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Cuestión de piel

– ¡Buscá a las chicas de Bayúgar que todavía trabajan, a mí me resolvieron el problema! 
 Las páginas de la revista Para Ti saltaban de un lado al otro sobre la falda de la mujer que encontraría en algún artículo, nadie sabe bien en cuál, la motivación para fundar un imperio dedicado a la belleza, a la salud corporal y a la escucha no sólo para una clientela femenina sino para toda persona que necesitara respuestas. 
La viudez no la detuvo, todo lo contrario, la empujó hacia la búsqueda de lo que daría sentido a su vida.
Curiosa y decidida viajó a la capital, al centro mismo de la cosmetología y la dermatología para encontrar la fórmula que patentó años después como Ana Bayúgar. Aprendió el arte de esas disciplinas y se preocupó por potenciar la salud corporal. 
La casa de la calle Sarmiento 384, frente al Club de Pelota, tenía espacio más que suficiente para empezar a construir la marca. Bastó una pieza para dar el puntapié inicial, luego de una preparación muy profesional en el Instituto de la reconocida estilista Carmen Nacht. Desde ese día pasaron 57 años de trabajo ininterrumpido con máscaras, lociones, cremas, masajes, manicura, tratamientos para el acné. 
Ana regresó a la ciudad con su maletín repleto de ideas ingeniosas y la experiencia que obtuvo con las prácticas en el Hospital Israelita o atendiendo a artistas famosos de la época como Virginia Luque o al bailarín internacional Jorge Donn y sus problemas de piel. 
La dermatología no estaba muy explorada en el Tres Arroyos de 1962, sólo el doctor Petroni se ocupaba de la atención de los problemas de la piel. Así que el campo estaba preparado para explorarse. 
 De la habitación al imperio 
– ¿Está Anita? Quiero que me atienda ella.

Ana Bayúgar regresó a su ciudad con el objetivo de desplegar todo lo aprendido en Buenos Aires. Cruzó la puerta principal de su casa y echó una rápida mirada al escenario. Una de esas habitaciones le daría la idea inicial. 

 Una camilla, las cremas que el laboratorio LACA le preparó con una fórmula que llevaría su nombre y apellido fueron las primeras herramientas de trabajo. “Fue una mujer valiente, salir sola para ir a estudiar algo que no sabía qué era, visionaria para desarrollar una actividad poco conocida, además de pionera en la actividad”. 
Su primera clientela se formó entre sus amistades, al tiempo su nombre circulaba de casa en casa y se recomendaban los tratamientos para el acné que le dieron gran fama, como la limpieza de cutis o la venta de sus productos. El más conocido de ellos, la loción secante que la mayoría de los hogares tresarroyenses guardaba en sus botiquines. 
 Rápidamente necesitó otras manos para prestar ayuda, así contrató colaboradoras, primero Ester Skou, luego Diana Ambrosius y otras personas cercanas a sus afectos porque le gustaba sentirse rodeada de gente que la acompañara, 
Un tiempo después le propuso a su sobrina política Alba Fernández que iniciara su carrera junto a ella y, diez años más tarde hizo lo propio con Adriana Bayúgar, la hija de su hermana. “A la tía Anita le gustaba estar rodeada de la familia”. 
Su inquietud por conocer y estar cerca de los profesionales especialistas en dermatología la condujeron a realizar tres viajes a Europa con Carmen Nacht para visitar y capacitarse con los mejores médicos. “Decía que lo más adelantado eran Francia e Israel y que en Italia era más el maquillaje, no tan orientado a la salud”. 
La clientela la conformaba todo su entorno social, y la extendió a la comunidad y la zona, trabajaba hasta las nueve de la noche porque era multitudinaria la cantidad de gente que atendía. 

 Heredar conocimiento 
– Chicas, hagan lo que quieran, pero el trato siempre tiene que ser muy íntimo, los camarines cerrados. 
 Ana era una mujer pragmática por eso, un día, ya grande, después de una caída en la bañera que la tuvo convaleciente porque se quebró la clavícula, les dijo a sus sobrinas: “Chicas este negocio es de ustedes”. 
Luego de la sorpresa inicial, el miedo y la preocupación, vino la confianza y la certeza de haber aprendido de las mejores en su género. Adriana y Alba tomaron las riendas del instituto y le dieron continuidad al trabajo iniciado por esa mujer que innovó el concepto de salud dermatológica en nuestra ciudad. 
Anita se quedó con su hermana Juana en la casa de Sarmiento y ambas pasaron allí sus últimos días al cuidado de sus sobrinas. En 1987, Alba y Adriana se encontraron frente al negocio ungidas por la clientela que aceptó el cambio. 
Aunque a decir verdad, no hubo grandes modificaciones hasta el ‘92 cuando decidieron cambiar los muebles, aparadores, gabinetes, colocar otras luminarias, agregar alfombras, poner tarjeta “ella sintió que la avasallábamos, no lo vivió como la modernización necesaria que fue, no queríamos ir en contra de la tía y dejábamos todo igual hasta que nos animamos a cambiar”. 
Ana Bayúgar era una conocedora no sólo de la cosmetología, sino de la salud de la piel. “Cuando nos dejó el negocio nos pidió no poner cama solar, nos vio el empuje y las ganas de mejorar, pero nos hizo esa advertencia, como era una mujer muy visionaria se lo respetamos aunque tuviéramos otras ideas modernizadoras”. 
Alba y Adriana atendieron a la clientela que llegaba de todas partes y de todos los géneros durante 30 años juntas y en armonía. Hubo acuerdo entre ellas respecto a todo, “nos conocíamos con la mirada, sabíamos qué clienta quería que la atendiera una u otra y sin mediar palabra la acompañábamos al camarín de la elegida por la persona para que le hiciera algo”.
 En 1993 Ana Bayúgar falleció y unos cinco años después su hermana Juana por lo que la casona de Sarmiento se vendió y el Instituto comenzó otra historia. 

 Dos nuevas direcciones 
– No dejen hablar a las clientas, relájenlas, sino el masaje y la sesión no va a valer de nada. 
 Alba enviudó el mismo año del fallecimiento de su tía Anita, así que las cuñadas decidieron montar el Instituto en su casa de la calle Quintana 35. 
Comenzaron con una habitación de su hogar que adaptaron como gabinete donde colocaron las camillas, mientras que en el primer piso funcionó el negocio. Así durante ocho años. 
En 2009 compraron un local en la calle Pringles 915 donde Adriana continúa con la labor luego de la jubilación de Alba, “al principio pensamos que estaba lejos del lugar emblemático en el que comenzamos, sin embargo priorizamos que es grande, la comodidad”. 
La experiencia de Adriana y Alba se expandió por la zona. Las mujeres se compraron un vehículo y los sábados emprendían diferentes caminos. El programa radial en la AM de LU24, “Paleta de Colores” de Esteban Marranghello, les dio cobertura regional. 
Su tía Anita, se sentaba junto al conductor una vez a la semana para dar tips, concejos de salud dermatológica y responder todas las preguntas que los y las oyentes hacían durante el micro de Ana Bayúgar. 
Así el Instituto trascendió las fronteras de la ciudad y las cuñadas viajaron a San Cayetano, Chaves, Oriente, Claromecó. “Hacíamos toda la zona, las clientas nos ofrecían una habitación o el living de sus casas y atendíamos los sábados hasta 15 clientas por día, era muy exitoso pero desgasta y lo pudimos hacer porque nuestros chicos ya eran grandes”. 

 Todos los géneros 

– Chicas, de acá no sale nada, el respeto por la sesión y la privacidad ante todo.

“Siempre tuvimos clientela masculina, especialmente para el acné o clientes que se alojaban en el Parque Hotel y llegaban a hacerse las manos. Lo tomamos profesionalmente al trabajo, no importaba el género”. 

Sin dudas la vedette entre los adolescentes fue la loción secante que usaron generaciones, especialmente los varones que eran más consecuentes con el tratamiento. 
Alba se ocupaba generalmente de esa práctica. “Me divertía con los adolescentes, hoy hombres de 50 años, me acuerdo cómo los atendía y ellos cumplían con mis recomendaciones de pasarse la rasqueta por la espalda y aplicarse la loción”. 
Hoy en día a las personas les interesa tener un buen aspecto, mucho de lo que actualmente se ocupa la medicina estética. “La gente no quiere envejecer le preocupa las arrugas, las abuelas tenían mejor piel que la nuestra y no se hacían nada, pero la vida actual hace que la piel también sufra”. 
Las clientas ponderan el aspecto y el espíritu de Alba y de Adriana. “Ustedes están siempre divinas, nos dicen. Pero creemos que es porque asocian la belleza con el lugar”. 
Trabajar en el Instituto les revela quiénes son y cada tratamiento les permite recuperar su esencia. 
 La herencia 
Adriana Bayúgar continuó con la empresa tras el retiro de Alba. “Creemos que esto termina por acá, pero no sé cuándo le pondré punto final, eso me está costando mucho, es un lugar en el que te sociabilizas, haces lo que te gusta”.
 El Instituto sobrevivió a muchas crisis y vaivenes económicos externos, con el conocimiento de que lo primero que se prescinde en tiempos de vacas flacas es la belleza, pero ir a lo de Ana Bayúgar tiene ese no sé qué… “No sólo vendemos una crema, sino que compartimos con las clientas como si fueran visitas en nuestras casas”. 
El boca a boca siempre las ayudó, convocó clientela, su profesionalismo les otorgó prestigio. Viajaron a Chile y a Europa convocadas por el laboratorio LACA para aprender de los más importantes profesionales de la cosmetología, el maquillaje, la aparatología. “Hemos paseado, conocido mucha gente con esta profesión, es una satisfacción recordar todo esto”. 
Adriana y Alba heredaron de su tía Anita mucho más que un Instituto de belleza. “Nos dio todo el amor, la forma en que nos indicó el respeto por el otro, el trato muy íntimo con la clienta y a buscar siempre la privacidad, conservar el secreto profesional de lo que uno hace, la privacidad absoluta”. 

 Amor del bueno 

“Anita tenía un amor por la gente, le curaba la cara y el alma”. 
Muchas personas llegaban para hacerse algún tratamiento y pedían conversar antes con ella, que tenía el don de querer solucionar los problemas de sus amigos y clientes. Así que dejaba todo, los llevaba al living de su casa, conversaba con ellos y rezaba para aliviar cualquier dolor que tuvieran. 
Adriana tiene tres hijos y siete nietos, Alba tres hijos y cinco nietos, todos con caminos diferentes y alejados del Instituto. 
Tal vez no haya herencia después de Adriana en lo comercial, pero el legado quedó y se encarnizó en toda la familia. La escucha, la pasión por el otro y su cuidado, el respeto por el trabajo, la creatividad, la innovación, el arte… Eso Anita lo dejó marcado a fuego. 
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Cuñadas, compañeras y socias

Alba Fernández se casó con Vicente Bayúgar en 1971, sobrino de Ana. Trabajaba en la peluquería de Miguel haciendo las manos. Las jornadas laborales eran larguísimas e incluían los sábados. Ni lerda ni perezosa la tía Anita vio potencial en Alba y le propuso trabajar en el Instituto y de ese modo acortar horarios, hacer un solo turno y no trabajar los sábados.
Lo primero que la dueña del Instituto le pidió es que hiciera un curso de cosmetología con Carmen Nacht y rindiera los exámenes correspondientes, además de la práctica en la prestigiosa escuela capitalina.

 Comenzó alcanzando elementos, sacando las máscaras, cumpliendo con lo que su tía le encargaba atentamente, así hasta su jubilación hace 14 años. 
Alba y Adriana son cuñadas y fueron compañeras y socias del Instituto durante 30 años, aprendieron lo más importante, el valor del trabajo y la responsabilidad. 
En la casa de la calle Sarmiento también vivía la tía Juana, hermana de Ana quien se ocupó de atender y cuidar a los tres hijos de Alba. “Ella los cambiaba, les daba la leche y se criaron conmigo trabajando”. 
Recibió formación y mucho amor de su tía, “tuvo siempre confianza en mí, en una época manejaba todo y ella me apoyaba, ¡fue todo para mí, una mujer muy generosa!”. 
 Adriana 
La mamá de Adriana Bayúgar y Ana eran hermanas, su papá y el marido de Anita también eran hermanos, “yo soy Bayúgar y ella de Bayúgar y Alba estaba casada con mi hermano Vicente”.
Adriana se estaba por recibir de docente cuando otro tío Bayúgar que frecuentaba la casa de su familia le preguntó qué quería estudiar. La joven manifestó que le gustaba hacer profesorado de historia, pero que su mamá, ya viuda, no podía solventar los gastos de esa carrera. 
Entonces su tío le propuso seguir la misma profesión de Anita y la ayudó para que asistiera al Instituto de Carmen Nacht a capacitarse.
 Adriana completó sus estudios y se quedó todo un verano en capital trabajando para la famosa cosmetóloga. 
 La sobrina de Ana Bayúgar se casó muy joven y se fue a vivir a Rosario y luego a San Nicolás para regresar a nuestra ciudad en el ‘80. “Cuando volvimos mi marido me dijo que si quería le pidiera trabajo a mi tía. Fue muy importante contar con una persona como ella con mucha capacidad que me dijera qué hacer. Cuando empecé estaba recibida, pero sin nada de experiencia”. 
Adriana siente que “está enquistada al Instituto”, y no sabe cuándo pondrá punto final. “Esto termina por acá, a mí me está costando mucho dejarlo”.  
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