Ludovica de La Plata para hacer diversos estudios. Era una cuestión de vida o muerte. 
Los resultados tan ciertos como feroces sentenciaron: Insuficiencia renal crónica. Tenía un riñón que no funcionaba y el otro a menos de media máquina. 
“Allá me salvaron, me hicieron una operación ni bien nací, una reconstrucción de uréter, parte de la vejiga, riñones, tenía algo mal en el tema, una malformación de nacimiento”. 
Entre los cuatro y seis años tuvo una nueva intervención quirúrgica debido a su crecimiento, “me acuerdo de todo y de estar rodeado de sondas, no me olvido más la cara del médico que me las sacaba, para mí un sufrimiento”. 
La vivencia llega sin remordimientos, “el doctor me arrancaba las sondas y le decía a mi mamá: ¿Qué mira este chico, novelas de Migre que llora tanto?” 
A partir de ese momento los controles se sucedieron cada seis u ocho meses, se pasó toda la adolescencia entre quirófanos, médicos y hospitales. 
 Sus riñones funcionaban con esfuerzo, pero tuvo una niñez prácticamente “normal”. Fue alumno de la Escuela N° 15, allí en varias ocasiones la enfermedad lo benefició de alguna manera, pero Hugo sólo quería correr atrás de la pelota, “no me gustaba que me trataran diferente”. Los faltazos por sus viajes a La Plata le daban cierta ventaja que no disfrutaba. 
Se crió en French al 1700, en el barrio Santa Teresita donde se la pasaba todo el día jugando al fútbol con muchos amigos. A los ocho años los Elicalde se mudaron al centro y el hijo del medio siguió su pasión en otros potreros cerca de su nueva casa en Rauch 385. 
El Fiat 1100 de su padre hizo nueve viajes a La Plata, hubo otros viajes en autos prestados, en colectivo, la mayoría de las veces acompañado por su mamá. Hijo de carpintero, la vida era de trabajadores. “Estoy vivo gracias a mis viejos”. 
 Esas cosas son ahora 
La vida es ahora mismo, 
Ahora mismo, ahora mismo 
La vida es ahora mismo. (Facundo Cabral) 
 El fútbol 
El deporte lo salvó. 
Los médicos no salían de su asombro, Hugo crecía a un ritmo muy bueno, inesperado por su enfermedad. Desde su nacimiento hasta los 16 años se la pasaron yendo y viniendo al Sor Ludovica, experiencia que lo dejó siempre muy cerca de la muerte y también, de la solidaridad. 
No tenían un lugar para quedarse mientras estaban en La Plata. En el hospital conocieron a un matrimonio de Berisso que les ofreció estadía en su casa cuando tenían que estar mucho tiempo. Era una gente que organizaba los corsos en su ciudad, algo fascinante para Hugo que disfrutaba de las mascaritas que circulaban por el conventillo donde se alojaban. 
Viajes interminables, “los médicos nos atendían y desde que nos íbamos del hospital hasta las 10 de la noche que salía el Río Paraná andábamos con mi mamá tirados en alguna plaza, esperando”. 
En la primaria iba a fútbol a El Nacional y a básquet a Argentino Junior, pero eso le quitaba tiempo para los libros que quedaban siempre para lo último. Los problemas en la escuela no tardaron en llegar así que su papá se levantaba a las seis de la mañana para explicarle las cuentas de dividir antes de ir a la escuela. Pero no hubo avances. 
Entonces el papá le pidió que decidiera por uno de los dos deportes. El fútbol fue el elegido. 
“Cada vez que iba a revisarme a La Plata lo único que preguntaba era si podía seguir jugando al fútbol, sólo eso me importaba, pero me pidieron tener cuidado con las quebraduras”.
 La secundaria la cursó en la Escuela Media N° 1. No fue muy diferente la historia con el estudio, así que a los 15 años, esta vez él se sentó con su padre y le dijo: “No gastes más plata en libros porque no me gusta”. 
– Vas a tener que trabajar o vas a vivir a la alcantarilla. 
La de Hugo era una familia que la peleaba todos los días, no había nacido en cuna de oro. Así que empezó a trabajar en la carpintería de su ex cuñado, en Roca al 30, un lugar donde todo era fútbol. En el garaje de Pepe Escudero se juntaban a charlar los futboleros y allí se relacionó con mucha gente del deporte. 
En 1993, último año de inferiores, durante un partido, agarró la pelota en la mitad de cancha, el arquero estaba adelantado y daba para pegarle desde ahí, pisó y sintió como si hubiera metido la pierna izquierda adentro de un pozo. Resultado: distención del tendón rotuliano, 19 puntos, dos clavos y tres meses de yeso. 
Hubo un tiempo que dejó el fútbol y jugó a las bochas, algo que siguió haciendo después de ser trasplantado.
Fue el principio de la diálisis. 

Esta canción que me lleva 
Más allá de lo que digo, 
Este amor que pienso y siento 
Y este mundo donde vivo. (F. Cabral)

 Trasplante uno, la segunda vida 

La mamá de Hugo empezó a realizarse los estudios de compatibilidad porque su hijo necesitaba un trasplante de riñón, al finalizarlos los médicos determinaron que ambos eran compatibles. 
 La comunidad y los más allegados los ayudaron. El Club Villa del Parque hizo una colecta, también Huracán, “de corazón, todo de corazón”. El Club El Nacional llevó a cabo un almuerzo, me entregaron ropa plaqueta y plata”. 
Hugo no se daba cuenta lo enorme de lo que estaba por afrontar. Después de seis meses de diálisis el 1 de julio de 1994 lo trasplantaron. 
“Mi mamá me dio su riñón”. 
La operación duró unas ocho horas y “de movida mi riñón arrancó, pero al poco tiempo hice un rechazo y me tuvieron que pasar una droga que era más cara de lo que salía un trasplante”. 
Una señora conocida de un familiar fue quien se apareció de un día para el otro en el Hospital con la medicación que necesitaba. 
“La droga era tan fuerte que me bajaba las defensas, tuve la boca toda ampollada, no podía hablar ni comer y estaba con una bomba todo el día, por un mes me dejaron aislado”. 
Cuando le dieron el alta, de regreso a Tres Arroyos empezó a trabajar con José Luis Larrea, un paciente de diálisis que había conocido en el sanatorio. 
“A mis 18 años no me cuidé como debía, me perdía con la medicación, y así ese riñón me duró unos ocho años y medio”. 
 Trasplante dos 
El primer año de trasplantado se cuidó mucho y luego decidió retomar los estudios secundarios en el nocturno. “Había arrancado con el fútbol de nuevo, así que cuando lo invitaron a jugar en Argentino Junior, largué el nocturno y jugué cuatro años con total normalidad, los estudios los terminé después”. 
Hugo estuvo en la carpintería de su cuñado, hizo mensajería y luego ingresó a Mustad. Fue después de una fiesta de fin de año que se dio cuenta que no andaban bien las cosas. 
Su riñón rechazó el trasplante, hubo que hacer un catéter, colocar una fístula y otra vez la diálisis. 
“Fue un golpe muy fuerte, difícil de reponerme”. 
La diálisis esta vez duró ocho años hasta el 28 de septiembre de 2010 que recibió el segundo riñón de un donante. 
En 2003 había ingresado en la lista de espera del CUCAIBA, fue parte de tres operativos sin éxito hasta que siete años después, hubo un donante cadavérico compatible con Hugo. 
Después de la cirugía tuvo que hacer nueve diálisis, de esto hace diez años. 
Esas cosas son ahora 
La vida es ahora mismo, 
Ahora mismo, ahora mismo 
La vida es ahora mismo. (F. Cabral) 
 Tener un hijo 
“Pensábamos terminar la casa para tener un hijo”. 
Pasaron diez años desde aquella primera idea, y, antes de lo planeado empezaron a buscar el hijo que tanto deseaban. 
“Yo sabía que esa droga que me dieron en el primer trasplante podía dejarme con problemas para tener hijos, pero a los 18 años escuchas eso y no le das importancia”. 
La pareja se sometió a cantidad de estudios y los de Hugo no daban nada bien. Les recomendaron hacer un tratamiento de fertilización en la clínica CRECER de Mar del Plata y fue donde le hicieron una biopsia testicular. 
“Con todas las que me hicieron de riñón, esto iba a ser una papa”. 
Una idea complicaba el entusiasmo de Hugo, tenía miedo de tener un hijo con su enfermedad, pero los médicos le daban esperanzas y lo motivaban a seguir adelante con la posibilidad de tenerlo. 
La biopsia que le hicieron a Hugo salió bien, Alejandra se hizo otros estudios y comenzó a tomar medicación. 
El 7 de diciembre del año pasado los médicos realizaron la fecundación. 
“Pasamos unos nervios, terribles”. 
Hubo que esperar 15 días para recibir los resultados, los fueron a buscar, pero al principio, al leerlos, lo primero que vieron fue “no embarazo”. A pesar de la paz interior de Alejandra, no podía con su desazón, “esto puede pasar”, le dijo Hugo. 
 Sin embargo estaban leyendo mal los resultados, los parámetros adecuados indicaban “embarazo”. Mandaron la foto del análisis al médico que les respondió: “Recontra embarazada”. 
“Y ahí está… Nació el 18 de agosto a las 4.40 de la madrugada en medio de la pandemia”. 
Se enamoraron del bebé, “es lo máximo, morochito, lo más hermoso del mundo”. 
Su abuela, la mamá de Hugo, lo alcanzó a besar antes de partir y pudo ver a su hijo feliz. 
Dar y recibir, de eso se trata la vida. 
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Se formó la familia 
Alejandra iba al nocturno con uno de los hermanos de Hugo, fue en el baile de egresados que se conocieron, aunque formalmente se pusieron de novios en el 2005, un verano en Claromecó. 
Alejandra trabajó en CATDI unos siete años como auxiliar y el 4 de noviembre la nombraron en el Jardín N° 913 como titular. 
Conviven hace mucho tiempo, vivieron diez años con la familia de Hugo hasta que a través de un crédito pudieron comprar su casita. “Había un ladrillo de cada color, todo era patio y unas paredes levantadas, yo hacía de peón de albañil y los días que no me dializaba iba a ayudar, después del trasplante estuvo parado por un año hasta que retomamos”. 
Hoy es su hogar. 
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